Relaciono en esta ocasión dos asuntos aparentemente diferentes que, sin embargo, se cruzan en un destino de cierta incertidumbre respecto al habitar urbano en estas tierras. Vamos a ir por partes
Recuerdo que en diciembre de 1992, accidentalmente, en medio de labores en un cultivo de caña de azúcar en la hacienda Malagana, trabajadores encontraron piezas de oro y cerámica muy llamativas; el asunto significó enseguida un enjambre de miles de personas dedicadas a la guaquería que implicó desbordes de orden público, apropiación privada de los bienes descubiertos, destrucción del patrimonio cultural y comercio ilegal de valores históricos ancestrales, depositados en enclaves funerarios. Posteriormente, en el 2002, con la construcción del estadio del Deportivo Cali, se tuvieron nuevos hallazgos, localizados a menos de 10 kilómetros del primer asentamiento descubierto en 1992. Hoy se puede reconocer la existencia de un complejo de lugares rituales o cementerios que conectan con pequeños centros poblados, habitados entre los siglos 800 a. C. y 700 a. C. situados especialmente en el municipio de Palmira, en conexión con los municipios de Candelaria y Yumbo en el Valle del Cauca, específicamente en los terrenos delimitados entre las cuencas de los ríos Bolo, Fraile y Guabas.
Lo evidente es la cultura material por los arraigos arqueológicos, un invaluable trabajo en oro, en cerámica, en el uso de piedras preciosas, la orfebrería es de gran calidad
El Instituto Nacional de Arqueología e Historia mediante excavaciones en el sitio estableció un complejo cultural anteriormente desconocido, designado como Malagana-Sonso. La referencia a Malagana remite al nombre contemporáneo del sitio en el que se encontró el hallazgo arqueológico; en ese sentido su denominación tiene el problema de una lectura modernista occidental que ya ha sido denunciada por las comunidades indígenas y por algunas lecturas de antropología crítica, sin embargo, la investigación no ha llegado a profundizar suficientemente en estos aspectos. Lo evidente es la cultura material por los arraigos arqueológicos, un invaluable trabajo en oro, en cerámica, en el uso de piedras preciosas, la orfebrería es de gran calidad, pero, poco sabemos de las instituciones, del manejo del agua, de los alimentos y cultivos en terraplén; desconocemos el sistema de vivienda, el porqué desaparecieron, de su relación con los entornos de la gran cuenca del río Caucayaso. Es necesario recordar que, a pesar de los hallazgos materiales, avanzar en el estudio solo es posible si los objetos encontrados se relacionan con su contexto cultural original, tarea que relacionaría la arqueología de base con estudios antropológicos e históricos.
Otro horizonte que deseo presentar, remite a lo que al final de este año (noviembre de 2024) implicará un proceso de consulta a la población de varios municipios del sur occidente del Valle del Cauca y el norte del Cauca para constituir un área metropolitana como tejido administrativo; reporto que en recorridos por estos territorios con colegas de investigación, en el sentido de reconocer lo que va apareciendo como fenómeno metropolitano, desde el punto de vista de nuevos usos del suelo y de formaciones de hábitat, especialmente en los municipios del sur del Valle: Yumbo, Palmira, Candelaria, Pradera, Cerrito, se observa una gran actividad constructiva de vivienda, tanto de alcances suntuosos, como de unidades habitacionales para sectores medios y populares; por momentos se siente como si estuviera levantándose partes del tapete verde de la industria de la caña de azúcar para instalar el tapete de tono gris y ladrillo que se somete a la industria de la vivienda. En las observaciones y diálogos recientes se ha encontrado que, en esta ciudad ampliada, en estos hechos metropolitanos, no falta la referencia al encuentro de cerámica aborigen, a la emergencia de entierros, al relato de zonas de excavación donde se observan terrenos con hábitats cubiertos y la referencia a nuevas Malaganas. Al respecto me permito dejar algunas preguntas: ¿Las autoridades nacionales y regionales de resguardo patrimonial estarán al tanto de la situación en estos procesos constructivos, asegurando el respeto por los entornos de interés arqueológico y antropológico? ¿Los municipios tienen las salvaguardas de estos entornos de interés cultural, desde sus planes de ordenamiento territorial y sus planes parciales? ¿Las empresas constructoras tienen planes de manejo y herramientas que aseguren la prevención de afectaciones a bienes patrimoniales de carácter antropológico? ¿Las comunidades son conscientes que la experiencia de guaqueo puede terminar afectando el interés común y un proyecto de hábitat más amigable y sostenible? ¿Tendremos la suficiente inteligencia colectiva para entender que el proceso metropolitano no puede ser solo procesos constructivos de barrios y unidades de habitación al debe y que se requiere miradas más comprensivas de nuestros entornos históricos, ambientales y culturales?
En la literatura del debate sobre la cultura Malagana, emerge una categoría de cierta importancia para este momento de metropolitanización, la kansateura, noción que emerge de las comunidades locales de los entornos rurales del sur del valle y que remite a una forma de habitar el valle geográfico, a un modo de adaptarse al tejido lacustre de aguas, a maneras de cultivar, alimentarse y morar hospitalariamente entre valles y pantanos atravesados por un gran río; lo que tenemos hoy son fragmentos de una cultura indígena abierta en relación vital de movilidad e intercambio con otros pueblos de la época, que ritualizaba la muerte y resguardaba la vida en estos territorios: más que enterrar, pavimentar o explotar esos vestigios de Malagana, requerimos condiciones para profundizar en la investigación y promoción arqueológica y antropológica de los muy recientes hallazgos. Esto es importante para comprender las formas de vida precedentes y los elementos de orden ecosistémico y de poblamiento que tienen la traza de historias largas que nos traen a este presente. En la reflexión vamos entendiendo que lo metropolitano no es solo un proceso político - administrativo y financiero, tiene que entrar la historia, las culturas, la vida de las gentes y de nuestros tejidos territoriales; quizás eso lo podríamos denominar la vía kansateura, para habitar nuestros entornos de ciudad región sin deteriorarlos. Pensémoslo