La memoria del ser humano es un objeto de estudio muy apetecido, a veces funciona de una manera sorprendente, está función cerebral incluye lo que olvidamos, lo que recordamos, lo que nos marca la existencia y es siempre variable de un individuo a otro.
De tantos me gusta, de tantas reproducciones se termina siendo nada
Y ya a estas alturas parece que olvidamos que al estar prácticamente encerrados por la pandemia nos aislamos y vimos nuestro contacto con el otro limitado a una pantalla, a una foto que guardaba tan solo un instante, o a un nombre y en los mejores casos a escuchar la voz de quien estaba a kilómetros de distancia...¡Qué hartera!
El cansancio, la fatiga de comunicarse con los demás a través de estos medios tan reducidos produjo en las personas efectos que aún no hemos vislumbrado por completo, las redes sociales fueron entonces una salvación, pero al tiempo un infierno.
Pero bueno, tal parece que todo este horrible episodio del siglo XXI llegó a su fin, (por el momento) no obstante, las redes sociales ganaron más espacio en nuestras vidas de la que tenían antes, arrebatan cada día y de manera progresiva esa privacidad que deja de ser privada.
La invitación es clara: muéstrate, muéstrate a cada instante, a cada minuto, no muestres lo que eres, no complejices las cosas, solo muestra lo que los demás quieren que seas, muestra dónde estás, con quién, qué haces, exhibe tu rutina, y serás premiado socialmente.
Y así se crean miles y miles de imágenes en cada segundo que se pierden en el mar de la información que nos llega a través de las pantallas y de esta forma poco a poco de tanto mostrarnos en redes, de tantos me gusta, de tantas reproducciones se termina siendo nada, un individuo más del común que supo captar y catapultar ese estereotipo estético de la sociedad, en el que gana siempre la vida feliz, sin preocupaciones de ninguna naturaleza.
¿Por qué para qué leer un libro si podemos ir al gimnasio y hacernos una fotografía mostrando los resultados de un esfuerzo inflado por las presiones de los ideales de belleza y nos premiarán?
¿Y para qué pensar en los demás, o ser empáticos con las múltiples realidades con las que coexistimos si podemos caer en el abismo del narcicismo absoluto donde sólo importo yo, y el resto del mundo es lejano a mis intereses?
Claro, el ser humano es sociable por naturaleza, pero gracias a las redes sociales podemos crear relaciones etéreas por internet… aparecer y desaparecer cuando se nos apetezca, tratar el otro como nadie, como nada, pues a la final eso terminamos siendo todos en las redes sociales, un usuario más, carente de algo especial.
En la sociedad actual la originalidad se pierde en el deseo inacabable de ser aprobado, es difícil llevar la contraria, manifestar lo que se piensa, es mucho más fácil seguir la corriente de lo que ya está impuesto, y como no perderse en el yo.
Los lazos humanos se debilitan, pues para qué solidarizarse con lo que pasa al otro lado del mundo, si nos tenemos a nosotros mismos, ¿nuestra belleza y juventud eterna?
Si podemos engañarnos y en vez de gastar el tiempo pensando, estando tristes, o sumidos en la incertidumbre de la vida real podemos gritar en redes sociales que somos felices y de tanto decirlo… con suerte terminaremos creyéndolo.