Llovía como todas estas putas noches. El taxista que nos llevó decía que la razón del aguacero era el paso de un huracán por San Andrés. “Eso seguro esas casas de 600 millones que compró Duque se caen” dijo con una maliciosa esperanza. Yo asentí mentalmente. Estábamos desesperados por llegar al Chamorro Music Hall. Nunca habíamos visto a Pixies. La última vez que estuvieron en Colombia fue hace ocho años, en el Estereopicnic del 2014 y aún así la gente prefería ver a Daddy Yankee en Bogotá.
Ver esta publicación en Instagram
A mi esposa le gusta el grupo más que a mí. Yo sólo un par de canciones me sabía, Hey y ¿Where is my mind? Pero ahí estaba para hacer el aguante. En el hangar del Chamorro todos nos agolpamos. Había que soportar el cuerpo del otro, una materia que sólo tiene algún tipo de satisfacción en el sexo y en un concierto como este.
Lo de Bogotá es increíble, ¿Cómo le caben tantos conciertos? Hace dos semanas Coldplay en un par de fechas, sendos llenos en El Campín, luego Dua Lipa y se viene Daddy Yankee, Bad Bunny, Guns N’ Roses. Si pudiera escoger entre todos estos grupos me iría con Pixies. Desconocido para el grueso del público, Pixies es eso que llaman la banda favorita de tu banda favorita. La influencia de Pixies ha sido decisiva para los siguientes grupos: Nirvana, Pearl Jam, Blur y Radio Head. Y eso que el vocalista y líder de la banda, Black Francis, tiene la misma edad de Kurt Cobain. Pero es que estos manes pusieron el universo del rock independiente de cabeza cuando sacaron en 1989 el álbum Doolitle en donde, lejos de cantarle al sexo, a las drogas, al delirio rockandrolliano se enfocaron en hablar de arquitectura, de arte, de libros en sus canciones.
Y entonces había gente de todas partes del país. Peladas de Medellín recién llegadas del terminal y que ni siquiera pasarían la noche en Bogotá. Delirantes, enfermas de rock. El concierto lo abrieron las 1280 almas, grupo por el que nunca he sentido nada más allá que la indiferencia pero que anoche me conectaron y dejaron al público listo para ese repaso del rock en su más estado puro.
Ver a Pixies en un estadio sería un desperdicio. Por eso creo que contamos con suerte a la hora de verlo en el Chamorro. Era un ambiente más íntimo, más de bar. El juego de luces no podía ser más sencillo y a la vez más volador. Amarillos y rojos que calaban hondo, que exacerbaban sustancias extrañas que nadaban por el cuerpo. A mis 44 años la espalda se ha convertido en una trampa mortal que en cualquier momento puede fallar. Creí que no aguantaría todo el concierto. Estaba muy cerca de la tarima y el aguante se diluye con el tiempo, sobre todo si Pixies no es tu banda favorita. Pero era tan contundente, tan limpio ese sonido que me partió la cabeza y ahí estábamos saltando, como poseídos, con todos los problemas convertidos en polvo, con la convicción que no hay nada como el rock.
Antes de la 12 salimos. Afuera otra vez el frío, la puta lluvia. Pensé en toda esa gente que va a ir hoy al Coliseo Live a aguantarse 8 horas de cola para ver a Daddy Yankee en Bogotá y sentí ternura y piedad. Cada quien rumbea como quiera pero lo de Pixies anoche no se compara con nada, mucho menos con la bulla reggetonera. Qué felicidad ver a tantos pelados encendidos. No crean, no todos los muchachos son tontos.