Acabando de recoger los adornos de Navidad y guardándolos celosamente para vestirlos de nuevo en casi diez meses más, nos damos cuenta que el tiempo pasa rápido y que los ajustes para comenzar el nuevo año comienzan desde un punto: cumplir con las promesas que nos hicimos al inicio de las fiestas familiares de Navidad, hace tan pocos días cuando nos congregamos en torno a una mesa, a un pesebre.
Cualquier cosa que hayamos prometido cambiar, debe cambiar, cualquier meta que hayamos prometido alcanzar, debemos alcanzarla; cualquier comportamiento que nos hayamos impuesto modificar, se debe modificar. Lo prometido es deuda y un aliciente para mejorar el curso de nuestra propia historia y nuestras vidas para el bien de todos.
Ha comenzado el frenesí de la vida diaria de los colombianos y entre tanto apretuje no podemos perder de vista todo lo que prometimos cambiar. Terminaron esas cortas semanas en que la ciudad parecía un campo donde las aves se atrevieron a cantar y volar sin miedo a los carros, donde los pocos transeúntes podían pisar las cebras sin miedo a que el conductor acelerara amenazante abriendo camino.
Ha llegado de nuevo la congestión normal del tráfico, las calles se llenaron de humo y de nuestros propios afanes; de las presiones, las tareas, y las nuevas angustias que encaran normalmente los ciudadanos.
Ante la realidad que se repite no hay tiempo para permanecer expectantes, ni espacio para quienes se hacen los de la vista gorda; este año no es para los apáticos a quienes todo les importa nada, si no es con él; no podemos seguir dejándonos llevar por el montón; no señor, es el momento de poner en práctica lo que nos propusimos al finalizar el año pasado, de sacar más valor y de enfrentar la vida con mayor decisión; es el momento de cumplir lo prometido; esto no es cuestión de más fiestas y jolgorios, ni de efemérides culturales o carnavales; el asunto es en serio.
Es el momento de poner en práctica
lo que nos propusimos al finalizar el año pasado,
de sacar más valor y de enfrentar la vida con mayor decisión
La apatía no permite darnos cuenta que Colombia siempre permanece viva y palpita en cada rincón de su geografía; la apatía da paso a la cobardía y resta espacio al valor civil o al valor ético, porque se pierde el derecho a opinar cuando observamos que algo anda mal; por eso tenemos que ponernos manos a la obra y comenzar a hacer cosas distintas y renovadas: los políticos en la ardua tarea de convencer a sus electores con ideas innovadoras y fieles con la nación soñada, con la puesta en marcha del país que todos queremos.
Los estudiantes a cumplir cientos de tareas para crecer como profesionales y los profesionales metidos en las misiones que contribuyan en hacer un mejor país al que hay que sacar de la informalidad, para ponerlo en ruta al desarrollo constructivo en todas sus dimensiones.
Para poner andar ese tren que todos llevamos en el corazón, es preciso practicar algunos principios necesarios en la nueva vida de este año, porque no podemos continuar en fiestas y festivos. Necesitamos más coherencia; esa relación lógica entre las cosas, entre las partes o entre los elementos constitutivos de la sociedad. En toda sociedad debe haber coherencia entre las formas de vida y los principios éticos. Una persona es coherente cuando actúa en consecuencia con sus ideas o con lo que expresa.
Necesitamos más sentido común; del conocimiento o de esas creencias consideradas como prudentes, lógicas, naturales o razonables, en todos los espacios de la vida privada y pública de los colombianos; que adquiramos la capacidad natural de juzgar los acontecimientos y los eventos de forma razonable, sin que nos hagamos tanto daño nosotros mismos y sin que le hagamos daño al otro.
Necesitamos de buen juicio; lograr que cualquiera de nuestros actos se lleve a cabo de manera lógica, sensata y con cordura. El buen juicio es el antídoto que evita afectar a mis vecinos o comunidad con actuaciones que presumo están bien.
Lo anterior construye confianza en nosotros mismos y en nuestra gente; necesitamos rescatar esa esperanza firme que una persona tiene en que algo suceda para su bien; necesitamos de mayor seguridad al emprender una acción difícil o comprometida, creer más en el país, creer más en sus capacidades.
El problema de los colombianos, no es el futuro; es el ahora y por eso no hay espacio para los indiferentes o para los apáticos.
Para unirnos en torno a lo que deseamos de Colombia en los próximos diez años, es preciso actuar y transformar los caracteres individualistas e indisciplinados; transformar la viveza en solidaridad para con el país; debemos cumplir con todo lo que prometimos y ponernos manos a la obra desde ahora mismo.