De Columbia no se dice

De Columbia no se dice

El común denominador en la experiencia de quienes salen del país es enfrentarse a comentarios desobligantes relacionados con las drogas

Por: Diana Patricia Jaramillo Peña
septiembre 14, 2023
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De Columbia no se dice

El sol golpea fuerte en la ventana, la sombra que hace la rama contra el vidrio se refleja en la cortina, se mueve suave de un lado para otro, tan simple y bella, como tantas cosas bellas de Colombia.

Ubicada estratégicamente al norte del cono Sur, está nuestro terruño, nuestro espacio vital con sabor a tamal y lechona, a changua y sancocho, a toda la variedad de arepas: costeña, paisa, santandereana, boyacense; de todos colores, diseños, sabores y aromas, juntas deliciosas para foráneos y lugareños, con adiciones gratuitas de: mi amor, biscocho, mami, papi, vecina (o) en el menú, y es que con algunas excepciones, la calidez forma parte de nuestra idiosincrasia, pese a las dificultades encontradas en torno a esos temas que todos conocemos y sabemos que nos afean en el orbe entero.

Ser colombiano fuera del territorio es una experiencia casi extrema ¿A cuántos ha tocado recoger la dignidad del suelo y volverla a empacar en las maletas, una vez revolcada hasta los sesos? La cinta carga el delito de ser colombiano(a); la mayoría son culpables hasta que se verifique que son inocentes. Las cinco maletas han sido sacadas de la cinta, revisadas exhaustivamente antes de que sus propietarios las recojan.

Al buscarlas en el carril correspondiente observan sus objetos arrebatados en el suelo, se miran entre sí, se cuestionan porqué tal cosa, se enfurecen, madrean a nadie, nadie los escucha porque a nadie importa, los latinos son tenidos por ciudadanos de segunda clase, muy particularmente los colombianos (as)…Se tranquilizan, quedan en absoluto silencio, y en absoluto silencio recogen sus cosas con rabia, con la rabia de quien es honesto y es agredido.

Una de las maletas ha quedado coja, le han arrancado dos de las ruedas dejándola inservible, fue a parar entre el montón de maletas desechadas por dudas parecidas. La imagen movida desde los años 80 laceró nuestra condición de ciudadanos globales, y tiene mucho peso aún. En algunos casos con sobrados motivos, y en otros, con sobrado abuso, y por si acaso.

El atuendo, el apellido, si viajan muchos, si viajan solas, pero básicamente se trata de la nacionalidad. En un aeropuerto X hay una fila con cuatro pasajeros extranjeros, un francés, una mujer alemana, un sujeto norteamericano y una mujer colombiana; lo más probable es que todos pasen por los filtros de seguridad sin ser molestados, y manoseados en la entrepierna, la espalda, el abdomen, el pecho, la cadera, la nuca, los antebrazos, a excepción de ¿quién? ¿es el trato merecido?

Una cosa son los protocolos de seguridad universales en los aeropuertos, y otra cosa es la categorización de los pasajeros porque ¡Ajá! Por otra parte, en ámbitos como el académico, el laboral y el social; el común denominador en la experiencia de quienes salen del país es enfrentarse por lo menos dos veces a comentarios desobligantes relacionados con las drogas; siempre sale a relucir el nombre de Escobar, con risita burlona: ¡Colombia, haha, Escobar! La reacción más natural ante esta afirmación es: ¿Colombia? Colombia es agua, cordilleras, gente amable y trabajadora, es café, playa, frutas y flores exóticas… Es Gabo y Shakira…

Porque están siempre en la punta de la lengua, pero ¡¡¡carajo!!! También quieres regurgitar: Colombia es Doña Lucía, la señora con su carrito de arepas blancas rellenas de queso, mantequilla y sal que saben a cielo; o Don Agustín, el maestro de obra por allá en los llanos del Meta con una sabiduría ancestral mezcla de ingeniero civil y arquitecto, o Doña Ana, una mujer verraca que arregla casas y es incapaz de cogerse una aguja; aquí la lista es larga, por lo que queda a la imaginación y empatías personales. Y todo lo demás que nace del corazón, y nos representa.

Al terminar de defender nuestra identidad, queda un silencio incómodo, en esa pausa, continúa sin freno la cabeza haciendo crecer la lista de los pros: y esos ríos que merecen toda nuestra admiración y respeto; y las selvas… Y además, allá en nuestra confrontación profunda hay que admitir con guayabo, no del que ha bebido, sino del que está triste, que todo aquello que no queremos nombrar también nos habita como sociedad. Se esperaría que no se replicaran de manera injusta las frases intrigantes que nos desprestigian.

Conocer primero en verdadera magnitud a cada compatriota, que ingresa a otros países donde construyen vínculos de amistad duraderos, además de relaciones afectivas; que en su mayoría son constructivas, pocas terminan siendo un fiasco porque las intenciones no son loables, cosa que no se puede desconocer, mientras algunos ingresan con el ánimo de practicar el turismo juicioso, acceder a la educación superior, participar de congresos, pasantías, cursos de verano, visitar a familiares o amigos, viajes de trabajo, otra parte lleva intereses distintos en donde el adjetivo se torna opaco; sin embargo, no está bien generalizar.

Creería que el sentimiento más profundo que surge frente a esta visión inacabada de lo que significa ser colombiana (o) es una necesidad imperiosa de dejar la mejor versión de ciudadano en cada lugar que se visita, y en el trato con los demás, en el uso de las cosas, el cumplimiento de las normas constitucionales de cada país, incluido el propio.

Por otro lado, es una realidad evidente, que muchos europeos y norteamericanos son adeptos a la pureza de sangre, y aún en este siglo, se siguen pensando como ciudadanos de primera, incluso siguen considerando como en los pasados siglos que el color de piel y la procedencia son determinantes para establecer vínculos. Cosa bien distinta ocurre en Latinoamérica, a los latinos nos gusta que nos visiten los extranjeros.

Poco y nada importa de donde provengan, lo importante es que vengan y se lleven una imagen bonita del país, en el caso concreto de Colombia. Hay muchas cosas que se salen de control como la dinámica de los precios, pues hay quienes aprovechan para cobrar más de lo debido respecto a los servicios que prestan a los extranjeros en el ámbito del turismo, pero esto no se constituye en generalidad.

La constante es la calidez que impregna el trópico a los lugares y lugareños, y por supuesto, a los visitantes. Se refleja un poco a través de la vegetación: la sombra que dan la mata de mango, sapote y guama, por citar algunas, y las sillas sembradas a la entrada de las viviendas siempre dispuestas a recibir la visita, para echar rulo, para apreciar la vida, experiencia muy propia de las regiones del país.

Con todo, la responsabilidad de ser colombiana (o) fuera del mismo, es muy grande, no significa solo adaptarse a nuevas culturas, a otros idiomas, sistemas constitucionales, económicos, educativos, etc, significa un esfuerzo constante, como turista o como residente, cosa que a otros extranjeros (as) no sucede, para ser vistos (as) y aceptados (as) con buenos ojos y ganarse el respeto, que a muchos es dado por el simple hecho de tener otra nacionalidad.

Diana Patricia Jaramillo P @Safecreative

Licenciada en ciencias sociales de la Universidad de la Sabana

Especialista en ética de la Universidad Minuto de Dios

Magister en creación literaria de la Universidad Central

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