Darío Barberena aprendió todo lo que se necesitaba saber sobre la justicia social y las oportunidades que reclamaban los excluidos de la mano de su padre, Alfonso Barberena Tascón, alcalde de Cali entre junio de 1971 y mayo de 1973, pero ante todo un líder popular, a pesar de pertenecer a la élite caleña. De origen gaitanista, compartió desde su arranque las ideas del MRL, el área más radical del Partido Liberal, identificando el centro de los problemas de Cali en los miles de familias desplazadas por la violencia entre conservadores y liberales que debían reubicarse, de ahí la defensa de los ejidos, aquellas tierras de propiedad pública usurpadas por urbanizadores piratas. Parada junto a él, más radical incluso estuvo siempre Balvaneda Álvarez una maestra nacida en Cartago, cuya presencia y talante determinaron la vida de su único hijo: Darío.
Desde los años setenta, a su regreso a Cali después de una breve permanencia en Londres, se embarcó en su lucha incansable; se llenó los zapatos de barro hablando con los líderes de base y le apostó al camino liberal recorrido por su padre, que pronto se agotó. En 1984 tomó las riendas de la Secretaría de Integración Popular de la Presidencia en el gobierno de Belisario Betancur desde donde se proyectó con el apoyo del PNUD de Naciones Unidas el Plan Nacional de rehabilitación que irrigó recursos y sembró esperanzas en las regiones apartadas del país. Su vinculación con Naciones Unidas lo llevarían a trabajar en Nicaragua, a participar en la transición democrática en cabeza de Violeta Chamarro. Pero su lugar estaba en Colombia y la oportunidad de contribuir a la construcción de la paz la encontró en el apoyo a la negociación del Gobierno de Andrés Pastrana con la guerrilla de las Farc, donde de nuevo el PNUD, bajo la dirección de Franco Vincenti en Colombia y quien también había participado del proceso en Nicaragua, pesó.
Pero su gran realización la encontró Darío a comienzos de este siglo al lado de los jóvenes excluidos de las barriadas populares urbanas con un ambicioso proyecto denominado La Legión del afecto, cuyo posibilitador desde el gobierno nacional sería Luis Alfonso Hoyos, en ese momento director de la Agencia Presidencial para la Acción Social en el gobierno de Álvaro Uribe. Este proyecto innovador y creativo que no solo le abría horizontes a miles de jóvenes postrados por la ausencia de oportunidades sino que los convertía en fuerza transformadora a través de la cultura y creatividad en las regiones azotadas por la violencia en los rincones más apartados de la Colombia profunda.
Como todo un visionario Darío Barberena colocó a los jóvenes en el centro de las urgencias del país, cuando pocos lo visualizaban. El fin abrupto de la Legión del afecto, golpeada por los cambios de gobierno, que dejó tantos sueños aplazados paso de la ilusión a ser una fuente de aflicción; una frustración que Darío sintió con una tristeza arrasadora en los últimos años de su vida, hasta su muerte el pasado 18 de marzo en Cali. Sus cenizas regresaron este lunes a su terruño en la vereda Costa Rica en Ginebra, a donde fue despedido por decenas de jóvenes legionarios de todo el país, a quienes la fuerza de la Legión les iluminó sus caminos vitales.