Mixcóatl, padre de Quetzalcóatl, fue un gran guerrero. Ocupa rango de privilegio en la formidable mitología de la nación mexicana. Pretendió conquistar a Huitznahuac. Organizó sus huestes y marchó con la certidumbre de sitiar y ocupar la ciudad.
Justo antes de comenzar el asedio salió a su encuentro una mujer de estremecedora belleza. Frente al guerrero colocó en el suelo sus ropas y sus flechas.
Mixcóalt quedó estupefacto. Músculos y cerebro habían sido heridos con el insólito desplante. Sin embargo, no abandonó su beligerancia. Después de superar el estremecimiento que le produjo la conmovedora y desnuda presencia, le disparó cuatro flechas, pero ninguna acertó.
Ante la primera, la mujer se inclinó y le pasó por encima, la segunda pasó por un lado sin hacerle daño, la tercera, para asombro del guerrero, ella la atrapó con la mano y la cuarta, que pensó le hubiera dado en el blanco, se fugó por entre las piernas.
El guerrero, héroe de mil batallas, se replegó a preparar mejores estrategias para el asalto final. Segura de poderío de su enemigo Chimalman se escondió en una gruta o caverna. Mixcóalt, lesionado en su orgullo de guerrero indómito, empezó a ver en todas las mujeres del entorno enemigas hostiles y comenzó a maltratarlas sin clemencia.
Ante el acoso, las embestidas, los malos tratos, excesos de fuerza, los asaltos y la violencia generalizada, las mujeres de la región se unieron e hicieron valer su poder solidario. Llegaron sin rodeos a una conclusión, clara y elemental, axiomática. Para evitar los ataques, la muerte y la tortura contra todas las mujeres dijeron: “Busquémosla”. Una vez la encontraron le dijeron abrumadoramente: “Te busca Mixcóalt, y por cauca tuya maltrata a tus hermanas”.
Al oírla Chimalman se conmovió y salió al encuentro de Mixcóalt. Volvió a desnudarse frente a él y colocó de nuevo en el suelo sus flechas y su ropa. El guerrero, otra vez irritado, como todo combatiente, hinchado de vanidad, volvió a con arrojo a dispararle sus flechas, siempre con más vehemencia, sin éxito para eliminarla o rendirla y hacerla su esclava.
Dicen las leyendas que al arrogante y soberbio guerrero no le quedó otra alternativa que desposarse con ella.
Con algunas guerreras y con algunos conflictos, el camino que optó Mixcóalt puede ser viable, aunque no necesariamente los guerreros tengan que casarse con quien son sus más enconados adversarios o representan símbolos de resistencia.
Absurdo sería pedirle a Hamás y los palestinos que se desposen con la nación israelí, basta que los actores de los legendarios conflictos entiendan la complejidad de los hechos y asuman, ante las nuevas generaciones y la historia, actos de grandeza para fundar una paz negociada. Lo propio en posible en los estados que soportan históricos conflictos políticos.
Si la visión de la paz se torna univoca, ortodoxa y cerrada, el acceso al camino de la tramitación pacifica es imposible. A la paz no se llega siempre por las rutas de la guerra.
Para lograrla, aunque resulte paradójico, en la mitología de la nación mexicana hay asombrosos caminos de mitos y leyendas. Por lo menos para crear las condiciones que hagan posible el fin de las hostilidades y la beligerancia, porque la paz no es simplemente la ausencia de la guerra y es una construcción política y social.
Salam Aleikum