Observando el vuelo de las aves, su manera de comer, las entrañas de los animales muertos, las nubes, las actitudes de mamíferos y reptiles y otros signos, el augur, un sacerdote vitalicio de la antigua Roma ejercía la adivinación oficial. Tales prácticas fueron conocidas por los españoles y de ahí pasaron al nuevo mundo donde cada región hizo adaptaciones y variantes mezcladas con creencias indígenas y africanas. Este pudo ser el origen del DANE y de la mayoría de nuestros agüeros.
El 13 es considerado de mala suerte quizá por los trece comensales de la última cena o porque la escalera por donde subían los condenados a muerte tenía trece peldaños. Hay hoteles sin habitación trece y viajeros alérgicos a sentarse en esa fila de los aviones. Para los chinos el número maligno es el 7.
La agüerología considera infortunado que alguien se cruce de camino con un gato o un entierro y aseguran que romper un espejo atrae la ruina del que lo rompe. Esta creencia viene de la Italia renacentista cuando se puso de moda entre los ricos colocar grandes espejos de sala, hechos con cristal sobre lámina de plata. Eran tan costosos que si un sirviente quebraba uno debía trabajar siete años para reponerlo.
Otros indicios funestos según los agüerólogos: hallar una mariposa oscura en el dormitorio, derramar sal en la mesa, abrir un paraguas dentro de la habitación o poner la cartera en el suelo. Decían los abuelos que si una libélula llegaba a la casa o la candela hacía ruido, era el anuncio de la visita de un huésped inoportuno. Si cantaba una gallina, debía echarse a la olla enseguida porque traía mala suerte.
En cambio se consideraba favorable tropezar con un giboso. En la revolución francesa guillotinaron apenas a quince mil personas, pero los defensores de los condenados no daban abasto pidiendo clemencia a los tribunales. Muchos jorobados enriquecieron prestando su espalda para que sobre ella firmaran los memoriales, debido a la escasez de mesas.
Para neutralizar las malas energías la gente recurre a los amuletos.
Encontrarse una herradura era signo de buena fortuna, porque hubo conquistadores españoles que les ponían herradura de oro a sus caballos.
Tocar madera libra de la mala suerte. Viene de la costumbre de tocar los santos de palo en las iglesias.
Entre los amuletos figuran otros con poderes similares a la cola de guerre y la uña de la gran bestia: el llavero de pata de conejo, el trébol de cuatro hojas, los calzoncillos al revés, la escoba parada detrás de la puerta para despachar una visita y la mata de sábila para correr las brujas y conseguir dinero. En mi pueblo había una mata de sábila colgada por dentro del campanario.
Muchos personajes famosos usaron amuletos. Gabo ponía una flor amarilla en un jarrón de su estudio. Decía que sin la flor no podía escribir.
Cuando estaba pintando sus frescos en la Capilla Sixtina, Miguel Ángel evitaba pasar debajo de escaleras y andamios para no casarse con una viuda. Tal vez a ello se deba que murió soltero.
La contra del pintor Alejandro Obregón era el cascabel de una serpiente en un frasco. Casi se separa de Josefina del Valle porque esta aprovechó una ausencia del maestro para asear el estudio y botó el talismán a la basura. Por fortuna, sus amigos consiguieron al otro día un rabo de cascabel en Barranquilla, cambiándolo por un lienzo del artista.
En el último día de diciembre los creyentes recurren a sahumerios, aromas, velaciones, conjuros, cucos amarillos y las doce uvas tragadas aprisa pidiendo un deseo a cada una de las campanadas. En las redes sociales aparecen varios agüeros actualizados, entre ellos uno especial para los políticos que deseen ganar las próximas elecciones: deben despedir este año dándole la vuelta a la manzana con una maleta llena de dinero.