Así el alcalde insista en que lo apoya “la mayoría de ciudadanos y empresarios” y que la cruzada para desestabilizar su gobierno es una retaliación de dos o tres cacaos muy poderosos, el balance temprano de la semana más caótica desde que asumió el cargo, va más allá del resentimiento de componentes del GEA con intereses en desviar responsabilidades en la contingencia de Hidroituango. En ese cóctel de inconformidad se encuentran tendencias de todos los colores; incluyendo, sectores sociales y académicos que se la jugaron de frente por su aspiración. Personas realmente preocupadas por el rumbo de la ciudad y que no forman parte de una conspiración uribista-fajardista para sacarlo de La Alpujarra. No me imagino a un hombre de las cualidades humanas de Jesús Abad Colorado en algo así.
Para Quintero el único medidor valido de aprobación es el de las encuestas (que cuestionó constantemente en campaña) y después de eso solo hay mentiras y “viudos de poder” que se comportan como hienas. Su forma de encarar la oposición le ha venido dando forma a la polarización que actualmente se vive en Medellín.
Sería ingenuo pensar que la victoria de Quintero no generaría un progresivo malestar entre los sectores políticos y económicos que han consolidado un binomio que cogobernó la ciudad durante dos décadas. Aunque su discurso de independiente sin jefes o partidos políticos no fue del todo cierto, los vasos comunicantes de su campaña con la política tradicional se manejaron bajo la mesa y fuera de Twitter, Quintero si fue totalmente independiente del gran empresariado paisa, el que ha impulsado corrientes políticas que cada cuatro años financian campañas y ponen gobernantes. Su victoria reventó una urdimbre de gobernanza que con los años se convirtió en paisaje en la política local.
A pesar de esto, empezó su gobierno con una amplia gobernabilidad, el uribismo se plegó en bloque a su plan de desarrollo, no tuvo grandes desacuerdos con Fico Gutiérrez y todo parecía que sería más de lo mismo, un alcalde popular (casi que es regla general que todos los alcaldes de Medellín sean populares) y con una oposición reducida. Pronto, el panorama cambió y Quintero empezó a implementar con sus críticos una estrategia clásica: la mejor defensa es el ataque.
Ya es habitual escucharle afirmar que la gran mayoría de cuestionamientos a su administración son mentiras que se repiten hasta la saciedad, estratagemas para socavar su legitimidad y distorsionar la realidad. Al igual que su secretario de gobierno, Esteban Restrepo, se refiere a algunos opositores como hienas hambrientas de burocracia o contratos. Su visión de ciudad se sustenta en una narrativa abiertamente excluyente, lo que más repiten sus funcionarios y contratistas cuando se genera alguna polémica en redes es: “la ciudad ya no les pertenece” o “el futuro se parece a nosotros”. Algo reprochable en un mandatario que emergió desde la oposición y que sintió en carne propia la indiferencia del entonces alcalde Federico Gutiérrez. Porque Quintero era un opositor incisivo y que no le perdona una a Fico, solo recuerdo que a su secretario de seguridad lo tildó de practicante universitario (paradójicamente ahora muchos de sus funcionarios son egresados con poca experiencia), le instaló unas gafas gigantes en La Alpujarra y recriminaba su silencio. Si Ramos hubiera ganado, creo que Quintero sería un opositor con un estilo muy similar al de Daniel Duque.
Convertido en lo que tanto cuestionaba y embriagado en la popularidad de las encuestas, Quintero tiene el clásico perfil de un líder divisor, en su pragmatismo mecánico no tolera que le lleven la contraria o pongan en entredicho sus decisiones, su equipo se comporta más como una guardia pretoriana. Desde que llegó a la alcaldía se ha equivocado en varias oportunidades, pero es reacio a reconocer sus errores o pedir excusas. Siempre hay un culpable externo o una conspiración para desestabilizarlo. Solo hay que ver cómo ha sido el mayor atizador de la patética intentona de revocatoria.
En el ecosistema de Twitter se asume en una actitud retadora y hostil con quienes en su legítimo derecho promueven un mecanismo ciudadano, ese comportamiento de barra brava no le queda bien a un alcalde. Afirmar que la mayoría (un concepto siempre abstracto) lo apoya y que el malestar es minoritario, implica reducir a una mera instrumentalización un descontento frente a muchos temas, no todo en Medellín se sintetiza en EPM y sí hay molestia ciudadana, nunca antes la ciudad había estado en ese nivel de polarización, división y extremismos. A eso ha contribuido el alcalde con su forma de comunicar y esa sobradez tan propia de su arrogancia.
Con la renunciada de su tercer gerente en EPM sufrió su primera gran derrota personal, en la misma semana donde irresponsablemente promovió aglomeraciones de personas mayores ante la falsa promesa de vacunas (el único error que he visto ha reconocido públicamente) y cuando la pandemia tiene la ciudad en la mala hora. Atrás quedaron los días cuando afirmaba que en Medellín se había aplanado la curva y en los que daba cátedra a otros alcaldes sobre el “buen manejo de la pandemia”. Circunstancias que lo deberían llevar a reflexionar sobre la forma como está comunicando su visión de ciudad, desarmar las barras bravas que viene atizando con sus ejércitos virtuales y entender que la oposición en Medellín es amplia, plural y dinámica, no solo el resultado de una conspiración del fajardo-uribismo o empresarios poderosos.
Debería encontrarse con el Quintero activista, ese mismo que hacía oposición performática y disruptiva, pedirle consejo y comprender algo, si él llegó a la alcaldía siendo opositor de un alcalde muy popular: ¿por qué no podría pasar lo mismo en el 2023?