La primera y única vez que tuve la oportunidad de entrar a una tienda D1 fue para esperar a alguien unos minutos. Con mucha curiosidad quise observar cuán realmente esta tienda tenía productos tan baratos como mencionaban los comerciales y los comentarios de la gente, ¿será cierto que es tan barato todo?
En mi corto tiempo que pasé escudriñando precios de productos, me fijé no tanto en los comestibles como las frutas, las verduras y enlatados en general, ya que consideré que las diferencias casi no saltan a la vista con relación a las tiendas de barrio, sino más bien en los productos que requieren un proceso industrial un poco más complejo como la leche en polvo o las salsas de tomate. En mi poca experiencia en los supermercados, tanto pequeños como grandes, debo reconocer que noté alguna diferencia de precios, es decir, un poco más barato que los supermercados tradicionales.
Aunque hay marcas reconocidas, vi también algunas marcas desconocidas, entonces me pregunté de dónde provenían esos productos de esas otras marcas, ¿de contrabando? No lo creo, sería un riesgo grande, entonces, ¿de dónde? Pude notar en detalle que estos productos no eran nacionales como lo esperaba, es decir, no pertenecían, como lo hubiera deseado, a ninguna microempresa colombiana.
El asunto lo dejé así, en el olvido, hasta que hace unos meses mediante los medios de comunicación me enteré de que los campesinos productores de papa estaban en quiebra, preocupados y enojados con el gobierno nacional porque, al parecer, había autorizado la importación de miles de toneladas de papa y esto tenía en jaque al sector papero.
Cuando escuché esa noticia a mi mente vino inmediatamente la sospecha que tenía de esos productos que había visto con esas marcas tan raras, y me sobrecogió un frío de estupefacción el solo pensarlo, a saber, que muchos productos de esas nuevas tiendas que están invadiendo el país y colonizando los barrios no habían sido hechos en Colombia.
Esto significa que al igual que los paperos, los medianos y pequeños agricultores, además de los microempresarios, también están siendo afectados. Como dicen por ahí cada día se pone peor la cosa, lo más tenebroso, es como un cáncer, en algún momento volverá a explotar en la cara de los colombianos el problema de los productos agrícolas.
Ahora bien, se viene la discusión de la demanda y la oferta, que cada empresa compra donde le dé la gana, que un país donde existe la libre empresa cada quién compra o vende el producto que quiera, un sinfín de muy buenos argumentos por cierto.
Pero, la realidad de todo esto, lo triste y patético que pude comprobar, es que los medianos y microempresarios, y el pequeño campesinado, que generan el 80% de los empleos en Colombia se están enfrentando, primero, a una competencia desleal, porque sea como sea los argumentos, todos esos productos importados vienen de la poderosa industria subsidiada de los países del norte, y segundo, me llevé una desilusión total de estas tiendas, cuando creí sinceramente y por un momento de mi vida que era un apoyo a las microempresas, cuando es todo lo contrario, son destructores de las microempresas.