Cuando uno escucha expresiones como “por favor colabore”, “le voy a colaborar” o “es que usted no colabora”, hay algo sub (por debajo), o supra (por arriba), que resulta encriptado, indescifrable o sospechoso.
Aquí un ejemplo: la chica sale con su carro sin advertir que ese día es pico y placa. Al cruzar una avenida principal es detenida por un agente de tránsito. El agente de tránsito le comenta la infracción. Luego de algunas excusas de la chica, su olvido, la prisa de la mañana, el afán etc… y haber pedido disculpas en una diversidad de formas. el agente de tránsito le dice sin mayores expresiones: “No se preocupe, yo le colaboro”.
La atmósfera se enrarece, se genera una perturbación, un ruido, una aguda distorsión en el mensaje que se agudiza con la frase: “Ahí nos colaboramos… usted sabe”, en primera persona del plural que involucra sin consentimiento al otro sujeto. La expresión “usted sabe” surge después de una pausa bien mesurada, que confirma que nada ha quedado claro, pero se reconoce que la solicitud no tiene ningún sello de virtud.
La chica dice que parqueará el carro y no lo moverá (porfis) hasta que pase la hora del pico y placa (Ay sí). El agente, serio y sorprendido, asegura que de eso no se trata, que ya él le ha colaborado mucho. La chica advierte que algo no ha quedado claro entre los dos.
Uno puede intuir el final de la historia, pero lo que está pasado es la transformación de los alcances de un término o la mutación cromosómica de sus componentes, como diría el maestro Alex Grijelmo.
Colaborar era una acción digna, generosa y honesta. Era un trabajo que se hacía entre dos o más personas con el único objetivo de coronar el éxito. El diccionario de la Real Academia, entre otras acepciones, establece que es también el trabajo que alguien hace para una empresa sin pertenecer a su nómina. Ese colaborador era parte de los objetivos de una compañía, una organización o un periódico. Ser colaborador de un diario, como lo fue Cepeda, Zapata, Artel, Tejada o Rojas Herazo, era un orgullo para el diario y un deleite para los lectores.
La mutación cromosómica, sufrida al término colaborar es posible que tenga orígenes en los submundos del hampa, el terrorismo y la delación, asociada a la vieja estrategia policial o gubernamental de “Colaborar paga”, que en realidad se trata de una recompensa por delación, hermanada con las viejas prácticas del oeste norteamericanos, en la que los delincuentes eran exhibidos en carteles adheridos con remaches en pinos, abetos y secuoyas.
El vigilante de un banco le dice a un usuario “Colabóreme con el celular”, el estudiante al profesor: “Colabóreme con la nota”, el jefe a su empleado, “Colabóreme con la llegada temprano”, la maestra a sus estudiantes: “Colabóreme con la clase”. El presidente Santos a las Farc: “Colaboremos con la paz”. Uribe a los uribistas “Colaboren con el caos…” y todos en una diversidad de formas piden que todo se haga de acuerdo a sus propósitos.
Creo que fue Neruda quien dijo que las palabras son como peces que saltan del agua. Son seres vivos que se van alimentando de las situaciones propias de los afanes cotidianos o los despropósitos de los grupos que las destrozan.
Hay palabras que mueren también y otras que cambian su significado, a veces llegan a mutar tanto que se convierten en su antónimo. “Colabóreme” es una de ellas, hoy enredada en un musgo urbano que mezcla veladas peticiones con insinuantes brotes que pican en la deshonestidad.