Se sabe que una de las estrategias de toda reforma tributaria (sin mirar el nombre que reciba: reactivación, equidad, pobreza) consiste en tocar de inicio temas como huevos, pensiones o periódicos, en búsqueda de que la bronca se centre allí y poder pasar al final y sin mucho ruido lo que realmente interesa a gobiernos o grupos de presión.
Puesto que cada administración, “muy original”, hace una o dos reformas, en cuanto a cultura y artes siempre ha ocurrido lo mismo (empiezan bombardeándolos y en el último aliento se salvan y alguien queda de redentor), así que confieso en 20 años he reelaborado esta columna varias veces modificando comas, actores y cifras; más nunca el asombro.
En esta ocasión resulta muy extraño, hilarante, que el gobierno del presidente Duque que ha planteado como centro de la agenda pública la llamada “Economía Naranja”, basada en empresariado cultural y en campos artísticos y creativos con la aspiración de que estos lleguen a algo más de 5 puntos del Producto Interno Bruto, resulte dándole duro al cine local, a los libros, y a otros renglones culturales.
Tan hondo afectaría que, además de la comunidad de artistas indignados, el mismo expresidente Álvaro Uribe (mentor y alma supuestamente eterna de su partido), ha salido a decir ¡¡pilas!!, que no echen para atrás la cultura, ni el cine.
Imposible entender por qué, pero el proyecto de reforma arranca derogando la contribución parafiscal creada en la ley de cine del 2003 (un pago de exhibidores, distribuidores, y productores sobre sus ingresos y en beneficio de la escritura, creación, producción, circulación y divulgación de cine colombiano), para reemplazarla por lo que se promete como una asignación creciente de presupuesto nacional desde el año 2024.
Así, la realización de ficciones, documentales, cortometrajes, largometrajes; los miles de directores, artistas, técnicos, productores o academias que se han fortalecido desde la Ley de Cine rodarían al remoto pasado, cuando cada gobierno decidía cuánto ponía en esta canasta ¡¡casi siempre nada!!, pues ello depende de que al gobernante de turno le guste o no la cultura o la vea más o menos subversiva.
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El modelo que desaparecería permitió en 17 años situarnos entre las 4 mayores industrias cinematográficas de Latinoamérica; que nuestra voz audiovisual suene en el mundo, ir a los Óscar
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El modelo que desaparecería permitió en tan solo 17 años que Colombia se situara entre las 4 mayores industrias cinematográficas de Latinoamérica; que la voz audiovisual de colombianos suene en el mundo, que fuera a los premios Oscar y a las pasarelas importantes de este arte; consiguió en 17 años que se hicieran más largometrajes que en todo el siglo pasado desde el primero (“El drama del 15 de octubre“, en 1915), así que en 2019 se estrenaron 48 largometrajes locales y muchos más cortometrajes. Países que antes daban la espalda ahora quieren coproducir con Colombia, los jóvenes quieren estudiar cine y sus padres no se asustan, al paso que el modelo se ha adoptado en otras fronteras.
Se dice por los promotores de la “idea” que esto salvará el Fondo que financia al cine dado que con el cierre de salas por la pandemia decayó su ingreso, pero eso parece la metáfora de te salvo matándote rápido.
Más: la reforma deroga la exención parcial de renta que desde 1997 con la Ley de Cultura tuvieron exhibidores, distribuidores y productores, lo que permitió, por ejemplo, que las pantallas pasaran de unas 300 en 2003 a más de 1.200 en 2019, y el público de unos 17 a 73 millones de espectadores. Así mismo, se eliminaría desde el 2024 el incentivo del Plan Nacional de Desarrollo (art.178), concebido para que plataformas y productoras internacionales vengan al país a contratar servicios locales artísticos, técnicos, hoteleros y otros para series, videojuegos, películas, tv, instrumento que está resultando profundamente atractivo.
¿Qué decir del libro y la lectura? Los libros siguen sin IVA para el lector o importador igual que hace un par de décadas lo cual es bueno; pero pasan de exentos a excluidos, técnica tributaria que impediría a las editoriales descontar la cadena de IVA pagado en su producción (algo que a la postre encarece la compra); a la par, la deducción tributaria por donaciones a bibliotecas de la Red Nacional de Bibliotecas Públicas (un incentivo hasta ahora sin mucho uso), pasaría a un descuento de menor alcance. Recordemos que Colombia está entre los países con índices más bajos de lectura per cápita, y esto poco ayuda.
De otra parte, el arrendamiento de espacios para exposiciones y muestras artesanales y para eventos artísticos y culturales, pasaría a tener IVA, lo que encarece su costo que se traslada al público.
Cosas satisfactorias: la reforma ampliaría por un año, hasta el 2022, el plazo para que empresas creativas se postulen a recibir exención de renta por 7 años.
Sus promotores dicen que la reforma es para erradicar la pobreza; pero el aprieto como hemos afirmado otras veces es que los dineros de la salud, de educación, las alimentaciones escolares, la plata de las viviendas de interés social, las pensiones, en síntesis el denominado presupuesto de inversión social, se lo han robado sin saciedad y con impunidad. La mejor reforma tributaria hoy sería la de la decencia.
Las artes y la cultura han declarado históricamente su oferta de paz, de convivencia, de superación de inequidades sociales y no merecen estrujones. Nadie los pasará por alto.