Esa mañana de abril de 1998, cuando Gardeazábal llegó al segundo piso de la gobernación, donde se encontraba su despacho, doña Neila Salgado, su secretaria privada, lo recibió con cara de piedra. No le perdonaba que dos días antes se les hubiera esfumado en un taxi, tanto a ella como a los tres grandototes que lo custodiaban.
Ella ni nadie sabía que el gobernador de Valle de Cauca venía de tierras chocoanas, donde había persuadido a Carlos Castaño de que no trajera al Valle sus Autodefensas Unidas de Colombia, AUC; al menos, mientras fuera mandatario seccional.
Al solicitarle a su secretaria la relación de los compromisos más importantes de la semana, esta, aún muy molesta, le contestó que para el día siguiente era preciso atender a una delegación de doce chinos de la provincia de Manchuria que estaban en Cali, en visita oficial, explorando posibilidades comerciales y acercamientos de tipo cultural.
La jefe de protocolo, doña Sonia Ochoa de Madriñan, se dispuso de inmediato a preparar los presentes acostumbrados para visitantes ilustres, que no pasaban de bellas baratijas, lo mismo que a contactar una traductora colombiana del idioma que permitiera sostener una conversación fluida con los visitantes.
Gardeazábal, por su parte, llamó a Julio “Torcido” y le indicó que se fuera de inmediato, en su taxi (el mismo) para Río Frío, a su pequeño fundo de Alcañiz, donde aún tenía sus pertenecías, y buscara, con la ayuda de la “Vieja Bozuda”, una veintena de libros con caracteres chinos, que deberían estar por ahí, en alguna parte, entre los varios miles de libros que tenía para esa época.
A Gardeazábal le habían publicado en mandarín a principios de la década de los 90 su obra El bazar de los idiotas (商店 特别报道) junto a la obra de otros escritores como Vargas Llosa, Carlos Fuentes y Ernesto Sábato. Por tal razón, la editorial le había mandado 20 libros de cortesía.
La delegación china fue recibida al día siguiente. Después de los actos protocolarios, Gardeazábal les dijo: “el gobernador del Valle es también escritor”. La traductora seguidamente les informó: 山谷的州长也是一位作家 “He sido traducido al mandarín” (已被翻译成普通) “Les voy a entregar a cada uno de ustedes, un ejemplar de mi libro El bazar de los idiotas, escrito en su idioma natal” (我将给你们每一个人,我的书 “白痴商店” 的副本,用你们的母语写成).
De inmediato la comitiva oriental soltó exclamaciones inequívocas de júbilo, de asombro, al tiempo que sus rostros expresaban complacencia por el insólito presente.
Por supuesto, como era de esperarse, la prensa regional ni publicó, ni le encontró gracia alguna, a que unos señores chinos de la China hicieran una travesía de 15.007 kilómetros y que un gobernador vallecaucano les regalara un libro de su autoría, publicado en el idioma de los chinos. ¡Cosas de la literatura!
Lo más insólito ocurrió en la cena en honor de la comitiva china (a la cual no asistieron ni Gardeazábal ni la traductora) en el balneario Las Pirámides, en Jamundí, donde su propietario, don Arnoldo Parra, los atendió, al menos en un principio, de maravilla; pues, como paisa recursivo, se aprendió una decena de palabras en mandarín, con las que pudo sentarlos a la mesa sin problema.
La cena fue un espléndido sancocho de gallina criolla, instrumentado en fogón de leña, a la usanza vallecaucana, acompañado de aguacate, ensalada y patacón refrito.
Los orientales, como si manejaran la cuchara al vuelo de la batuta del mismísimo Paganini, comenzaron rítmicamente por el sancocho (sin ají) con expresiones de gusto, de deleite. No dejaron ni una gota. Después, continuaron con la guarnición, que consumieron con idéntico agrado.
Cuando terminaron el seco, en vez de coger la lulada, agarraron, cada uno, el respectivo copón que contenía un endemoniado ají picante, sobre el cual don Arnoldo, con su precario mandarín, no había dado instrucción alguna.
Los chinos probaron, al mismo tiempo, la primera cucharada. Todos se pusieron más rojos que un ají. Todos hicieron similares muecas de desagrado. Todos se miraron estupefactos (¿o verracos?). Hubo un momento en que parecía que no iban a continuar con el inadmisible brebaje, pero el jefe de la delegación, con lágrimas en los ojos, se embutió la segunda cucharada y al instante los demás continuaron comiendo y lagrimeando, hasta no dejar rastros en ninguna de las copas.
Después de eso, hablaron y gritaron largo rato entre sí, repitiendo con nitidez: ¡哥伦比亚他妈的野蛮他妈的! ¡哥伦比亚他妈的野蛮他妈的! Expresión que se podría traducir del siguiente manera: *¡!°#####.¡!$$&&[/
Esa podría ser la explicación real de por qué, 20 años después, la inversión china en Colombia no es la que quisieran los macroeconomistas criollos y no hayamos podido adelantar mucho en un acuerdo de libre comercio.
¿Será que habrá que bajarle al ají en las negociaciones internacionales con el tigre asiático? ¿Será que después de la picazón con el ají se leyeron el libro? ¿Será que el maldito ají nos puede perjudicar ahora cuando la frontera con Venezuela se pone tensa?