De cómo andar por el mundo ligero de equipaje
Opinión

De cómo andar por el mundo ligero de equipaje

Por:
enero 02, 2015
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El ciudadano promedio, el de a pie, el que se debate diariamente entre el amarillismo de los medios de comunicación, las carreras de los asuntos cotidianos como el transporte de sus hijos o las idas al trabajo diario, el que paga impuestos y poco los ve, al que le aparecen las tijeras de corte en las facturas de los servicios públicos, en fin, el ser humano angustiado con su pequeño inventario de dificultades que salpimientan la vida corta y extensa, según la medida del tiempo; ese individuo al que nos referimos, carga un pesado fardo en sus hombros (¿se acuerdan del señor de sombrero y bacalao en la espalda que identificaba a un mítico suplemento para espantar los males acechantes de nuestra infancia?) y poco hace para aliviar dicha carga porque como Sísifo, piensa que su condena es la mejor forma de vivir bajo el castigo de dioses inclementes que le han prometido el paraíso en la otra esquina.

En este sentido, proponemos un pequeño recetario —que puede funcionar o no— de cosas que aligeran el equipaje para este instante mundo que nos tocó:

  1. Procure ver pocos noticieros en televisión. No es que renuncie del todo a estar desconectado de las cosas a su alrededor —qué tal que no se entere del próximo vendaval o terremoto anunciado y lo cojan desprevenido—, pero si lo libera de tanta pendejada que a veces son tan intrascendentes y que le mortifican e intranquilizan. El accidente del día, el atraco de la esquina, el robo de celulares, la epidemia de gripa, el consumo exagerado de calorías, el saqueo al erario; todas esas cosas lo mantienen a usted en un insomnio inconsciente frente a la posibilidad que usted sea premiado con cualquiera de esos apocalípticos sucesos.
  2. Luche hasta el cansancio por adquirir el hábito de la lectura. Pero buenas lecturas. Novelas ejemplares, poesía irreverente, cuentos fantásticos, prosa delirante y mundos imaginarios donde de seguro estará mejor que en este donde respira. La imaginación de los buenos escritores es como ese bálsamo que se necesita para drogarse sanamente y escapar a dimensiones desconocidas.
  3. Hable de filosofía. Bueno pero eso implica leer filosofía. No importa si cita a los presocráticos o a los socráticos, a Platón o Aristóteles, a Husserl o a Descartes, a Popper o a Habermas o a cualquier otro moderno o contemporáneo; más Platón y menos Prozac recomienda Marinoff para estos tiempos. Hablar de filosofía no solo es citar a los filósofos, también es la práctica en el día a día de las preguntas esenciales: ¿a qué vinimos a este mundo?, ¿a consumir como locos? ¿Quiénes somos? ¿Para dónde vamos?
  4. Vuelva a la cueva de Altamira. O a la más cercana a donde usted vive. Es una licencia poética en cierto sentido. Retorne a la tribu, al clan a la horda. Piense que ellos, los primeros homus erectus, vivían con lo esencial y eso no ha cambiado por mucho que se hayan inventado los mega centros comerciales. Esas cuevas de la modernidad no sirven para nada, solo para acabar con su tranquilidad trashumante.
  5. No envidie las desgracias ajenas: el carro último modelo del vecino, la liposucción de la vecina, el amigazo del compañero de trabajo que va y viene entre el Congreso y La Picota, las fotos en USA en las redes sociales de sus amigas del salón de belleza y el último celular que parece salido de viaje a las estrellas. Este orgulloso de sus humildes y preciosas posesiones: tranquilidad, pocas deudas (cartón de la tienda del barrio por lo menos), caminar solo por cualquier calle, esquivar mototaxis y ver como se escurre el mísero sueldo con tres retiros en cajeros.
  6. Escuche música de la buena. No las que le plantean a usted dilemas sexuales contra la pared, o de serruchos afrodisiacos o infidelidades lacrimosas. Atrévase a conocer la música clásica, o a los juglares de su tierra, a la música en otros idiomas (la música árabe e hindú es amena también, el jazz es encantador y hay rock que se deja saborear).
  7. Compre en plaza de mercados. Diviértase con los pregones que anuncian el ají milagroso, la lechuga hechicera, el apio incansable, el cilantro pervertidor, las coles altaneras, los tubérculos con la dosis mínima de tierrita y las frutas que saben a besos en lo oscuro. Huya de esos fríos cajeros y empacadores de los supermercados, autómatas del comercio en serie y de saludos prefabricados.
  8. Ame a todo lo que tiene vida. Al mosquito (mosquita) que solo vivirá 72 horas y que necesita un poco de su sangre, a la hormiga que transita orgullosa por el sendero de su imponente cocina, a la abeja que le poliniza el mundo a sus próximos nietos (los suyos, no los de la abeja), a la cucaracha que le limpia la casa, a la lagartija que se alimenta de sus cucarachas, al perro callejero que lo mira a usted con palabras en los ojos, al gato juguetón que se burla de usted por su mísera condición de terrícola y además,porque él sabe que no es de este mundo y ame —por qué no— también al ladrón que algo le quita al que mucho tiene y sigue sonriendo con su desgracia de querer robarse hasta sí mismo.

Coda: sí es posible inventarse un mundo a la medida de cosas esencialmente sencillas y trascendentales. No a las complicaciones de un mundo perverso que solo se sirve de su mísera condición de consumidor que cede a los impulsos y secreciones de su bilis emuladora.

 

Fecha de publicación original: 14 de marzo de 2014

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