La guerra terminó y ganaron los malos. La democracia ya no es fiable. Si la mayoría está corrompida es un error que la gente sean los encargados de elegir presidente. Por eso Trump, por eso Bolsonaro, por eso vivimos la dictadura de la estupidez.
Sólo era cuestión de tiempo que un personaje como Rodolfo Hernández apareciera en el convulso cielo de la política nacional. La mayoría de colombianos no saben –ni les importa- cómo fue su gestión como alcalde de Bucaramanga en donde ni siquiera pudo terminar su periodo, no les interesa saber que su hijo estuvo metido en un escándalo en donde se robaron más de 60.000 millones de pesos y que trata como si fueran sirvientes a sus empleados. Eso les tiene sin cuidado. Las razones por las que votarán por él es la misma que usaron para elegir a Uribe en el 2002: es que él sí sabe dar en la jeta marica.
Muy pocos, fuera de Santander, sabían quién era Rodolfo antes del 28 de noviembre del 2018. Ese día su nombre empezó a volverse presidenciable después de propinarle severa cachetada al concejal John Claro en su despacho de la alcaldía de Bucaramanga, luego de recordarle la participación de su hijo en el escándalo de las basuras que había dejado un hueco del tamaño del cañón del Chicamocha en el presupuesto de la ciudad.
Rodolfo entonces apareció en todas partes, fue meme, manifiesto y tendencia. En todo el país anhelaban un mandatario del talante del ingeniero. Rodolfo inmediatamente tocó la fibra de los habitantes de este país ya que él encarna el sueño colombiano: llegar a viejo siendo un potentado golpeador. Por eso le perdonaron todo, desde las amenazas de muerte que se hicieron públicas a sus opositores, le perdonaron incluso el lapsus de nombrar a Hitler como el mandatario que más admiraba.
En esta era posapocalíptica –sí, el fin del mundo ya ocurrió- ya no se hace política en plaza pública ni en debates sino a través de la propaganda. Es triste que un creativo del tamaño de Ángel Beccassino haya dado su talento para imponernos un Trump que nos salvaría del comunismo, de un supuesto salto al vacío. Desde esta columna he criticado a Petro y he expresado los reparos que tenía al lado de darle mi voto a un megalómano consumado como él.
Sin embargo, viendo la manera como la gente está saliendo –de nuevo- a votar con odio, me tragaré con gusto todos los sapos –Benedetti, Roy, y los tales Levys y Lalys- con tal de no ser cómplice de lo que los cinco millones de uribistas nos quieren imponer: que si este país no era para Fico entonces mejor que sea arrasado.
Porque eso significaría un gobierno de este magnate, un intolerante incapaz de confrontar ante los colombianos sus propuestas de gobierno. Es una cachetada la que recibimos los colombianos su decisión de no asistir a debates. Como bien lo dijo Félix de Bedout en uno de sus trinos: “Un candidato que se niega a debatir sus propuestas se convertirá en un mandatario que eludirá responder por sus actos”. Pero eso no importa, no importa nada con tal de que no gane Petro.
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La imagen que Beccassino ha intentado vender del santandereano: el capataz, atarvan, machista e intolerante que les recuerda al papito adorado que los despertaba a correazos
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No importa por ejemplo que Rodolfo cuente orgulloso como su mamá le daba con el cable de la plancha porque así se forman los hombres, no importa que él crea que la mujer deba estar mejor en la cocina, o que grite y destruya con sus gritos a una de sus secretarias más cercanas mientras fue alcalde. Es más, ese desprecio probado de Rodolfo por las mujeres da votos. Incluso da votos de mujeres.
Rodolfo les recuerda al abuelito maltratador y “digno de respeto” que toda familia arrastra como un peso muerto. En este momento el teflón de Rodolfo lo dan sus golpes. No importa que, aunque sea el autoproclamado paladín de la anticorrupción, esté imputado por corrupción, en las encuestas su subida es indetenible y, viendo como lo recibieron en plazas tan uribeñas como Medellín, los fachos lo adoran.
Lo adoran porque es la última esperanza de que no llegue un guerrillero al poder. Por eso, en este momento, si Rodolfo Hernández, en plena plaza de Bolívar, decide liberar sus demonios y golpear hasta la muerte a una periodista, reforzaría la imagen que Beccassino ha intentado vender del santandereano: el capataz, atarván, machista e intolerante que les recuerda al papito adorado que los despertaba a correazos. Las ideas son ya tan inútiles en la política como un porro mojado.
Así que es perfectamente lógico que en un país que decidió votar por la no resolución negociada de una guerra, que premió a Uribe con un 75 % de popularidad a pesar de que en su gobierno el Ejército mató a 6.500 muchachos inocentes y los hizo pasar por miembros de la guerrilla, un país que considera héroes a genocidas como Carlos Castaño y Salvatore Mancuso, es perfectamente lógico que escoja a un golpeador como Rodolfo Hernández como su presidente. Lo extraño, lo ilógico, es que acá escogiéramos las ideas por encima de las emociones y el odio.