¿Puede el cuerpo físico, la materia corporal, transformarse de manera significativa, -por encima de todo parámetro médico conocido-, tanto que una masa desaparezca en días, o que el estado terminal revierta del todo, o que una fractura cicatrice en tiempos inesperados? Sí, es absolutamente posible, aunque vaya en contra de los paradigmas en que, habitualmente, se mueve la medicina científica occidental.
Tres ejemplos ilustrativos, de origen muy diverso. Tres ejemplos tan reales como la vida misma. Tres asombrosos actos de fe y amor.
Felipe, joven empresario culinario, manizalita, es el primer ejemplo. Lo conocí en una reunión familiar. Durante seis meses batalló con una infección de amígdalas invasiva, refractaria, recurrente, que dio la peor complicación posible: una masa en corazón. (Endocarditis con vegetación mitral). Listo para cirugía cardpiaca se realiza la ecografía prequirúrgica, “No hay masa, desapareció”. Seis días antes el mismo examen la mostraba de 15 mm. Seis días en que su proceso personal, emocional, sanador, dio un fruto absoluto –curación espontanea-. Me dice Felipe, “mi aprendizaje fue hacer cosas por y para mí mismo”, con la certeza de haber obrado desde su corazón (el del alma, ya que el físico estaba enfermo).
Morí para vivir (Morí para ser Yo), libro de Anita Moorjani nos conmueve con su historia de recuperación espontanea luego de estar a horas o minutos de morir ante una falla multisistémica, hospitalizada en cuidado intensivo. Una gran inspiración y lección, con todo el sustento de la medicina occidental, mostrando una curación espontánea que se sale de cualquier pronóstico.
“Morí para vivir” (Morí para ser Yo), libro de Anita Moorjani
nos conmueve con su historia de recuperación espontánea
luego de estar a horas o minutos de morir
Las voces del desierto, otro testimonio, esta vez de la psiquiatra Marlo Morgan, nos cuenta cómo durante su marcha con aborígenes australianos logró consolidar una fractura que sufrió, en pocos días. Suceso inesperado para la mente científica de la autora. Hechos que transforman.
Me preguntarán si lo he vivido. Sí, he tenido curación espontánea con un solo y único acto de amor para conmigo. No es tenor de esta columna hablar de él.
No sobra asombrarse también con el cotidiano vivir: el dolor que cede sin medicación, con una simple respiración profunda (amor propio); la diarrea que calma por la infusión de la abuela (amor familiar); el dolor de barriga contenido por la mano de una madre amorosa; la cicatrización de una herida (el amor del cuerpo por el cuerpo). Son pequeñas –grandes- curaciones espontáneas.
Yo llamo “Amor por la Vida”, a aquella fuerza que produce estas “curaciones espontáneas”. Son múltiples los vehículos y herramientas que utiliza el amor para lograrlo, algunos de ellos son el silencio, la catarsis, la meditación, orar, los grupos de sanación, la cirugía, el medicamento, la fe entre médico y paciente, entre muchos otros.
Amor por la vida. Profundo amor por y para si mismo, es lo único que se requiere para transformar el cuerpo físicamente y curar de la enfermedad que nos aqueje. Es tal vez el objetivo primordial en la vida, amarse a uno mismo, por sobre todas las cosas, y al ir logrando ese amor, que sin necesidad de nada, ni siquiera de invocarlo, se vuelca en los demás, en quienes nos rodean y más allá.
No sé si son cada día más frecuentes estas curaciones espontáneas, o si es la comunicación a escala global la que hace que sepamos de casos, día a día. Pero, tal vez solo requerimos observar en nuestro entorno, cuándo sucede, y con ello ser gratos con la vida.
