El sábado 24 de agosto, el Canal RCN informó al país acerca del aumento de la deforestación en los Parques Nacionales Naturales de la Amazonia; y de forma particular, la deforestación en el Parque Nacional Natural Serranía del Chiribiquete. La noticia estaba acompañada con una música de fondo que añadía cierto efecto dramático; acto seguido, el relato iniciaba con la siguiente frase: “la mano criminal de colonos en la Amazonía ha dejado marcas dolorosas en la tierra”. Así se trazó la línea general de la noticia, pretendiendo un peculiar sentido de la historia de la colonización, huella histórica de nuestro proceso agrario, sentido asistido por una marca: su carácter criminal.
Así, se pasó del proceso de colonización, huella histórica inequívoca de la inequitativa distribución de la tierra en Colombia, resultado de una fallida reforma agraria y de políticas públicas agrarias anticampesinas a un acto criminal, es decir, a una interpretación no solo peyorativa, sino penalmente acusatoria de la colonización. Al sumarle a esta interpretación que ese colono, se instala en parques a ejercer actividades ganaderas que destruyen la naturaleza y amenazan con expandirse, aparece así otra conducta tan delictiva como la anterior: la ganadería extensiva del colono. La colonización y su actual relacionamiento, mediático, con el crimen ambiental, conduce a la opinión pública a pensar en la mano criminal de los colonos. Es importante darle un giro a esta lectura tan “singular”.
Recientemente, por iniciativa del gobierno nacional, en especial del partido de gobierno, Centro Democrático, se insistió en la urgencia de volver a contar la historia; la obsesión que subyace a esta idea es la de que siempre se ha atribuido a la historia la posibilidad de configurar nuestra forma de decidir en el presente; pero, como lo decía Josep Fontana, la historia es un análisis del pasado, que tiene de trasfondo un proyecto social. No es preciso enfatizar en la forma como el Centro Democrático pretende, bajo un proyecto de sociedad, reescribir la historia de Colombia, pero sí hay algo claro: Colombia debe contar su historia, y en esa historia debe tener cabida el campesino-colono-ganadero que habita los Parques Nacionales Naturales, porque no es el criminal que muestran los medios noticiosos, en su insistente presentismo, sino que este campesino-colono-ganadero ha llegado a estas tierras, en esta triple condición, por circunstancias históricas que se deben contar y que se inscriben en una errática política de tierras y desarrollo rural, la cual, en su estrategia de concentración de tierras y su clara tendencia anticampesinista, ha enviado al campesino colono a abrir frontera agraria y en este sentido se trata más bien de un desplazamiento.
Cuando el colono se constituye en sujeto histórico y puede contar su historia se devela que es víctima y no victimario; que, en realidad, es el eslabón más débil de la cadena de la deforestación. Con ello podríamos cambiar el modo de concebir y planear las políticas públicas medioambientales. Así las cosas, incorporando la historia, podemos afirmar, parafraseando al Canal RCN, citado al inicio de este escrito: “la mano criminal de las políticas anticampesinas en Colombia ha dejado marcas dolorosas en el campesino-colono-ganadero”, marcas que amenazan con ser aún más dolorosas, si se omite esa parte de la historia que no se quiere contar.