Mi relato será fiel a la realidad. Al caminar, mis pensamientos comienzan a fluir, confiesa Javier Otálora. La ciudad en mi mente es muy distinta a la de mis mocedades, la cual mencionó Jorge Luis Borges en El libro de arena por allá en 1975. Solo diré que Popayán era una ciudad con universidad en la que caminar era un descanso.
Nada me costaría referir que en mi memoria escucho el trote de los caballos, como lo cuenta Hernández de Alba. Quedé desconcertado en el centro de la ciudad, inundado de vendedores informales en los andenes. En otro tiempo recorría el sector histórico y mientras lo hacía mis pensamientos evocaban los vitrales de la basílica, pero en el presente esta permanece cerrada. El monumento del científico luce la pátina del olvido y el parque invadido por la plaga en que se han convertido las palomas.
Con la lluvia hay que esquivar los charcos, y los transeúntes deben tener cuidado de que no los salpiquen. Las aceras cuarteadas no ofrecen seguridad. Las tapas de los medidores de agua han desaparecido. Mis pasos pueden terminar en una caída. Poco respeto por los semáforos, ni tiempo para el cruce de los peatones. Motos en zigzag dibujan la inseguridad. A los conductores en los trancones les esperan las grietas, los baches y el desaliento. Antiguamente no me preocupaba el tráfico, caminaba como pedagogía para resolver, enseñar u aprender con mis compañeros de colegio.
Y el desplazamiento desde la periferia puede tardar hasta el aburrimiento. Desaparecen los jardines, crecen los enrejados. Hay dificultades para que los chicos lleguen a tiempo a las instituciones educativas. Despacio, más despacio y parado son las leyes a las que ha llegado el tránsito. El azar acecha, el humo de los autos, conductores furiosos. No hay control ambiental, además la carencia de un transporte público efectivo.
Y al leer el lema de la administración ("Creo en Popayán"), recuerdo la pregunta de Ulrica.
—¿Qué es ser colombiano?
—No sé—le respondí— Es un acto de fe.
—Como ser patojo.
Las imágenes del pasado surgen cuando camino. Vienen a mi mente las noches iluminadas por las candilejas. Al deambular a la vista de arrumes de desechos. Caminando en la madrugada alguien me advirtió podría ser víctima de un atraco. Fui hasta la abandonada plaza de toros. En el nudo del comercio del centro hallé unas ruinas. Alguien me comentó que hasta hace un tiempo fue el centro comercial. Al dirigirme hacia la plaza de mercado Bolívar el vuelo de zamuros revoloteaba en el aire. Desconcierto ante el enmarañado mercado de la Esmeralda, el aeropuerto descomunal. Tuve el estremecimiento que la ciudad no tiene dolientes, pues ni siquiera hay la petar que haga posible que las aguas servidas no lleguen al río Cauca.
En la arena del tiempo se disuelve la ciudad, mientras a mí vuelve la imagen de Ulrica.