En algún recoveco del Centro Nacional de Memoria Histórica, quizá el más oscuro de todos: el cajón del escritorio de su director, yace una carta que jamás habría de ser respondida. Aguantando el peso monumental del olvido, la carta, aquejada y dolida, permaneció en ese recoveco por más de cuatro meses sin poder difundir las palabras que en ella estaban consignada. No es hasta estos momentos en que nos enteramos de su vital contenido y, como si fuera poco, la revelación no ha llegado del destinatario sino del remitente: la Coalición Internacional de Sitios de Conciencia.
Conformada por 275 miembros, desplegados en 65 países alrededor del mundo, la Coalición Internacional de Sitios de Conciencia ha notificado con una carta enviada desde Nueva York la salida nada honrosa del Centro Nacional de Memoria histórica. El deshonroso hecho no es de interés menor, a la coalición pertenecen importantes instituciones de memoria histórica como: The Tenement Museum en Estados Unidos, encargado de relatar las historias de inmigrantes en busca de oportunidades en suelo norteamericano; The Gulag Museum at Perm-36 en Rusia, reconstruye las historias de todos aquellos presos políticos en tiempos de la Unión Soviética; Maison des Esclaves en Senegal, cuya tarea desde 1980 ha sido mostrar las condiciones degradantes y los horrores a los que fueran sometidos millones de esclavos y esclavas en los tiempos de la colonización del nuevo continente americano; y Memorial Paine en Chile, encargado de restaurar la memoria de quienes perdieron la vida durante la dictadura de Pinochet.
Es de admirable grandeza ver cómo todos aquellos centros de memoria enfatizan en reconstruir las historias de aquellas personas que han sufrido los vejámenes de la maldad humana. Pero en Colombia, estos vejámenes parecieran dejarse en el olvido. El mismo que operaba en la mente del director del Centro Nacional de Memoria Histórica, Darío Acevedo, al atribuir a “una confusión” el hecho de no responder a la carta de la coalición internacional de sitios de conciencia y aclarase así, de una vez por todas, si reconocía o no el conflicto armado en Colombia.
Ante este panorama, la única certeza que se tiene es la necesidad urgente de hacer memoria de estas más de cinco décadas de conflicto armado. ¿Es acaso la violencia física la única que existe? La violencia consiste también en herir y aniquilar los propios deseos de un ser. Aquella imposición sobre otro que obliga a la víctima a traicionarse a sí misma en actos contrarios a su libertad. Como diría el filósofo lituano Emmanuel Levinas [La violencia es] llevar a cabo actos que destruirán toda posibilidad de acto” (Levinas, 1977, p. 48). Y si estos actos violentos se hacen en contra de los actos de la memoria, se estará cometiendo el mayor de los delitos: el de cercenarle la voz a las víctimas.
Porque la memoria es el acto más noble de justicia y va más allá del mero acto del recuerdo y rememoración del pasado, debemos exigir un centro nacional de memoria histórica que este a favor de las víctimas. Porque un titular de televisión, radio o periódico no sustituyen las voces descarnadas que narran los horrores de la guerra y las transmiten como experiencias o, en palabras de filósofo alemán Walter Benjamín, “Lo que importa en esta [la narración] no es transmitir el puro en-si de lo sucedido (que así lo hace la información); se sumerge en la vida del que relata para participarla como su experiencia a los que oyen” (Benjamin, 1993, p. 127). No hay nada más noble que escuchar los relatos de las víctimas de los flagelos de la violencia, pues es de la reflexión constante de su sufrimiento que podrá emerger el mástil que sostendrá vela que nos hará navegar hacia las aguas de la verdad.