El principio de la palanca se atribuye a Arquímedes de Siracusa, filósofo, físico matemático, astrónomo e inventor griego que vivió entre 287 a.C. a 212 a.C. Como pariente y amigo del rey Hieron de Siracusa, en su exposición sobre este principio decía “Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo”. Esta frase que ha sufrido modificaciones se emplea como metáfora para que en la “sociedad moderna”, se ascienda, se “acceda” a un puesto, se gane una licitación, o se dé a conocer por vía de la “recomendación” una persona u organización. El principio no es cuestionable, pero toma relevancia cuando hablamos de unas corporaciones corruptas y llenas de vicios que avergüenzan a la sociedad.
La corrupción que es un cambio respecto a lo que se considera la naturaleza esencial de las cosas, es un fenómeno transversal que agrupa a personas naturales y jurídicas, del sector público y privado, no tiene estrato, ni pertenece a una etnia en particular, ni tiene una ideología propia, pertenece a cualquiera de los sectores de la sociedad y de la economía, cobija a la salud, educación, construcción, deporte, entre muchos otros, en otras palabras, no se escapa nadie. Desde el intento de soborno a un guardia de tránsito, pasarse un semáforo en rojo, colarse en el trasporte público evadiendo el pago del pasaje, no pagando un peaje, evadiendo impuestos, así como intentar un ascenso con gratificaciones, sobornos, o intentar que le cambien una nota en el colegio, o en la universidad, son prácticas corruptas.
La legislación colombiana en temas de corrupción está diseñada inicialmente para las organizaciones del estado y les da el nombre de “delitos contra la administración pública” en ella se tipifican diferentes contravenciones como: El peculado, concusión, cohecho, celebración indebida de contratos, tráfico de influencias, enriquecimiento ilícito, prevaricato, abuso de autoridad, usurpación y abuso de funciones públicas, delitos contra los servidores públicos y la utilización indebida de información e influencia derivadas del ejercicio de la función pública, por mencionar los más importantes.
Pero el problema de nuestro país se focaliza en uno de los delitos que conforma esta lista. El tráfico de influencias. Frases como: “el poder es pa’ poder”, “usted no sabe quién soy yo”, “a qué familia perteneces”, “cuál es tu apellido”, “el que sabe, sabe y si no es jefe”, “lo malo de las roscas es no estar en ellas”, vienen inmediatamente a nuestra memoria, se vuelven de uso común, e incluso se emplean para tratar de tapar delitos cometidos en flagrancia. Una sociedad que todavía cree en abolengos revenidos y estómagos aterciopelados, facilita este tipo de prácticas. Pero también las facilita la complicidad con el delito, la incapacidad de delación e incluso la participación tácita de encubrimiento, cuando vemos que se está violando la ley y no hacemos nada.
El Código Penal en su artículo 411 define el tráfico de influencia y se refiere específicamente al servidor público (…) que utilice indebidamente, en provecho propio o de un tercero, influencias derivadas del ejercicio del cargo o de la función, con el fin de obtener cualquier beneficio de parte del servidor público en asunto que este se encuentre conociendo o haya de conocer (…). En otras palabras es cuando un servidor público utiliza su cargo actual o sus nexos con funcionarios o integrantes de los poderes ejecutivo, legislativo o judicial, para obtener un beneficio personal o familiar, o para favorecer determinada causa u organización.
Sin embargo esta práctica también es recurrente en las empresas, y se podría catalogar dentro de la línea del manejo de la información asimétrica. Los legisladores han tenido una constante preocupación por castigar este tipo de conductas para las personas que invocan y utilizan, las influencias, bien sean —reales o simuladas— que en un momento determinado pueden poseer o anunciar respecto de quienes prestan un servicio público, por la vía de lo cual obtienen ganancias indebidas, en detrimento de la buena imagen, o en otros casos, de la buena marcha de la administración.
Es aquí donde la metáfora de Arquímedes, se vuelve conveniente para quien emplea este tipo de tácticas, o maniobras torticeras, con el fin de beneficiarse así mismo o a un tercero. La práctica se ve en los diferentes escenarios y siempre aparece la famosa “recomendación” que no es más que un guiño para quien cuente con esta “fortuna” y quien se convertirá en el beneficiario del contrato, del puesto o del ascenso. Por lo general corresponde a un favor político o social, en el segundo caso, no es otra cosa que beneficiar a un tercero por ser pariente del fulanito o hijo del zutanito. El problema radica en que lo que menos importa es su experiencia, su calidad académica o su recorrido ideológico, pues este individuo por su parentesco, abolengo u otro artificio, ya tiene el futuro asegurado (hasta que la embarre). Un dato curioso, en este tipo de prácticas se tiene la tendencia a aumentar la información en cuanto a: títulos universitarios y calidad de sus estudios, la creación de empresas fantasma donde han trabajado, o empresas pertenecientes a parientes o amigos que también le están pagando el “favorcito” o mejor colaborándole para soportar su experiencia. Un ejemplo conocido por todos recientemente es el del jefe anticorrupción de la Fiscalía General de la Nación, como lo han dado a conocer diferentes medios.
Esto nos lleva a reflexionar sobre las convocatorias para cargos de control y manejo que hacen las organizaciones del Estado bajo la lupa del CNSC. Por lo general después del proceso de selección se eligen cinco candidatos para el cargo. Pero en algunos casos quien queda en el puesto es quien tiene el visto bueno, guiño o aval del político, o del grupo al que se encuentra inscrito este.
La corrupción arranca por las malas prácticas, el amiguismo, la recomendación, la exclusión; por consiguiente, de nada sirve ser el mejor en un país mediático. Las influencias son la carta de presentación de todos aquellos que no pueden llegar a ocupar un cargo por méritos. Esta situación se repite una y otra vez en el país, en consecuencia, se derivan los otros delitos. Lo llamativo es que no aprendemos de experiencias pasadas y persistentemente vemos que siguen apareciendo nuevos escándalos.