Se siente enfado, incertidumbre, amenaza, agotamiento, inseguridad y miedo. El temor es natural y la alteración de la percepción de la realidad también, una especie de vértigo que afecta la cotidianidad. Lo primero que es necesario resaltar es que ante una situación como la que vivimos, precisamos aceptar la amenaza y normalizar el momento de incertidumbre por el que estamos avanzando.
Pensando en ello debemos analizar nuestra forma de responder, es decir, las estrategias de supervivencia que básicamente son cuatro. Cuando un ser humano está en peligro puede atacar para defenderse, pero siendo el virus un ente del mundo invisible, es poco probable que lo podamos atacar hasta que llegue la vacuna. Otra opción es “escapar” que significa evitar al máximo el contagio, casi todas las medidas preventivas como el lavado de manos y el distanciamiento tienden a ello. Otra respuesta es la de paralizarse, ser presa del miedo intenso al punto de perder la capacidad para actuar. Por último, podríamos mencionar el rendirse, esa situación compleja que la psicología llama desesperanza.
De momento las cuatro estrategias de supervivencia no se traducen más que en una alerta para determinar la importancia de los hábitos preventivos, sin embargo, podemos continuar, esto es, hacer un poco más, después de todo no solo somos seres biológicos para tener como máximo logro la superviviencia, sino que somos seres pensantes y nuestro tesoro es la inteligencia. Con esto, somos por otro lado seres sociales, lo que hace referencia a aquella esfera gigante en cuya manifestación se vislumbra la importancia de la convivencia.
Pensemos en estar conscientes de la novedad a la que nos enfrentamos, al hacerlo intentaremos aceptar y perdonar todo aquello que está causando situaciones, perdonar al ser humano y al planeta, perdonarnos a nosotros mismos por los errores que podríamos estar cometiendo; esto para que empecemos a generar compromisos mirando hacia adelante, y no quejas persistentes con las que debilitamos los recursos de afrontamiento y menospreciamos lo que puede darse mejor; si bien no estamos hablando de falso optimismo ni de autoengaños, se puede elegir lo que se piensa al respecto de la pandemia y cuando eso se logra, podemos fluir en la realidad, ejercer control sobre la posición que se tiene sobre lo que está sucediendo en todas partes y en la propia vida.
“No hay medicina que cure lo que no cura la felicidad”. esto dice un poster en redes sociales y hace pensar en la importancia de mantener un estado del ánimo dispuesto y preparado para la contingencia. Autocuidarnos emocionalmente implica prepararnos más allá de las respuestas innatas de supervivencia de las cuales hemos hablado antes. Autocuidar las emociones tiene que ver con algunas de las dimensiones constitutivas del ser humano: mental, emocional, corporal, espiritual y social. Revisemos brevemente algunas de las sugerencias que podemos tener en cuenta a la hora de enfrentar el COVID-19.
La dimensión mental se cuida al momento de asumir que el mundo ha cambiado, no es el mismo de hace cinco meses atrás y aunque para algunos sea nuevo, no hay razón para estar viviendo hoy como si no existiera un peligro real. Con esto debemos concentrarnos en soluciones y no en problemas, ya es suficiente de tanta noticia trágica y nociva, pensar en lo que sí se puede hacer desde casa es imperioso a la hora de hacer higiene mental. Es necesario comportarnos de manera correcta y no transgredir los decretos y consejos preventivos puesto que son el rumbo seguro para permanecer. Requerimos también aprender a relajarnos a través de la respiración, la simple práctica de respirar profundamente por la nariz mientras hacemos conciencia de ello tiene efectos terapéuticos maravillosos como paz interior, sincronización de los sistemas corporales y descanso.
