¿Es la cultura parte de la Economía Naranja? La Economía Naranja es un concepto que sirve para destacar la rentabilidad de algunas actividades relacionadas con el entretenimiento y el diseño, cuyo éxito depende de la creatividad artística: los conciertos de música pop, la moda, la gastronomía, hasta la arquitectura. Implican una organización administrativa rigurosa, sea grande o pequeña, una gran habilidad artesanal o artística que les da un enorme valor agregado y un agudo sentido del mercadeo. Sus productos son la quintaesencia de la sociedad de consumo, desde los conciertos de Madonna, los musicales de Andrew Lloyd Webber y el Circo del Sol, pasando por las bufandas de Hermès o las carteras de Channel hasta los restaurantes Michelin de 3 estrellas y los edificios de Frank Ghery. Tienden a ser productos costosos de lujo, pero en la lista clasifican también las artesanías, las orquestas de música popular y los restaurantes de comida típica.
Como vivimos en una sociedad de servicios el concepto de Economía Naranja abarca una amplia zona de las actividades productivas de una sociedad y vale mucho en términos del Producto Nacional Bruto. Es sano estimularlo y mejorar la calidad de sus productos, aunque hay que decir que el mejoramiento de la calidad, la creatividad, la innovación y el conocimiento del mercado son factores esenciales para el éxito de toda actividad productiva.
Pero esa variada gama de actividades no es la cultura, cuya protección y estímulo corresponde al Estado. De las muchas definiciones de cultura que existen, para efectos de precisar la política cultural del Estado, hay que buscar una muy restrictiva que es la que se refiere a los productos originales de creación artística independientemente de su valor económico y de su arraigo popular, aunque los tengan. Entre otras cosas, porque un papel fundamental de las creaciones artísticas es subvertir el orden establecido, reflejar la sociedad que las produce con sus problemas y contradicciones, desmontar tradiciones y técnicas, revaluar las academias. Dar nacimiento a una nueva manera de mirar el mundo. Una sociedad que garantiza que ese trabajo pueda hacerse en libertad es una sociedad culta.
Dos errores que no deben cometerse: equiparar la cultura al folclor
y volverla parte de la Economía Naranja
Pero no lo hace necesariamente un trabajo muy rentable, aunque haya algunas empresas culturales exitosas. El mundo del arte está lleno de historias de artistas que casi murieron de hambre cuyas obras lograron sumas astronómicas en el mercado después de muertos; escritores que vivieron en el anonimato, rescatados por la posteridad; grupos de teatro, orquestas, museos, casi mendicantes dependiendo de la gracia estatal.
Dos errores que no deben cometerse: equiparar la cultura al folclor y volverla parte de la Economía Naranja. El folclor es por supuesto una expresión popular que hace parte de la cultura, pero no es la cultura. Lo mismo sucede con las artesanías. Lo que define una obra de arte es una mezcla misteriosa entre la genialidad del artista y su dominio de una técnica. Son productos excepcionales y complejos, que perduran, la suma de los cuales constituye la cultura de creación de que hablamos. Los produce una minoría y eventualmente son apropiados por la mayoría. El arte popular es una copia del gran arte o un primer paso para producirlo. Como cuando Picasso se inspira en el arte africano o Tchaykovsky en melodías populares rusas. Es la diferencia que existe entre el Festival Vallenato de Valledupar y la Bienal Internacional de Danza de Cali
Y la Economía Naranja tiene una dimensión cultural pero no es la cultura. Si la nueva política estatal es hacer al Ministerio de Cultura responsable de la Economía Naranja, el resultado será privilegiar solo las actividades culturales que sean rentables, que son pocas. Y darle la razón a Mario Vargas Llosa en su diatriba contra la cultura espectáculo y su frivolidad. Por ejemplo, la ley que creó un impuesto para espectáculos costosos, con cuyos cuantiosos recursos se financiaron espacios culturales no rentables, fue una iniciativa saludable del gobierno que termina en la cual se puso la Economía Naranja al servicio de la cultura. Si se desglosa la gestión del Ministerio de Cultura en los últimos 8 años, puede verse que la mayor parte de los recursos fueron para la creación y dotación de bibliotecas públicas, casas de cultura en pequeños municipios, programas de lectura, financiación de organizaciones culturales no rentables como orquestas filarmónicas o grupos de teatro, protección del patrimonio. Nada de eso produjo un solo centavo, que es lo que diferencia la Cultura de la Economía Naranja, ambas con mayúsculas. Ojalá esa tarea se continúe haciendo.
La rentabilidad de la Economía Naranja es responsabilidad de la iniciativa privada, le corresponde asegurarla a sus propietarios no al Estado. Su estimulo estatal debe hacer parte de la política de fomento económico. La productividad social de las actividades culturales desde la más primitiva hasta la más sofisticada, para que pueda manifestarse, fortalecerse, protegerse si es una responsabilidad estatal. Bien vale la pena determinar esas responsabilidades y precisar esos conceptos en los nuevos tiempos que corren.