Juan Manuel, con apenas 17 años, se encerró en la oficina del pabellón de cirugía de la Clínica Kennedy. Luis Carlos Galán, su papá, acababa de morir. 18 de agosto de 1989, 8:00 p.m. Ya no lloraba, ahora pensaba. Como le confesó años después a Juan Lozano, otro galanista, si César Gaviria hubiera estado ahí la tristeza se hubiera atenuado. Gaviria, recién salido del Ministerio de Gobierno y de regreso a su ciudad natal Pereira, había sido escogido jefe de debate de la candidatura presidencial de Galán. Se había ganado la confianza de la familia.
Juan Manuel nunca había visto a su padre tratar con tanto respeto a alguien como lo hacía con el ex representante a la Cámara por Risaralda. Galán acostumbraba a establecer con los que lo rodeaban relaciones jerárquicas. Con Gaviria la conversación era de tú a tú. Juan Manuel sabía, que aunque había gente más cercana, César Gaviria sería el reemplazo que hubiera preferido su padre. Gaviria estaba en Valledupar, en plena campaña, y Juan Manuel contaba las horas para que regresara.
Durante toda la noche el primogénito de los Galán trabajó en la oficina el discurso que leería en el entierro de su padre. A ratos su prima, la libretista, Juana Uribe, le traía café. Ella misma reconoció años después que fue esa noche en la que Juan Manuel se convirtió en un hombre. Juana le ayudó a pasar el discurso en su computador. De ese histórico escrito quedarían tres copias: la que el hijo mayor del caudillo leyó en el cementerio, la que le regaló a su abuelo Mario Galán Gómez y la que se llevó Galán a la tumba.
Del otro lado de la cordillera, en Valledupar, Gaviria estaba atrapado en una tempestad. Lograron conseguirle, después de cien llamadas, un avión pequeño que lo trasladara a Bogotá. Gabriel Silva, quien era en ese momento asesor del presidente Barco en temas de narcotráfico y con quien había compartido muchas horas en el gobierno, lo llamó al aeropuerto y le advirtió: tenía que enarbolar las banderas del Nuevo Liberalismo. Gaviria, de origen liberal y desde cuyas toldas había aceptado apoyar al candidato de este movimiento, atribulado, no sabía qué pensar. Recordaba los intentos en vano de convencerlo de viajar con él a Valledupar. Había información rondando que advertía la posibilidad de un atentado en Soacha. Galán nunca le hizo caso.
El domingo 20 de agosto, llevaron el cuerpo de Galán al Capitolio Nacional a rendirle un último homenaje; durante treinta horas miles de personas visitaron el féretro. En el apartamento de la familia en el norte de Bogotá, en la calle 88, Gloria Pachón leyó el texto y entre lágrimas le expresó al hijo mayor el orgullo que sentían por él. Trataron vanamente de conciliar el sueño. Al otro día, el lunes, mientras miles de colombianos se despedían del líder, al interior del Nuevo Liberalismo, el movimiento fundado por Galán 9 años atrás, se movían las intrigas. El senador José Blackburn y el concejal Patricio Samper consideraban la posibilidad de respaldar la precandidatura de Ernesto Samper, quien competía con Galán y Hernando Durán Dussan en la Consulta liberal.
Las dudas las disipó, sorprendiendo a todos, el joven Juan Manuel Galán a las 11:00 a.m. en el Cementerio Central de Bogotá: “Quiero decirle al doctor César Gaviria, en nombre de mi familia y del pueblo, que en sus manos encomendamos las banderas de mi padre y que cuenta con el respaldo para que sea usted el presidente que Colombia necesitaba y quería". Una jefatura de Gaviria no da garantías para escoger un candidato presidencial de manera transparente. La suerte estaba jugada.
Las palabras del joven Galán, en un escenario de asombro y desconcierto por el asesinato del carismático líder, colocaron a César Gaviria en el camino de la presidencia. Ganó 8 meses después la consulta liberal y el 27 de mayo la presidencia de Colombia. Tenía 42 años.
Ya presidente, uno de los primeros nombramientos fue el de Gloria Galán en la Embajada de la Unesco en París. Los hermanos Juan Manuel, Carlos Fernando y Juan Claudio se formarían en Francia; el mayor en Ciencias Política y un magíster en política internacional. Gaviria gobernó con gente que escogió, preferiblemente sin mayor historial político, el famoso kinder. A la mayoría de los de Galanistas pura sangre, 28 de ellos, prefirió distanciarlos del núcleo de poder, preferiblemente con cargos diplomaticos en el exterior como ocurrió con uno de los más cercanos a Galán, el también pereirano Iván Marulanda, quien fue nombrado embajador en la FAO en Roma.
Gaviria, hasta el 2017, siempre había cuidado las relaciones con la familia Galán. Más cordialidad y respeto que otra cosa, asegurándole al primogénito de los Galán apoyo político en el Partido Liberal por el que salió elegido senador con una muy buena votación en dos ocasiones. Sin embargo para las elecciones legislativas del año pasado le dio un golpe inesperado. Colocó como cabeza de lista al barranquillero Gómez, una decisión que llevó a Juan Manuel Galán a romper con el Partido Liberal y no presentarse a las elecciones. Los Galán se propusieron revivir el Nuevo Liberalismo, el partido fundado por su padre también en disidencia de la bandera roja, pero no han corrido con suerte frente al Consejo Nacional Electoral que les ha ha negado la Personería. Treinta años después de su muerte, quien estaba llamado a continuar con el proyecto de Luis Carlos Galán, el hoy ex presidente Cesar Gaviria terminó de darle un puntillazo, dejando a Juan Manuel Galán a la deriva dentro del liberalismo. De allí su afirmación con un dejo de sin sabor: “Nunca le hubiera dado las banderas del partido a César Gaviria”.