Dar la cara, mirar a los ojos y reconocer las culpas es realmente algo difícil. Para eso se inventaron las mentiras, para no tener que asumir responsabilidades sobre faltas cometidas: Si, pero… es una forma muy usual de hacerlo. Sí, yo robé esa plata, pero es que la necesitaba. No, no hice lo que se me ordenó, pero es que estaba enferma… etc., etc. Es decir, la disculpa, que es una mentira como cualquiera otra, es simplemente un paliativo para atenuar la falta y tranquilizar la conciencia.
La semana pasada, en una ceremonia privada de la que nos enteramos por las entrevistas que dieron algunos participantes, la cúpula de las Farc se encontró frente a frente con los familiares de los diputados del Valle del Cauca, de esas personas que ellos ordenaron matar a sangre fría, después de tenerlos secuestrados varios años.
El resultado fue muy duro para todas las partes, pero al parecer mucho más duro para los victimarios que para las víctimas, que en ese momento tenían el poder de juzgarlos y decirles de frente todo lo que pensaban por la atrocidad cometida. Con esto quedó demostrado que la justicia transicional que entrará en acción, no es propiamente una justicia blanda. Es y será algo muy fuerte porque se trata precisamente de “dar la cara” sin peros, sin disculpas, sin excusas que justifiquen las razones detrás de cada acto criminal.
Entre las cosas impactantes que escuchamos de boca de estas familias valerosas, estuvo el testimonio conmovedor del hijo del diputado Héctor Fabio Arizmendi, un joven que cuando tenía apenas nueve años recibió la noticia del asesinato de su padre. “Quería matarlos, a todos. Juré que me iba a vengar de cada uno de ustedes”, les dijo en su cara ese día y después de sacar estos dolorosos sentimientos, escuchó a los hombres de las Farc pedir perdón. Sebastián Arizmendi, hoy dice estar más tranquilo, tal vez ahora sí pueda seguir adelante con su vida, sin tanto dolor y tanto odio como el que venía cargando.
“Quería matarlos, a todos.
Juré que me iba a vengar de cada uno de ustedes”
Los ojos de los victimarios tuvieron que sostenerle la mirada a este joven y a esas familias que por años han esperado explicaciones. Familias que se quedaron sin entender cómo era posible que a sus seres queridos los condenaran a muerte, sin derecho a la defensa, sin apelaciones y sin haber cometido ningún delito.
Pero llegó la hora para que esos que cometieron el crimen, reconocieran lo que hicieron en una ceremonia muy dura, en la que el castigo, bien merecido, fue el de no poder escudarse en ninguna mentira, en ninguna ideología, en ninguna explicación que le sirviera de alivio a su conciencia.
Fabiola Perdomo, esposa de Juan Carlos Narváez, otro de los diputados asesinados, contó que al tomarse de las manos con los miembros de las Farc, sintió que esos duros hombres, guerrilleros curtidos en los combates, las tenían frías, muy frías. Seguramente estaban bajo una profunda emoción, causada por la mezcla de culpa y vergüenza al tener que enfrentar a sus víctimas.
Fabiola Perdomo contó que al tomarse de las manos con los miembros de las Farc,
sintió que esos duros hombres, guerrilleros curtidos en los combates,
las tenían frías, muy frías
Estos testimonios nos muestran cómo dar la cara no resultó tan simple para los guerrilleros, no fue apenas un acto protocolario. Fue mucho más que eso, algo sanador y un ejercicio necesario para avanzar en la reconciliación. Seguramente también se trató de un evento que quemó el alma de los victimarios como un carbón encendido, porque la verdad los desnudó frente a quienes ofendieron y lo obligó a enfrentar el juez más duro de todos: la propia conciencia.
La verdad, vista así, como el momento de asumir la absoluta responsabilidad de los actos de la guerra, será piedra angular de la justicia que todos esperamos de este proceso de paz. A ella se tendrán que someter, más que a una cárcel o a una reparación, los victimarios en búsqueda de que la sociedad los acepte algún día y se puedan reintegrar verdaderamente a la vida civil. Todo esto en un país en paz.
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