Estamos hartos de lo mismo, estamos cansado de las mentiras, estamos defraudados por nuestros líderes, no han sabido entender a la ciudadanía colombiana sedienta de un cambio real. Colombia es una nación complejísima, y sus líderes lo son aún más. El arribo de Gustavo Petro Urrego a la presidencia en 2022 se convirtió en un momento histórico sin igual que, sentíamos, generaría un cambio real, como lo prometía su campaña.
Más de once millones de votos le dieron al nuevo presidente un poder que ninguna elección pasada había podido alcanzar. Era un número mágico, lleno de buenas vibras: el país político temblaba, y los pobres de la nación festejaban.
Basta recordar ese hermoso video de la señora de servicios generales que, en un centro comercial, bailaba con la escoba en la mano, sintiendo una alegría inconmensurable. Su sonrisa era hermosa y estaba llena de optimismo. No voy tan lejos: ese mismo día, mientras Caracol TV daba la noticia, mi señora, con un par de lágrimas por la alegría de la victoria, vitoreaba a mi lado. Yo acompañaba esa alegría con efusiva emoción.
Petro y Francia habían logrado doblegar, en elecciones, a una clase política y económica violenta, excluyente, clasista, y poseedora de todos los vicios habidos y por haber. Esta dupla patriota representaba lo limpio, lo pulcro y, sobre todo, convertían a los Nadie en Alguien. Sin duda alguna —y nadie podrá negarlo— fue una elección histórica.
Pasa la fiebre, la algarabía, la festividad, y llega el 7 de agosto de 2022: Petro y Francia se posesionan. Comenzaba una nueva época que lograba superar veinte eternos años de uribismo. El desdichado gobierno de Duque se había esfumado; era apenas un espectro, un mal momento. Ahora sí llegaba la oportunidad para el pueblo. ¿Quién podría dudarlo?
Sin embargo, con esa buena fe que caracterizó el inicio del gobierno, comenzaron a colarse unos especímenes non sanctos, figuras que se incrustaron en el alma del proyecto gubernamental. Se trataba de esos políticos tradicionales que, aferrados al nuevo gobierno del "cambio", buscaban atravesarlo e impedirlo. Eran los "gatopardos" que se anunciaban en el horizonte, esos poderosos camuflados que se mimetizaban para mantener el poder. Tancredi Falconeri, personaje de la novela El Gatopardo de Giussepe Tomassi di Lampedusa, lo expresaba con lucidez a su tío Fabrizio:
“Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie” («Se vogliamo che tutto rimanga come è, bisogna che tutto cambi»).
Esta frase lapidaria resume el cambio cosmético, el cambio aparente: esa estrategia de acercarse al cambio de tal manera que resulte imposible perder los privilegios de clase. Así actuaron esos especímenes tradicionales, que comenzaron a generar noticias de última hora más por sus escándalos que por sus acciones en favor de las transformaciones prometidas.
Era imposible cambiar gobernando con los mismos de siempre. Entre ellos sobresale Armando Benedetti, el más sagaz, astuto y poco pulcro de los políticos colombianos de este siglo; el "gatopardo" por excelencia, acompañado de Roy Barreras y otros personajes similares.
Ya lo vamos observando: la obra de Lampedusa contiene una verdad contundente, aunque algo oculta en su historia novelada. El cambio no siempre implica progreso moral o ético. En un gobierno del "cambio", aquellos políticos que, al menos en apariencia, aplauden las transformaciones sociales, pueden seguir siendo igual o incluso más corruptos que sus predecesores.
No es objeto de este artículo encasillar bajo el formato lampedusiano a cada uno de los zorros de la política tradicional. Sin embargo, es innegable que varios de ellos han logrado mantener su estatus político y de élite. Antiguos santistas como Mauricio Lizcano, Juan Fernando Cristo, Roy Barreras, Alfonso Prada o, más recientemente, Laura Sarabia, han encontrado la manera de permanecer vigentes y resistirse a desaparecer.
No obstante, Armando Benedetti, cuyo nombre parece ser sinónimo de escándalo político nacional, podría ser la síntesis más pura de este vicio insoportable que tiene hastiados a la mayoría de los colombianos. Benedetti no es solo un “gatopardo”; es un feroz león que, con sus fauces, mantiene agarrado del cuello al presidente. Un apretón más de esas mandíbulas, y fractura el cuello de su inofensiva víctima.
