En el departamento de La Guajira, a una hora de Riohacha, se encuentra un pequeño corregimiento del municipio de Albania, llamado Cuestecitas. Este pueblo, de aproximadamente 4,100 habitantes, está en un punto estratégico, pues conecta la ruta de contrabando de gasolina entre Maracaibo, Maicao y el interior del país. Precisamente, ha sido su ubicación la que ha determinado la actividad económica en el corregimiento. El contrabando de gasolina desde Venezuela cambió el panorama del pueblo, otrora conocido por sus famosas almojábanas y queques. La vana ilusión de progreso que prometía el Cerrejón hace 20 años se desvaneció, y hoy, solo se ven pimpinas, canecas, mangueras y miseria por doquier.
Ahora bien, ¿por qué este pueblo en medio de la nada es el edén de un fundamentalista de mercado? Por dos simples razones. Primero, porque en Cuestecitas no existe el Estado, en otras palabras, este no interviene en la economía. Segundo, porque la principal y, al parecer, la única actividad económica del pueblo, el contrabando de gasolina, funciona básicamente como un mercado en competencia perfecta, con todos los supuestos que acarrea este modelo. Es la entelequia del anarquista de mercado, o anarquista capitalista, o lo que sea.
Estos fundamentalistas aborrecen al Estado y todo lo que tenga que ver con él. Para ellos, los impuestos son un robo, cualquier política social que nos aboque al tan vilipendiado Estado de bienestar no es más que populismo y la actividad política es lo más impío y reprochable que puede existir. Detestan la democracia, a tal nivel de sugerir que una monarquía o una aristocracia serían afines a sus veleidades utópicas.
En este orden de ideas, Cuestecitas es el lugar indicado para establecer un parangón con el fundamentalismo de mercado. Allá, el Estado es tan mínimo que se reduce a una desabrida estación de policía y un par de oficinas gubernamentales. Como no hay Estado, no hay gasto público, ni políticas sociales de salud o educación y mucho menos una política de fomento o intervención económica. Puro laissez faire, laissez passer.
El contrabando de gasolina domina la actividad económica, a tal punto que sus pobladores aseveran que “cada vivienda tiene algún vínculo con el negocio, aunque sea de manera indirecta”. “Están haciendo uso de sus libertades individuales para contrarrestar la coerción estatal”, diría un fundamentalista. Y añadiría, “¿para qué salario mínimo y prestaciones sociales, si esos son meros inventos de los socialistas?”. El fundamentalista sería dichoso en esta pequeña economía de gasto público despreciable, informalidad exacerbada y contrabando como leitmotiv, en la cual, no se pagan impuestos. Magnífico.
Igualmente, la actividad política se encuentra relegada a una pequeña casta, que es la misma que gobierna en La Guajira hace varios lustros. Lo más democrático que hay es el alud de propaganda política vetusta, la cual no necesita ser reemplazada jamás, pues siempre gobiernan los mismos. Campañas a la alcaldía del año 2007 respaldan esta afirmación.
De esta manera, a medida que el Estado desaparece, el mercado se impone con tesón. El comercio de gasolina contrabandeada prolifera en cada andén de Cuestecitas, a tal punto, que este funciona como un mercado en competencia perfecta, tan anhelado por los fundamentalistas. Los supuestos de este modelo se cumplen a la perfección: existe una multiplicidad de oferentes y demandantes, es decir, nadie controla una parte o la totalidad del mercado. Todos son tomadores de precios y el mercado se vacía fácilmente. Una estimación de cien casetas de pimpineros se podría quedar corta, y ni hablar del número de viajeros y transportadores que atraviesan el pueblo a diario. Igualmente, el producto a ofrecer es homogéneo (la gasolina es la misma) y ninguna firma puede diferenciar calidad o extraer excedentes del consumidor diferenciando precios. De esta manera, la información es prácticamente perfecta pues el precio siempre es el mismo (5,333 pesos el galón) y ninguna firma tiene incentivos a cobrar por encima o por debajo de este. No hay barreras de entrada o salida al mercado pues no hay Estado que regule la gasolina de contrabando. El mercado es tan perfecto que los habitantes no tienen en cuenta las externalidades negativas de tener gasolina almacenada en las casas de todo el pueblo, las cuales se han hecho patentes en un sinfín de accidentes y explosiones.
Para los fundamentalistas de mercado, el debate no trasciende la inveterada y maniquea dicotomía entre el Estado y el mercado. Este último siempre debe prevalecer, no importa cuanto paper académico o premio Nobel se interponga y demuestre que, a veces, los mercados fallan, o, a veces, no son suficientes para combatir la pobreza. Y de esto no se percatan (o tal vez ignoran contumazmente) los fundamentalistas.
En La Guajira, la pobreza ronda el 56 % y la pobreza extrema el 25 %. Aun con el “progreso” que trajo el Cerrejón, el PIB de este departamento es la mitad del nacional (USD$4,595, como en Mongolia). El laissez faire no va a venir a salvar a Cuestecitas ni a los municipios, corregimientos, y caseríos adyacentes. Mucho menos a la comunidad Wayuu. Es menester la intervención del Estado para formalizar estas economías, combatir la corrupción perenne y brindar dotaciones básicas en educación, salud, infraestructura, empleo, entre otros, planteando así, un punto de inflexión, el cual permita la coexistencia entre un Estado social de derecho y unos mercados legales pero jamás perfectos, que propicien bienestar social y económico a la población. Dejémonos de fundamentalismos.
@TorresJD96