Al globito minúsculo que hemos cargado de basura y humo en la infinitud del universo, cuando le viene en gana se sacude como perro mojado para recordarnos que sobre todo somos criaturas descosidas por el miedo, seres apenas disfrazados de ego. En estos tiempos saturados con horas de sobra nadie irá más al trabajo ni al teatro, ha quedado prohibido robar un beso en noches de rumba o chocar manos hasta el día de nueva o de un nuevo Orden.
La paliza del virus anuncia que se intensificará. Su fórmula ha sido recogida en la literatura apocalíptica del Ensayo sobre la ceguera, Fahrenheit 451 o El hombre que fue jueves, entre otras maravillas que nos pusieron de frente el futuro que siempre ha sido. Leer ayudará en el oleaje, retomar aquella preciosa práctica de la lectura en voz alta en familia. Y también el cine en casa. Los sociólogos recomiendan que en tiempos de guerra alivia ver películas que crispen los nervios.
Insinuando de cine o literatura, es claro que esta asepsia paranoica que tomó por asalto nuestra respiración le da duro a la producción y a la vida cultural, pero a la vez entraña oportunidades de reequilibrar algo de la brecha existente en el acceso ciudadano; de innovar en las maneras del diálogo intercultural situado hoy en el mundo como engranaje del desarrollo social y económico.
En el país, el cierre de salas de cine, el aplazamiento de espectáculos de artes escénicas, así como el de ferias y encuentros tradicionales (situación generalizada en toda la agenda cultural), genera una reacción en serie. Por vía de ejemplo, el “derrame” económico que propicia la Feria del Libro de Bogotá y que está en riesgo, se acerca a 60.000 millones de pesos por año entre logística, alquileres, empleos, y, más que nada, en la venta de libros que llega casi a un 50 % de esa cifra.
Con el vértigo se tiende a comprar más panela y papel higiénico que libros. En realidad, así ha sido siempre en países como el nuestro con índices de pobreza significativos, pero este será un tiempo en el que las librerías de añeja dificultad de subsistencia la verán más y más dura; como desde luego ocurrirá con sectores de producción audiovisual, programadores de espectáculos, entidades de gestión cultural o distribuidores de arte.
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En la crisis a la mesa de los sectores creativos, la propia creatividad es la llave
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En la crisis a la mesa de los sectores creativos, la propia creatividad es la llave. Desde el Gobierno Nacional y municipales, por ejemplo, múltiples medidas pueden darse: la facilitación de créditos para la producción y la circulación) en Findeter, Innpuslsa o Bancoldex (sin duda complejos en la actualidad); flexibilización de requisitos de exención de renta a las empresas culturales, la rebaja de impuestos prediales y de industria y comercio; activación de bonos de acceso o “consumo” cultural que aviven a manera de subsidio la compra de productos culturales (libros, artes, vistas guiadas, bibliotecas virtuales, entre otros); o, en general, el ablandamiento de los requisitos de postulaciones a los sistemas de estímulos nacionales y locales.
Determinante resulta una alianza mayor entre telecomunicaciones y cultura. Sin saber mucho de ello hablamos de transformación digital, pero no terminamos todavía de superar o entender las viejas usanzas entre oferta, demanda y acceso cultural.
Los jueves el Teatro Julio Mario Santo Domingo ofrecerá por streaming obras presentadas antes allí; gestores y productores tienen ocasión hundir el acelerador de redes y tecnología hacia una masiva distribución artística. Por supuesto, los créditos del gobierno son inaplazables para fortalecer las plataformas tecnológicas, y también su vigilancia, en dirección a que la banda de internet no colapse o los prestadores del servicio abusen (como suele ocurrir en este servicio irregular).
Sin desestimar el reproche a la parte grande de la tecnología que se usa para vender licuados de entretenimiento alienante, en lo positivo este será momento de poner a prueba si en realidad en nuestro país con fuerte brecha digital, es posible dar más luz al acceso a la educación, la información y la cultura desde la red como el derecho humano de última generación que es, o dice ser.