La semana pasada se llevó a cabo en la ciudad capitalina un evento de índole internacional que reunía diferentes personalidades sintonizadas por el mismo fin. La Cumbre Mundial de los Premios Nobel de Paz organizada por la Cámara de Comercio de Bogotá, reunió 27 laureados incluyendo el más reciente en esta categoría, el presidente Juan Manuel Santos. La cumbre dejó como resultado una gran serie de reflexiones relacionadas con el papel de la educación, la juventud, el medio ambiente, entre otros, como pilares esenciales para el posconflicto, la Carta de Colombia en la cual se citan los 10 principios fundamentales para la paz y a la ciudad de Bogotá como capital mundial de la paz.
Paralelamente, Luis Epiayu Gonzáles, un niño de la comunidad Wayuu y de tan solo 14 meses de edad, murió a causa de desnutrición severa; el Estado a través del ESMAD oprime constantemente a líderes indígenas que participan en el bloqueo del tren minero del Cerrejón exigiendo el respeto a su autonomía política; y se conoció el abuso al que fue sometida una menor de edad por autoría de las Autodefensas Gaitanistas en el corregimiento de San José de Apartadó del Urabá antioqueño justo cuando por palabras del ministro de defensa, ya no se reconoce la existencia de este movimiento.
Pareciera que Santos cree en la paz solo como un cuento para ser reconocido en la comunidad internacional. Ni hablar entonces del papel que jugará la buseta de la paz -que bien podría ser marca VOLVO, azul y rojo si se quiere- en los próximos comicios electorales, cuando se suba en el provechoso negocio de desfalcar La Guajira, luego se acomode en las primeras sillas otra ambiciosa venta de las ISAGEN que restan, y después, a los queridos pasajeros se les ofrezca un dulce de mil, mermelada si es el caso, porque la situación está muy difícil y “yo prefiero hacer esto que andar en la calle robando”.
Ya me entenderá el lector si afirmo que no encuentro paz cuando la trampa es hecha ley justificando oportunidad para el campesinado colombiano, cuando los recursos públicos son despilfarrados porque está de moda hacer las cosas sin estudios y con sobrecostos, cuando aceptamos la corrupción como algo cotidiano y nos sostenemos en el menos corrupto, cuando para ser un dignísimo y respetado congresista de la república solo haya que ser especialista en cachar o, a lo mínimo, en dormir, cuando los medios tradicionales no hacen más que indagar la última tendencia en Twitter o lo más visto en Youtube y presentar con el más despreciable lenguaje guerrerista, cuando primero la mina y luego la vida, cuando para poder estudiar hay que leer a ciegas y aceptar los términos y condiciones de uso que llevan a una deuda perpetua.
Fue Óscar Arias, Premio Nobel de Paz de 1987, quién dijo en la cumbre que en Colombia se daba inicio a la primavera de la esperanza, es entonces nuestra labor el sembrar paz para recoger vida. No basta solo con ejercer el derecho constitucional del voto, sabrá usted que la tierra hay que labrarla constantemente, que no hay cosechas sin abono, que es del cuidado propio que salen los mejores frutos.