Cultura vial en Cartagena: elogio al desbarajuste

Cultura vial en Cartagena: elogio al desbarajuste

¿Qué se puede esperar cuando las autoridades de tránsito parecen estar más interesadas en esquivar responsabilidades que en tomar medidas?

Por: HAROLD CARRILLO ROMERO
marzo 12, 2024
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Cultura vial en Cartagena: elogio al desbarajuste

En las transitadas calles de Cartagena, el panorama de la movilidad presenta un escenario digno de un filme de comedia negra, donde la realidad se entrelaza con la incompetencia flagrante de las autoridades de tránsito, especialmente las de la anterior administración.

La ciudad, conocida por sus encantos históricos y su vibrante vida cultural, se enfrenta a desafíos significativos en materia de seguridad vial, desafíos que parecen ser ignorados con una pasmosa indiferencia por aquellos encargados de velar por el orden en las caóticas calles cartageneras.

Según los últimos informes de Cartagena Cómo Vamos, la ciudad costera ha sido testigo de un preocupante incremento en el número de víctimas fatales debido a accidentes de tránsito, revelando así la cruda realidad detrás de sus bulliciosas calles. Pero ¿qué se puede esperar cuando las autoridades de tránsito parecen estar más interesadas en esquivar responsabilidades que en tomar medidas efectivas para garantizar la seguridad de los ciudadanos?

Los puntos críticos, marcados por la imprudencia y la falta de respeto a las normas de tránsito, se convierten en verdaderos campos de batalla donde la seguridad de los ciudadanos pende de un hilo. En este contexto, la ironía no se pierde: ¿Cómo no elogiar el desbarajuste cuando la falta de cultura vial parece ser la norma en las enmarañadas calles de Cartagena, y las autoridades de tránsito son cómplices silenciosos de este caos?

En el absurdo circo de la movilidad en Cartagena, las escenas grotescas se suceden como si de una obra teatral se tratara, pero con un elenco de personajes que desafían cualquier lógica y sentido común. Los últimos años han sido testigos de un espectáculo dantesco en las calles de la ciudad, donde motociclistas se abalanzan como serpientes veloces, serpenteando por las avenidas a velocidades insondables y algunos no se molestan en encender las luces durante la noche.

Los mototaxistas, esos valientes pilotos de la desgracia, desafían las leyes de la física y la decencia al transportar más pasajeros de los que un simple vehículo de dos ruedas debería llevar, incluyendo a menores de edad que se aferran a la vida mientras son llevados a toda velocidad hacia lo desconocido. Mientras tanto, los buses de servicio público, auténticas fortalezas rodantes, se convierten en señores feudales de las vías, apostándose sobre cebras peatonales y despreciando semáforos como si fueran simples sugerencias. Y en su interior, una multitud apiñada de pasajeros que luchan por un lugar en este carnaval de la desdicha.

Los conductores de vehículos particulares, esos audaces rebeldes del asfalto, hacen caso omiso de las señales de tránsito como si fueran meros adornos decorativos, mientras que los transeúntes, valientes kamikazes urbanos, arriesgan sus vidas cruzando las calles como si fueran pasarelas de moda. Incluso Transcaribe, el supuesto oasis de orden en este desierto de caos, se permite el lujo de atravesarse en las vías sin considerar que comparte el espacio con otros vehículos y peatones, como si fuera el dueño absoluto de las calles y para terminar este elogio al desbarajuste, en plenas horas pico, los imponentes camiones recolectores de basura salen hacer su parte imponiendo el paso de tortuga por donde transitan.

En medio del caos vehicular y la anarquía en las calles de Cartagena, se revela una dolorosa verdad sobre el daño que nos infligimos como sociedad y la manera en que nuestra falta de cultura vial nos condena en la construcción de una ciudad más segura y habitable.

Este espectáculo de irresponsabilidad y falta de respeto por las normas de convivencia refleja una profunda crisis moral y social que no puede ser ignorada. La falta de cultura vial no solo pone en peligro nuestras vidas y las de nuestros seres queridos, sino que también socava los cimientos mismos de una sociedad civilizada. La incapacidad para respetar las reglas básicas de tránsito y el desdén por la seguridad de los demás revela una falta de empatía y consideración que va en contra de los valores fundamentales de una comunidad cohesionada.

Es por eso que hacemos un llamamiento urgente a las autoridades y a la nueva administración para que tomen medidas eficientes y contundentes que permitan poner fin a este elogio al desbarajuste. Es hora de dejar de tolerar la irresponsabilidad y la imprudencia en las calles, y de adoptar un enfoque integral y proactivo para promover una cultura vial basada en el respeto mutuo, la responsabilidad compartida y el cuidado por el bienestar de todos los ciudadanos.

Esto incluye la implementación de políticas y programas educativos que fomenten el cumplimiento de las normas de tránsito y promuevan el respeto por los derechos de los demás usuarios de las vías. También implica la mejora de la infraestructura vial y el transporte público para garantizar la seguridad y la accesibilidad para todos.

