Era una adolescente cuando llegó del corregimiento del Naranjal, Sucre, a colaborar como empleada del servicio en la casa de don Antonio Moreno en el barrio Versalles en pleno centro de Magangué, Bolívar. La ‘niña Emilce’ se sentaba en el andén de aquella casa de tabla a lavar botellas en las que antes se había vendido aceite de contrabando traído de Venezuela. Ese fue su primer trabajo según varios vecinos que hoy la siguen llamando ‘Emilce’ en lugar de Enilce como aparece su nombre en la cédula.
Los constantes abusos laborales de su patrón, obligaron a Enilce López Romero a rebuscarse la vida montando una pequeña venta de pan y tinto en el mercado de Baracoa; afuera del almacén Piel Roja, justo al lado la calle de las esteras, lugar que como hace 40 años sigue oliendo a pescado y que de noche se convierte en un fumadero de bazuco. Allí la conocieron por su exorbitante simpatía que se confundía con belleza, pero también por su versatilidad para hacer negocios y por su encanto al vender. Entrados los años setenta, cuando la ‘niña Emilce’ ya era mayor de edad, un ‘Perro’ se le cruzó en la calle para cambiar su suerte. Jesús María Villalobos Luna, el primer gran chancero del cual se tiene noticia en todo el caribe colombiano, la convenció para que fuera vendedora de su empresa, Apuestas ‘El Perro’.
Siempre tuvo sed de dinero, entonces no se amilanó y se lanzó al mundo de la venta de sueños. Ya lo había hecho en el mercado leyéndole el cigarrillo y las líneas de las manos a las comadronas que regateaban plátano, ñame y yuca, asegurándoles lo que querían escuchar: “Magangué va a dar a la muje’ con la má’ grande fortuna de las riberas del río Magdalena”. Calculadora innata, buscó uno de los lugares más concurridos por aquellos años en el puerto, de modo que instaló su primer cajón a las afueras del antiguo teatro Habib, lugar de donde salía la gente ilusionada por ser famosa y millonaria. Al cabo de un par de meses ahí sentada, tuvo un amor fugaz con quien encargó a su primer hijo. De buenas en los negocios de malas en el amor, el niño se quedó sin el apellido de su progenitor. Pero la combinación de los números le trajeron su verdadera fortuna: el hombre que la hizo rica. Todo indica que fue allí donde conoció a un policía de apellidos Alfonso Pastrana y de nombres Héctor Julio, oriundo del esmeraldero municipio de Tensa, Boyacá.
El forastero la convenció de sus buenas intenciones cuando acogió como suyo al pequeño bastardo a quien bautizaron como Jorge Luis Alfonso López. Pero desde su llegada a Magangué, la vida del agente Héctor Julio Alfonso Pastrana comenzó a tener días más soleados. Algunos dicen que pidió la baja de la policía para no separarse de su conyugue, otros piensan que fue por los negocios que inició en aquel importante puerto fluvial del río Magdalena. Personajes acaudalados con acento boyacense, apasionados por las rancheras y los caballos, comenzaron a visitar frecuentemente el negocio que el exagente le había montado a su mujer; la fresquería La Enramada, antes conocida como Los Guaduales, precisamente en el local contiguo al teatro Habib, a dos cuadras de las bodegas del barrio la Candelaria donde se acopiaba el arroz para embacarlo por el Magdalena. Pero de un momento a otro, sin haberse ganado la lotería, ‘La Niña Emilce’ y el agente Alfonso, ampliaron sus negocios.
Bolívar Cervantes conoció a Enilce López a las afueras del teatro Habib a finales de los años setenta cuando los dos empezaron juntos vendiendo chance para Apuestas 'El Perro'. Sentado en su desvencijado puesto de Unicat en el centro de Magangué, habla con orgullo de su comadre, la madrina de su primera hija. Vestido de chanclas, jeans percudidos y una camisa abierta hasta el ombligo, asegura que el cambio de fortuna de la pareja no fue otro más que haberle pedido un préstamo a un hombre potentado de nombre Félix Butrón quien les dio el primer empujón para montar una sucursal de la tienda de música Discolombia. El amable Cervantes que tiene 65 años y al que ya no le quedan dientes para mostrar, ríe sin parar al recordar que a pesar de los diversos negocios que su comadre comenzó a montar, nunca dejó de lado el más importante: el de las apuestas.
“Jamás se me olvidará el 052. En el año 1987, un funcionario del puerto comenzó hacer chances de 200 mil pesos con ese número, pero siempre lo jugaba con ‘Emilce’. Ella se lo vendió y el tipo se ganó ¡para esa época!, 137 millones de pesos”, cuenta Cervantes mientras le levanta unos quintos de lotería a un cliente que se acerca en moto.
Después de Discolombia, la pareja montó una prendería donde recibían pequeños aretes y anillos de menor precio. Algunos conocidos dan cuenta que la casa de empeño de un momento a otro se cubrió con una basta cantidad de oro y piedras preciosas. El mito de que la pareja había encontrado un entierro de costosas alhajas en una finca que habían adquirido en arriendo, se tornó verosímil en aquellos que dejaron de mentarla desde ese día ‘Niña Emilce’ para comenzar a llamarla con cierto respeto: ‘Doña Emilce’.
