¿Un hombre es lo que cree ser o lo que el mundo, en su empecinado convencimiento, lo ha confirmado?
No sólo desde estos tiempos convulsionados con más información pero menos conocimiento, desde mucho antes, cuando los correos eran extraviados viajeros por caminos montaraces, y la información llegaba en entregas de folletín novelado y había que recrear el pasado como unos instantes recién desvanecidos.
Hoy lo fugaz y lo instantáneo se disuelven en un jarabe cotidiano que se nos suministra en dosis mínimas o en adictivas proporciones. Somos lo que la información hace con nosotros, cada vez que la consumimos en cualquiera de sus niveles permitidos y abusivos.
Hasta ahí nada nuevo, ¿verdad?
El metafísico y esotérico argumento de estar en la era acuariana es un sofisma o un misterio aún no develado. El conocimiento repartido como agua por doquier se trastocó en la información monda y lironda que fluye como un río de aguas envenenadas por el mismo cauce del agua que bebemos todos los mortales.
La relación del hombre con el conocimiento se define hoy no tanto por el apego a la verdad y a la ciencia, más bien depende de cuánto me convenga lo que se dice y de qué manera se difunde lo que me interesa: tendencias virales se dice ahora.
La ciencia se reduce cada día más a unos recovecos digitales inaccesible y en un lenguaje excluyente. Su producto, el conocimiento científico se refunde entre guetos de gruesos lentes, asepsia imperturbable y papers o textos científicos para una minoría autista.
¿Por qué la ciencia y su conocimiento científico no conspiran a nuestro favor para develar ciertos misterios que permanecen en la penumbra?
Seguro, parte de las respuestas están en el orden de una contra conspiración que la liga y condiciona a patrocinadores y subvencionadores con grandes intereses globales. Trivial reflexión en estos tiempos donde no se sabe cuáles son los límites de la humanidad para poner fronteras sobre el conocimiento.
Un ser humano fabricado por lo trazos constantes de un macabro pintor surrealista o impresionista, que juega con su obra en la medida de los gustos de los asistentes a la exposición. ¿Qué información quiere consumir el ciudadano secuestrado por el sistema? ¿Más de lo mismo? ¿Por qué el pánico se vende como pan caliente?
Ni aún dentro de nuestro refugio hogareño, respiramos la tranquilidad merecida del reposo del guerrero autómata y del descanso del pequeñito engranaje con el que nos rotulan en la gran fábrica del planeta; las perturbaciones se nos cuelan por los cables axiales de la conexión trifásica, o viene silenciosa por el satélite del Gran Hermano, por la tríada de la esclavitud y la referencia evidente de tu existencia: internet, televisión y telefonía.
Perturbados en medio de la aparente quietud, nos refugiamos en sus bálsamos adictivos y seguimos atragantándonos de información como una estela inmensa de carbohidratos innecesarios para saciar la gula provocada por el hecho de estar al día y que nadie nos narre el cuento a su manera, lo cual ya es otra cosa más que digerir y seguro más pesada.
La información que consumimos a diario es tan dañina como los alimentos abarrotados de transgénicos, preservativos y tóxicos benevolentes. Engordamos en lo físico por la mala dieta y la falta de ejercicios, pero también atiborramos el cerebro y nuestras emociones con un cargamento de basura mediática y de información que conspira contra la tranquilidad del ser y que hace más daño que cualquier ingesta fisiológica. Nada pasaría en las vidas próximas si dejáramos de consumir esa basura tóxica que viene en forma datos. Haga la prueba.
¿Cuál entonces es el régimen de información apropiado para consumir?
Los radicales y fundamentalistas recomendarían un apagar eterno (off live) y disfrutar nuestra ruralidad a la mano, sin misterios y benigna como se presenta; yo produzco la información con la que me alimento y sé qué debo ingerir. Una especie de granja autosuficiente de la información y el conocimiento sustentada en datos orgánicos no contaminados.
Otros, consideran que una especie de hormona de la crítica y el discernimiento, ayuda a combatir a esas cruzadas mediáticas que te mantienen en pánico y esquizofrenia colectiva. Lo cierto entonces es, que de usted y sólo de usted depende el régimen de información que va a consumir. Saber diferenciar que se lleva a su cerebro es crucial para mantenerlo en forma senti-pensante.
Coda: Conviene la lectura de la corta novela Número Cero de Umberto Eco (Lumen, 2015), con precisión y decoro propio del erudito reposado, donde el Autor nos recuerda que el mundo de la información tal y como lo conocemos, está fabricado a punta de conspiraciones y misterios no resueltos.