Finalmente, solo a través de un esfuerzo colectivo y un compromiso firme con el bien común podremos superar los desafíos que enfrentamos y construir una ciudad que refleje nuestros valores más profundos y nuestras aspiraciones más elevadas. Es hora de dejar de elogiar el desbarajuste y empezar a trabajar juntos para construir una Cartagena más segura, justa y habitable para todos.

En las transitadas calles de Cartagena, el panorama de la movilidad presenta un escenario digno de un filme de comedia negra, donde la realidad se entrelaza con la incompetencia flagrante de las autoridades de tránsito, especialmente las de la anterior administración. La ciudad, conocida por sus encantos históricos y su vibrante vida cultural, se enfrenta a desafíos significativos en materia de seguridad vial, desafíos que parecen ser ignorados con una pasmosa indiferencia por aquellos encargados de velar por el orden en las caóticas calles cartageneras.

Según los últimos informes de Cartagena Cómo Vamos, la ciudad costera ha sido testigo de un preocupante incremento en el número de víctimas fatales debido a accidentes de tránsito, revelando así la cruda realidad detrás de sus bulliciosas calles. Pero ¿qué se puede esperar cuando las autoridades de tránsito parecen estar más interesadas en esquivar responsabilidades que en tomar medidas efectivas para garantizar la seguridad de los ciudadanos?

Los puntos críticos, marcados por la imprudencia y la falta de respeto a las normas de tránsito, se convierten en verdaderos campos de batalla donde la seguridad de los ciudadanos pende de un hilo. En este contexto, la ironía no se pierde: ¿Cómo no elogiar el desbarajuste cuando la falta de cultura vial parece ser la norma en las enmarañadas calles de Cartagena, y las autoridades de tránsito son cómplices silenciosos de este caos?

En el absurdo circo de la movilidad en Cartagena, las escenas grotescas se suceden como si de una obra teatral se tratara, pero con un elenco de personajes que desafían cualquier lógica y sentido común. Los últimos años han sido testigos de un espectáculo dantesco en las calles de la ciudad, donde motociclistas se abalanzan como serpientes veloces, serpenteando por las avenidas a velocidades insondables y algunos no se molestan en encender las luces durante la noche.

Los mototaxistas, esos valientes pilotos de la desgracia, desafían las leyes de la física y la decencia al transportar más pasajeros de los que un simple vehículo de dos ruedas debería llevar, incluyendo a menores de edad que se aferran a la vida mientras son llevados a toda velocidad hacia lo desconocido. Mientras tanto, los buses de servicio público, auténticas fortalezas rodantes, se convierten en señores feudales de las vías, apostándose sobre cebras peatonales y despreciando semáforos como si fueran simples sugerencias. Y en su interior, una multitud apiñada de pasajeros que luchan por un lugar en este carnaval de la desdicha.

Los conductores de vehículos particulares, esos audaces rebeldes del asfalto, hacen caso omiso de las señales de tránsito como si fueran meros adornos decorativos, mientras que los transeúntes, valientes kamikazes urbanos, arriesgan sus vidas cruzando las calles como si fueran pasarelas de moda.

Incluso Transcaribe, el supuesto oasis de orden en este desierto decaos, se permite el lujo de atravesarse en las vías sin considerar que comparte el espacio con otros vehículos y peatones, como si fuera el dueño absoluto de las calles y para terminar este elogio al desbarajuste, en plenas horas pico, los imponentes camiones recolectores de basura salen hacer su parte imponiendo el paso de tortuga por donde transitan.

En medio del caos vehicular y la anarquía en las calles de Cartagena, se revela una dolorosa verdad sobre el daño que nos infligimos como sociedad y la manera en que nuestra falta de cultura vial nos condena en la construcción de una ciudad más segura y habitable. Este espectáculo de irresponsabilidad y falta de respeto por las normas de convivencia refleja una profunda crisis moral y social que no puede ser ignorada.

La falta de cultura vial no solo pone en peligro nuestras vidas y las de nuestros seres queridos, sino que también socava los cimientos mismos de una sociedad civilizada. La incapacidad para respetar las reglas básicas de tránsito y el desdén por la seguridad de los demás revela una falta de empatía y consideración que va en contra de los valores fundamentales de una comunidad cohesionada.

Es por eso que hacemos un llamamiento urgente a las autoridades y a la nueva administración para que tomen medidas eficientes y contundentes que permitan poner fin a este elogio al desbarajuste. Es hora de dejar de tolerar la irresponsabilidad y la imprudencia en las calles, y de adoptar un enfoque integral y proactivo para promover una cultura vial basada en el respeto mutuo, la responsabilidad compartida y el cuidado por el bienestar de todos los ciudadanos.

Esto incluye la implementación de políticas y programas educativos que fomenten el cumplimiento de las normas de tránsito y promuevan el respeto por los derechos de los demás usuarios de las vías. También implica la mejora de la infraestructura vial y el transporte público para garantizar la seguridad y la accesibilidad para todos.

Finalmente, solo a través de un esfuerzo colectivo y un compromiso firme con el bien común podremos superar los desafíos que enfrentamos y construir una ciudad que refleje nuestros valores más profundos y nuestras aspiraciones más elevadas. Es hora de dejar de elogiar el desbarajuste y empezar a trabajar juntos para construir una Cartagena más segura, justa y habitable. 

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