La dimensión emocional tiene que ver con el desarrollo de una actitud adecuada, una actitud que involucra sentimientos, pensamientos y conductas alineadas con el propósito de lograr pasar la pandemia. Para esto, partimos de adoptar actitud de confianza y no de escasez, la actitud de confianza espera que las cosas por difíciles que parezcan tengan un final provechoso. Esto se hace aceptando las emociones, las de tristeza y felicidad, ira y desagrado o todas aquellas que se generan a partir de estas cuatro. Para aceptar las emociones es necesario conocerlas, y haciéndolas conscientes podemos modificarlas a conveniencia. Por ejemplo, en un momento de tristeza podemos escribir “una canción desesperada” como lo hizo Pablo Neruda. Al reconocer las emociones tendremos cuidado con lo que decimos, cuidaremos también el lenguaje, hablaremos de la pandemia como un desafío que presenta cambios inesperados, mas no como una maldición de la que no podemos escapar. A través de las palabras es posible construir realidades y por ello antes que dañarnos a nosotros mismos o a otros a través de ellas, es necesario generar un compromiso real de cuidarnos para estar lo mejor posible en esta situación especial.
En la dimensión corporal podemos implementar algunas acciones tendientes al bienestar constitutivo; se hace aprendiendo a escuchar el cuerpo, sus quejas y sus dolencias, de la misma forma como lo escuchamos cuando tenemos hambre o sueño. Escuchar el cuerpo es reconocer su necesidad de descanso y de autogratificarse, es mantener una rutina de ejercicio diario para generar endorfinas que ayuden a quitar el malestar. Es respirar constantemente de manera consciente y ofrecer la placidez del descanso y la pausa de acuerdo a las exigencias cotidianas. Escuchar el cuerpo es también alimentarse de manera saludable, esto es, disponiendo de hidratación permanente con la disponibilidad de ingerir al menos una porción diaria de verduras y fruta. Aunque parezca obvio los malos hábitos alimenticios afectan el correcto funcionamiento de los sistemas digestivo y endocrino, además de otras problemáticas relacionadas con el sedentarismo y la obesidad.
En cuanto a la dimensión espiritual, las estrategias no son tan evidentes, tratan de los aspectos menos visibles del ser humano, pero no por ello menos importantes. En realidad, es uno de los componentes más relevantes por cuanto se liga al principio de la trascendencia. Para ser espiritualmente saludables precisamos aprender a dar gracias por todo, por el nuevo día, por existir, por las buenas pocas noticias que se reciben, por los servicios con los que contamos y la gente con la que interactuamos. La sensación de gratitud es emocionalmente benéfica por cuanto se convierte en el principio para vivir otros valores como el respeto, la tolerancia, el amor, la solidaridad, el altruismo y por supuesto, el perdón del que se habló al inicio. Gratitud y perdón son grandes virtudes de las personas espirituales, y juntos aseguran un éxito en la devoción de aquellos que practican la contemplación y el poder de la fe, la oración y el autoconocimiento. Uno de los indicadores de las personas que cultivan al máximo esta dimensión es que piensan a menudo: esto pasará. Esa es la esperanza que permite despertar para trascender en medio de los momentos complejos que vivimos, inmersos en una oscuridad espesa que se ha de disipar.
Finalmente, ¿cuáles son las opciones para cuidar de la dimensión social? La pandemia que enfrentamos transmite una enfermedad del cuerpo y solo daña el espíritu en la medida en que no hagamos nada por remediarlo; a pesar del encierro es prudente mantener contacto telefónico y virtual con nuestros familiares y amigos, son las relaciones y los vínculos que valen la pena los que nos permiten fortalecernos en la debilidad; evitando así el aislamiento emocional a toda costa, tendremos que cuidar de nuestras expresiones emotivas con los demás, decir aquello que la cortesía mejora es otro remedio para el alma, el uso de las “palabras mágicas” junto a otras de aceptación y beneplácito hacen parte de los esfuerzos que debemos realizar por ser empáticos. Este es el tiempo de mostrar amabilidad, de dar más que recibir; este es tiempo en el que el buen trato que damos a otras personas se convierte en invitación para dejar que otros nos cuiden. Este es el tiempo de saber cuidar el alma.