Cuando se llama al jefe ‘estrella internacional’, la distancia en llamarlo lux galacticus (luz de las galaxias) es muy corta. El canciller Murillo confirma su reputación de ser un lap-dog, como con gracia lo califica María Isabel Rueda.
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Los embajadores son representantes personales del gobierno de turno. El embajador de Venezuela en Colombia representa es a la banda de forajidos que usurpa el poder en el vecino país. Aceptar su presencia es tan incoherente como sería el aceptar un embajador de la Ndrangheta calabresa, o del Cartel de Sinaloa.
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Uno de los objetivos de la Comisión de la Verdad era sentar las bases de la no repetición, la reconciliación y la paz estable y duradera. Hoy, con más de 50 grupos delincuenciales operando al margen de la ley, el fracaso de dicha Comisión es evidente y su informe se circunscribe a las élites de los derechos humanos.
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Si se acepta la peregrina tesis que aquellos elegidos por el voto popular – que de manera simplista y falaz califican como el ‘pueblo’ – no pueden ser investigados, entonces debemos eliminar de la historia todo el ‘Proceso 8.000’ y archivar toda investigación relacionada con Odebrecht.
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Por criticar que el gobierno intente revivir los símbolos del M-19, un grupo terrorista que con recursos del narcotráfico incendió el Palacio de Justicia, fue apartada de su cargo Helena Urán Bidegain, hija del asesinado magistrado Carlos Horacio Urán. Dicha suspensión, más que ruin, es de la misma mezquindad que el castigo a la tendera venezolana que le vendió sus arepas a María Corina Machado. Rebajarse al nivel del criminal y usurpador Nicolás Maduro, es ruin.
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Amenazar con sacar al pueblo a la calle para imponer sus reformas, confirma la sentencia de Tomás Jefferson: “La vieja práctica de los tiranos es usar una parte del pueblo para tener sometida a la otra parte.”
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Como lo anotaba un gracioso, posiblemente este gobierno será recordado en la historia como aquel que logró sobrevivir 156 golpes de estado. Golpes blandos se sobreentiende, pero de todas maneras golpes.
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De acuerdo con el historiador Timothy Snyder, Stalin directamente ordenó el asesinato de cerca de seis millones de personas. El principal ejecutor de estos asesinatos fue Lavrenti Beria, la cabeza de la KGB. Con unos ojos diminutos, escondido detrás de unas gafas redondas y con pronunciada calvicie, Beria parecía un hombre amable. Pero detrás de aquella apariencia anodina e insulsa se escondía uno de los mayores asesinos de la historia. Ese suele ser el problema con los grandes asesinos de la historia: detrás de una cara amable se esconde un genocida.
