A Álvaro Uribe Vélez le ha tocado defender su nombre en los estrados judiciales de las acusaciones que lo tildan de mafioso y paramilitar. Lo cierto es que ha sabido defenderse, así las pruebas que lo incriminan digan todo lo contrario y afirmen, aunque él y sus partidarios las desmientan fervientemente, que su apellido siempre estuvo relacionado con gente no tan proba de su departamento de origen: Antioquia. Directa o indirectamente lo relacionan con los Villa, Calle, Ochoa, Vásquez, Vasco, Gaviria y Sierra, familias paisas que muchos vinculan con el narcoparamilitarismo que dio origen a una parte de la violencia que hoy muchos quieren desconocer.
Igualmente, lo relacionan con la famosa Oficina de Envigado (que en sí son varios grupos mafiosos que manejan la escena criminal, según las épocas y guerras que les toque afrontar), acusándolo hasta de ser su líder y financiador desde mucho antes de haber llegado a la presidencia. No se puede decir a ciencia cierta que todo esto sea una verdad, pero cada vez que su nombre aparece salpicado en algún escándalo el nombre de un mafioso sale a relucir. Así no lo haya hecho público, algo de vergüenza debe tener. Su fallecido hermano Jaime Alberto Uribe estuvo vinculado sentimentalmente con el clan de los Villa, dejando en esa familia una hija que ha sido condenada por narcotráfico. Juan Guillermo Monsalve, el testigo estrella de su actual proceso judicial, ha dicho que en una hacienda de la familia Uribe surgió el Bloque Metro. Uribe siempre ha dicho que semejante acusación no es más que una vil patraña de sus enemigos políticos.
Pero es que se hace difícil pasar por alto estos rumores, cuando los testigos que salen a defenderlo tienen un pasado criminal y hasta han llegado a decir, si se estudian todas sus declaraciones, que él no puede negar que el paramilitarismo nació con su apellido. Por eso decía el tristemente célebre narcoterrorista Pablo Emilio Escobar Gaviria, al que algunos consideran pariente lejano suyo, que “la familia termina siendo nuestro talón de Aquiles”. Por más que se oculte una verdad, sea esta criminal o de clase, siempre se va a remover en el pasado eventos o situaciones que la plata y la fama no pueden ocultar. La realidad es esta: muchos criminales antioqueños, sin que lo que se diga sea solamente un indicio para la difamación, terminan involucrados con el ejercicio público de Álvaro Uribe Vélez.
Ahora se entiende por qué se le persigue: a muchos les duele que el hombre al que consideran un mafioso sea el más importante de los últimos veinte años de este pueblo bananero. Sin embargo, a este hombre lo apoya mucha gente prestante, empresarios y ganaderos que igualmente se relacionan con la ilegalidad y que son la base de su colectividad: el Centro Democrático. De esta gente no se puede esperar una derecha seria y férrea, que le haga frente al enemigo comunista que nos respira en la nuca, cuando los valores de la legalidad están manchados por el sucio emprendimiento de la ilegalidad. Cierto o falso: cada vez que el expresidente tenga que salir a defender su nombre, la presencia de un miembro de la Oficina de Envigado le recordará lo que todos dicen: Uribe es un mafioso.