¿Por qué Armando Benedetti y los demás políticos mencionados pueden clasificarse dentro de las estructuras lampedusianas o gatopardistas? La respuesta radica en su notable adaptabilidad política. Han demostrado una habilidad excepcional para cambiar de alianzas a lo largo de sus carreras, moviéndose con facilidad entre diversas corrientes ideológicas, si es que alguna vez han tenido una ideología concreta.
Benedetti, en particular, es un ejemplo paradigmático. Ha sido uribista, santista y petrista, lo que deja claro que su verdadera "ideología" es el acomodamiento, sin el menor amago de vergüenza. Este constante desplazamiento político no puede interpretarse más que como una estrategia calculada para mantenerse vigente y relevante en el cambiante contexto político.
Su capacidad para moldearse al poder de turno quedó expuesta incluso en la vergonzosa discusión pública con su examiga Laura Sarabia, donde él mismo parecía reclamar su lugar en el entramado político. Este comportamiento es una prueba más de cómo personajes como Benedetti encarnan la esencia del gatopardismo: aparentar cambio mientras se perpetúan en el poder y protegen intereses personales, lo que pone en seria duda su compromiso genuino con las ideas progresistas del gobierno del presidente Petro.
Desde su rol en la campaña presidencial, Benedetti ha sido protagonista de múltiples escándalos de primer orden. Su influencia es tan nociva que, cuando Petro lo nombró asesor con oficina en el piso tres del Palacio de Nariño, el interior del gobierno estuvo al borde de la fractura. Es evidente que la trayectoria del feroz “gatopardo” criollo responde más a sus intereses egocéntricos y a la perpetuación de su influencia política que a un verdadero deseo de transformación estructural.
Se puede aceptar, entonces, que el "cambio" al que se adscribió Armando Benedetti fue utilizado más como una fachada. Al igual que los "gatopardos" de Lampedusa, el exembajador de Colombia ante la FAO, exembajador en Venezuela y actual asesor presidencial representa a aquellos actores que se suman al discurso del cambio para moldearlo según sus propios intereses, como ya se ha mencionado.
En lugar de impulsar una ruptura con las prácticas políticas tradicionales, su presencia en el gobierno de Gustavo Petro se puede interpretar como lo que realmente es: un serio obstáculo para la materialización de un cambio auténtico.
Personajes tan siniestros como Benedetti y otros similares no solo fallan en contribuir al avance de los ideales del cambio, sino que perpetúan dinámicas de bajas pasiones políticas que alimentan la corrupción y oscurecen los nobles objetivos del gobierno desde su inicio. La figura de Benedetti encarna el escepticismo de muchos ciudadanos hacia el "cambio" prometido.
En lugar de representar una renovación, el gobierno del presidente Gustavo Petro Urrego, con Benedetti como figura central y junto a otros políticos acomodados, termina simbolizando la continuidad de prácticas que se esperaba superar. Aunque no todas podían erradicarse de golpe, al menos debía haberse iniciado un proceso gradual bajo un liderazgo con autoridad moral y una ética de alta calidad y transparencia, que se suponía, representaba el actual Presidente de la República.
Hoy todo ese gran proyecto de la moral es solo parte del pasado, algo que ya no fue ni, al menos en este gobierno, será.
A la fecha, solo queda decir que Gustavo Petro se ha convertido en el defensor a ultranza de este "gatopardo". Benedetti, con siete investigaciones encima sin contar la del evidente maltrato a su esposa en España mientras era embajador ante la FAO y sin el más mínimo rubor, y con un presidente que parece atemorizado y titubeante ante su presencia, ha contribuido a socavar la legitimidad del llamado "gobierno del cambio"; un gobierno del cambio que fue elegido con la esperanza de un pueblo, que fue más de lo mismo, un cambio para que nada cambie, un cambio que nunca fue.
ADENDA.
Sigo apoyando los intentos de reformas del gobierno del presidente Petro, pero cada nuevo escándalo deja un mal sabor de boca. En una entrevista a la representante Jennifer Pedraza en El Espectador del 29 de noviembre ella hace un análisis juicioso y preciso sentenciando que el gobierno del presidente Petro tomó las “banderas de la izquierda y las entregó a la derecha”, tal vez se quedó un poco corta, yo más bien diría que tomó las banderas de la izquierda y se las entregó a la más baja y vulgar clase politiquera del país y ello supera las tendencias ideológicas, si no, pregúntenle al exPolo Democrático Olmedo López.
Hasta la próxima.