Notorio es la acogida que tiene la causa rusa en redes y el eco que se hace de la publicidad de ese bando. Esta reflexión va dirigida a esas personas que encuentran justificado el accionar ruso sin saber que le están prendiendo velas al diablo.
Antes de ahondar en lo que verdaderamente está en juego vale decir que en términos brutos en la geopolítica, no hay buenos ni malos y que cada bando va por lo suyo. Que detrás de la geopolítica también hay intereses económicos y que si escuchamos la versión de cada lado vamos a encontrar motivos detrás de su accionar. Las cosas no pasan simplemente porque hay alguien malévolo que conspira contra la paz mundial y, por ende, al hacer juicios de valor nos vamos a tener que posicionar a través de una ponderación de intereses.
Lo primero que hay que entender es la visión macro de lo que está en juego. Aunque Lo más importante en disputa es la paz mundial. Aunque existan intereses económicos en esta guerra, ello no significa que los intereses económicos estén por encima de los intereses existenciales y por eso es que vemos a actores como Alemania que están dispuestos a sacrificar su economía con tal de defender los principios que están detrás de la existencia del derecho internacional. Está probado que el principal motivador psicológico es el miedo, muy por encima de la codicia, y este el principal factor desencadenante detrás de una carrera armamentista y de la decisión coordinada de rechazo a esta guerra.
Muchos, con un pensamiento algo confundido, especulan que detrás de los intereses de la OTAN lo que hay es principalmente la codicia como acicate y no se detienen a pensar que estos países que han sufrido la guerra tienen intereses existenciales históricamente legitimados.
Lo que vemos hoy es la historia tocando a la puerta. Quizá el último coletazo de la guerra fría. La motivación de Putin no es desnazificar un pueblo vecino, ni salvar del genocidio a una etnia que él debe proteger. Esa es la excusa que el ha usado para tomar territorios que el ve clave en términos geopolíticos. Lo hizo en Georgia y en Crimea antes, patrocinando militar y financieramente grupos rebeldes.
Si fuera cierto no hubiese entrado a tomarse todo el país, sino la zona en disputa separatista. Además se puede probar de que atribuir esas afirmaciones al presidente y parlamento ucraniano son falsas. Obvio que Putin debía construir una excusa, como lo hacen todas las potencias con intereses coloniales, pero esta no resulta creíble. El interés de Putin tampoco es principalmente el de asegurarse una zona económicamente favorable. En términos puramente económicos, esta guerra era más lo que le perjudicaba.
Las sanciones económicas y el aislamiento financiero debieron estar en el cálculo de Putin como lo prueba el intento de hacer su economía resistente a las sanciones en los últimos años. El interés de Putin está más dirigido a construir una área de influencia que le dé cierta tranquilidad frente a lo que él considera un enemigo: La OTAN.
Así las cosas, vemos cómo esa confrontación divisoria que quedó tras la Segunda Guerra Mundial por más de cuatro décadas hasta la caída de la Unión Soviética, aún no cicatriza del todo y se manifiesta 30 años después. El que esto sea así se verifica con los discursos nostálgicos de Putin. Siempre ha querido restaurar la gloria perdida, si no de la antigua Unión Soviética, sí por lo menos del mainland ruso. Ejecuta sus actos militares con cierto simbolismo en cuanto a fechas en lo que desde mi punto de vista ratifica que es alguien que halla justificación existencial cumpliendo un destino como reunificador de la gran patria.
Todo esto se puede entender. La nostalgia y los intereses de seguridad. Pero ¿podemos justificar la masacre de una guerra por la tranquilidad y sentido que ello le da a un gobernante?
No nos equivoquemos. El que podamos entender los motivos de Putin no significa que por ello se permita la agresión a la soberanía de un país que quiere hacer su propio destino por fuera de el control de la madre patria. Sean cuales sean los motivos de Rusia, ¿vamos a justificar agresiones a la libre autodeterminación de los pueblos? ¿Al derecho de un país a existir? Por supuesto que no, como no lo hacemos con un delincuente cualquiera que da motivos para su proceder ilegal.
En esto el derecho internacional tiene una vigencia que como el derecho común no admite disculpas. Si la gente pudiera evadir la ley porque es capaz de motivar su actividad delincuencial, entonces la ley no tendría vigencia alguna. Simplemente viviríamos en un caos donde los agresores podrían actuar a sus anchas sabiendo que no recibirán castigo alguno.
Esto es lo que está en juego, ni más ni menos: la vigencia del derecho internacional.
No me quiero extender en la historia del derecho internacional. La verdad es que es algo que está en pañales. Solo hasta después de la Segunda Guerra Mundial se han creado los organismos multilaterales que pretenden darle vigencia. La ONU, o más recientemente la Corte Penal Internacional, apenas si tienen dientes de leche. Pero son una esperanza para los que soñamos con un mundo en paz y en donde los derechos humanos tengan vigencia universal.
Esto es a lo que Putin pretende echarle tierra. Quiere un mundo donde cualquier país en aras de sus intereses geopolíticos pueda pasar por encima de cualquier otro solo porque puede hacerlo. Un mundo con áreas de influencia para el imperio. Un mundo sin ley y en permanente incertidumbre en plena era de potencias nucleares. Un mundo que esté sometido al vaivén de la azarosa correlación de fuerzas. En términos de sobrevivencia para la especie, el orden veleidoso que pretende Putin es el peor escenario posible. Un mundo en permanente amenaza de extinción.
Por supuesto que resulta cuestionable que quienes pretendan ser los garantes de ese orden sean países que anteriormente se hayan pasado por la faja esos mismos principios que ahora defienden. Su hipocresía les quita autoridad. Y es sano que se les reproche su doble moral. Pero tenemos que tener cuidado de no caer en la defensa de una causa injusta solo porque no nos gusta la condición moral del juez.
En lógica hay un tipo de falacia llamada Tu quoque (tú también, un llamamiento a la hipocresía). El argumento afirma que una cierta posición es falsa o incorrecta o debe ser descartado debido a su proponente no actúa constantemente de acuerdo con esa posición o alegando la inconsistencia de quien lo propone. Por ejemplo, Thomas Jefferson decía que la esclavitud estaba mal. Sin embargo, él mismo tenía esclavos. Por lo tanto, se deduce que su afirmación es errónea y la esclavitud debe de estar bien. Pues bien, igualmente en este caso no está bien irrespetar la autodeterminación de los pueblos solo porque los que ahora condenan su irrespeto no hayan sido coherentes con eso que ahora defienden.
No somos ingenuos. En una guerra la primera sacrificada es la verdad. Y vamos a tener que coger con pinzas lo que se nos diga de lado y lado. Filtrar toda esa información que se construye o moldea tendenciosamente no va ser fácil, pero el primer paso para posicionarse es saber lo que verdaderamente está en juego más allá de las especulaciones conspiranoicas, y que dejando solo los hechos netos hay un agresor que pudo tramitar sus preocupaciones de una manera menos cruel y abusiva. Tenía en la mano las cartas para gestionar una negociación, pero decidió dar un paso intolerable y que debemos rechazar sin excusas. La paz mundial debe ser el norte que guíe su postura.