Siempre he tenido la extraña sensación de que al dejar de mirar la escena y darle la espalda a ese misterioso hombre de camisa blanca y pantalón marrón, que con cara de terror y brazos en alto enfrenta al pelotón de fusilamiento, su cuerpo atravesado por la metralla, caerá inerte al terraplén de la montaña del Príncipe Pío. Por alguna razón que no sé explicar, cuando recuerdo el personaje un hedor a pólvora quemada penetra mi boca y nariz; olor que conozco bien pues habité la Medellín de los años ochenta.
El 3 de mayo en Madrid es el nombre del óleo que representa el suplicio no cristiano más dramático y bello en la historia del arte —a mi juicio—, así en el fondo se atisbe una catedral. Francisco de Goya y Lucientes, su autor, además de ser quizá uno de los primeros reporteros de guerra de la modernidad, tuvo la virtud de posicionarnos magistralmente en el lugar preciso para no dar lugar a dudas de que un cuadro magistral logra ser una ventana a otro tiempo y espacio, y a su vez, un dispositivo que permite alimentar el aquí y el ahora. Walter Benjamin llamaría a esa fuerza inmanente el Aura de la obra de arte, la misma que hace que los que amamos los museos detestemos la idea de una visita virtual a una sala sin espacio.
Este lunes 18 de mayo, en medio de una inédita contingencia que logró globalizar las medidas de salubridad, se celebra para los museos su día internacional. La inmensa mayoría lo estará conmemorando de manera atípica: cerrados. Otros tantos, y ojalá no muchos, estarán arribando a su último día mundial, pues la insoportable verdad es que no podrán volver a abrir nunca más. Y digo insoportable, porque por pequeño que sea un museo, su desaparición es tan triste y fuerte como la de un río o un bosque entero.
Ahora bien, no solo museos aguardan en capilla. Salas de conciertos, compañías de teatro, danza y agrupaciones musicales, entre muchas organizaciones más, están asistiendo a sus exequias debido a una enfermedad que los va a matar sin haberlos contagiado. ¡Vaya paradoja!
Hace unos días, en un comunicado al sector titulado LA CULTURA EN ROJO, Juan Luis Isaza Londoño, director de la Fundación Ferrocarril de Antioquia, reconoció, sin tapujos, que se sentían solos; advirtiendo antes, en la misma nota, que no era su estilo la queja. Además señaló —con razón— que la labor de los cultores “...es tan importante para la salud como el aire, como el agua, y como el pan”, e invitaron a los centros de cultura a que se manifiesten frente al dolo el próximo 27 de mayo, colgando un trapo o bandera roja en las fachadas de sus sedes. Se trata de un gesto poético fuerte que, a mi modo de ver, siembra una estaca que llama la atención sobre una masacre inminente de sector aún desatendido por el gobierno. A esta situación de vulnerabilidad se suman las fuertes amenazas de recortes drásticos en los presupuestos de Plan de Desarrollo en este rubro, en ciudades líderes en este frente como ha sido Medellín[1]. ¿Quién sabe qué estará pensando (tramando) el burgomaestre?
El arte, en cualquiera de sus expresiones y tal como el personaje central de El 3 de mayo en Madrid, respira sólo al ser visto. Darle la espalda implica sentenciar su existencia al ostracismo, al olvido y por tanto la muerte que conlleva a la pax sepulcris. Resulta terrible pensar que en este preciso momento, con las manos extendidas, diferentes actores son este puñado de hombres a punto de ser liquidados, ya no por las invasiones napoleónicas, sino más bien por la indolencia de nuestra esquiva mirada.
El espectáculo seguirá, sin duda. Con seguridad se rearme de sus cenizas como Fénix, así aparezca una quimera, pues, mientras la sombra de la muerte siga caminando al lado de la vida, el arte continuará jugando a las escondidas con su hoz, interpelando y retando su desagradable halo.
El afán en este momento será conseguir ese trapo rojo o, en su defecto, naranja, color cercano en el círculo cromático y con mayor probabilidad de ser advertido por quienes ostentan los cargos decisorios de orden nacional y que en suma podrían hacer la diferencia.
A lo mejor, se escuche el grito de:
—¡bajar armas!
En vez del fatídico:
—¡fuego!
[1] El presupuesto para la Secretaría de Cultura de Medellín fue del 1,9% en el gobierno de Aníbal Gaviria;1,8% en el gobierno de Federico Gutiérrez; contra un 1,49% propuesto para el actual gobierno de Daniel Quintero, por estos días en debate en el consejo de la ciudad.
*Politólogo, curador y crítico de arte.Director Museo Universitario y jefe encargado Departamento de Extensión Cultural de la Universidad de Antioquia. [email protected]