Treinta años después, en aquel municipio donde en público se hablan maravillas de los Alfonso López, se ha levantado otra hipótesis mucho menos exagerada que aquella de la guaca: adversarios políticos afirman que tras la muerte en 1989 del capo Gonzalo Rodríguez Gacha, paisano del expolicía Alfonso Pastrana, la pareja se habría quedado con una finca que en vida les encargaba cuidar el narco cerca de Tolú, donde precisamente fue abatido. “Don Héctor Julio era policía, venía de Boyacá, se le vio varias veces con gente rara por acá por la misma época que el contrabando de armas y coca entraba y salía por el río que usted ve ahí al frente. Entonces de un momento a otro aparecen con vendedores de chance por todo lado, ¿qué se puede pensar?”, dice un dirigente que como muchos pide que “me dejes vivir tranquilo el resto de mis días en este pueblo de la milagrosa Candelaria y no saques mi nombre”.
Apuestas Permanentes El Gato, la primera empresa de los Alfonso López, apareció a principios de los años noventa como competencia directa de Apuestas El Perro. Aquella marca dio pie para que Enilce López Romero comenzara a ser llamada ‘La Gata’, contrario a lo que se pensaba en el interior del país, donde se suponía que era por aspectos físicos. La estrategia para acaparar el mercado no les fue difícil, La Gata después de haber conocido el negocio en la calle comenzó a emplear a los vendedores que más tostada tenían la piel de tanto vender chance en las polvorientas esquinas de Magangué. Les ofreció mejores porcentajes por venta y así mismo incrementó los premios por cada peso apostado. ¿Que de dónde iba a sacar para pagar?, del entierro de joyas, decían los incautos. Verbi gracia, el viejo Cervantes pasó de ser un colega más, a ser uno de sus cientos de subempleados. Ella creció, él se quedó. De un momento a otro El Perro, el hombre de quien se dice fue el empresario que más dinero invirtió para que el gobierno del Presidente Turbay Ayala a finales de los años setenta legalizara las apuestas en el país, vio como su antigua empleada ahora era su máxima rival.
Así, con el nuevo negocio familiar manejado por la Gata, su esposo empezó a tomar un segundo plano y a tener hasta hoy el más bajo de los perfiles. Los grandes premios, con más opciones y por menos plata, comenzaron a crear en la costa caribe una cultura en la que jugar chance se volvió casi una adicción. Al incrementarse de manera extraordinaria las ventas, el negocio más afectado fue el de las loterías el cual era manejado por políticos tradicionales. A mediado de los noventa el desastre fue total: cuatro importantes loterías se extinguieron y dos más se declararon en quiebra.
Empresas de chance aparecían por todas partes, aunque no afectaban el negocio que había consolidado La Gata, le quitaba un buen porcentaje y hasta le restaban credibilidad cuando los nuevos chanceros se volaban con aquellos sueños en efectivo. Pero los dados cayeron en siete para los Alfonso López y a finales de los noventa el legislativo sacó adelante una ley que abrió la compuerta para que solo empresas con respaldo económico y legal participaran en licitaciones de la venta de chance. La primera gran licitación en la que participó La Gata, fue en la del año 2002. En búsqueda de una casa que manejara este tipo de apuestas en el departamento de Bolívar se presentó Uniapuestas, una sociedad de una decena de empresarios donde La Gata era su mayor accionista, y el concesionario de El Perro, Inverapuestas. Los gatos le ganaron a los perros, aunque estos ladraron con varias acciones legales afirmando que la puja no había sido tan transparente.
Sentado frente a la casa de Marcelo Torres, hoy alcalde de Magangué, el matemático Fernando*, uno de los exfuncionarios públicos que fue garante de aquella licitación, recuerda cómo hasta última hora cada uno de los pujantes puso trabas para que su adversario no se quedara con un contrato que para la época les significaba miles de millones de pesos. “La gente de Emilce ganó porque se dieron cuenta que El Perro no tenía las pólizas que exigían los pliegos de la licitación, que si mal no estoy eran como por 3000 millones de pesos. Entonces solo hubo un operador que cumplía con todos esos requisitos (…) ¡pues La Gata!”, recuerda el asesor del nuevo burgomaestre que se le atravesó a la hegemonía política que por muchos años manejó los recursos de ese municipio de Bolívar.
Enilce López Romero de pronto comenzó a tener empresas de apuestas que operaban en los departamentos vecinos. La más grande Uniapuestas con más de 9 mil chanceros; le sigue Unicat, antes llamada Apuestas el Gato, que tiene cerca de 7 mil vendedores; Aposucre con 5 mil; y Aposmar, con 4 mil chanceros. Hace poco en el bunker de la Fiscalía, La Gata le daba crédito a estas cifras afirmando que sus empresas familiares contaban con más de 20 mil chanceros y con cerca de 4 mil funcionarios. Dijo, además, que con ello había conseguido legalmente comprar más de 60 bienes y obtener varias cuentas bancarias. En realidad las autoridades dan cuenta de que sus empresas tienen 150 cuentas en reputados bancos con más dinero de lo que los ojos de La Gata podían ver.
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