Recuerdo que un chiste común en la campaña de Daniel Quintero corría por cuenta de Santiago Gómez, a la usanza el aspirante continuista de Federico Gutiérrez y cuyo único mérito para ser candidato era precisamente ese: ser “El de Fico”. Nada de más. A lo largo de esa campaña Gómez se convirtió en meme andante y nunca despuntó como un candidato viable. Ni siquiera, los refuerzos que el mismo Federico Gutiérrez le enviaba desde La Alpujarra le sirvieron de algo y el día de la quema quedó rezagado en un merecido tercer lugar.
Se ratificó un comentario que alguna vez escuché en la sede de Independientes: es un candidato sin atributos.
Y cuando pensé que no podía emergen un candidato similar o si acaso más patético que “El de Fico” (del que tampoco se volvió a saber nada tras su estruendosa derrota), el movimiento Independientes decidió avalar a Juan Carlos Upegui como la nueva ficha del continuismo. Un personaje opaco, sin discurso y extremadamente sectario (solo hay que echar un vistazo a su cuenta en Twitter). Cuyos méritos en la vida pública se reducen a ser familiar de Diana Osorio, un incondicional del credo “quinterista”, y de paso un personaje bastante parecido a Gómez, sin atributos.
Para rodear esa aspiración y asediado por el cotidiano temor de perder el poder, Quintero renovó (otra vez) su gabinete y como si fuera Federico Gutiérrez (su némesis), le envió nuevos refuerzos a su candidato sin atributos. Fueron cuatro los secretarios que renunciaron para impulsar una campaña que se presenta como el “cambio” pero que solo busca direccionar la mentalidad del elector hacia una decisión en contra el uribismo. Nada más. ¿O qué más se podría esperar de semejantes lumbreras?
Pero así se vista igual, imite sus ademanes o se deje crecer las “colitas”, el candidato sin atributos no es Quintero y estoy seguro de que no podrá generar lo que el “independiente sin jefes o partidos políticos” sí movió en parte del electorado en octubre de 2019. Hasta resulta cómico que se presente como el “cambio” cuando carga con el lastre del desgaste, el gobierno con la mayor impopularidad en décadas y los múltiples cuestionamientos a su jefe político; si Medellín quiere cambio, y de eso estoy seguro, será un cambio de lo que Quintero y los suyos han representado en los últimos años.
Resulta curioso que, en su afán por retener el poder, tal vez, convencido de que necesita de un aliado que no destape el “pozo séptico” de La Alpujarra, Quintero eche mano de los métodos que tanto le cuestionó a su némesis. Poniendo al servicio de su candidato la maquinaria del Distrito y el manejo politiquero que se incuba en el tradicional clientelismo de las secretarías. Pero al igual que le pasó a Fico, que descaradamente desmanteló su gabinete para rodear a Santiago Gómez, a Quintero tampoco le alcanzará.
Tal vez, la única salida que le podría quedar (para no tramitar un empalme más bien incómodo) sea renunciar a más tardar iniciando algún día de octubre y volverse a medir en las calles. Porque a Quintero le reconozco su habilidad para hacer campaña.
Aunque para ser justos y honrar la verdad, eso fue a mediados del 2019, cuando era un personaje más bien desconocido en la ciudad; ahora, convertido en un verdadero lastre, sería interesante verlo en las calles (al lado de Alex Flórez) apoyando abiertamente a sus candidatos.
Algo así podría pasar, pero ante un candidato sin atributos, no hay refuerzos que valgan.