—¡Hola, idiota! ¿Qué tal se están portando esos parásitos?
—Luna, Por favor, lo cortés no te quita lo valiente. Mis inquilinos no son perfectos, pero se portan bien. Me conoces, solo soy un buen samaritano, no un idiota.
—¡Basura! y sabes, ese es el problema con ustedes los filántropos: que piensan que sus acciones son desinteresadas. Cuando en realidad nadie en este universo realmente es un buen samaritano.
—MMM, en realidad, si ponemos sobre la mesa tu evidente falta de modales, empatía y gracias… mi amistad sincera contigo es una prueba de que sí hay acciones desinteresadas en este universo; después de todo, no eres una chica con la que sea fácil tratar.
—Ja, Ja, Ja tengo que reconocértelo: al menos eres un idiota muy divertido. Además, debería cobrarte por hora, después de todo soy tu pseudopsicóloga. Sin mí para desahogarte creo que hace mucho hubieras asesinado a esos parásitos.
—Por favor, no juegues con eso: a veces tu sentido del humor es demasiado negro para mí.
—Y tú no me interrumpas. En fin, el punto es que nuestra amistad es más bien una especie de mutualismo. En la que yo me siento menos sola y tú puedes recargar energías para seguir siendo bueno, aunque nunca entenderé cómo es que puedes soportarlo. Y así es como usar nuestro mutualismo, qué digo, amistad como ejemplo no sirve para comprobar que existe las acciones desinteresadas.
—Luna, en ese caso, ¿cómo explicas que seamos tantos buenos samaritanos en el universo?
—Simple: son todos unos adictos, del tipo que no sea da cuenta de que lo es, y antes de que me preguntes ¿a qué son adictos?, la respuesta es simple: a sus egos, porque lo que aman es la calidez que produce en ustedes mismos la filantropía y no el hecho de ser filántropos.
—MMM, Interesante forma de pensar
—Vamos, ya déjate de mierdas. Además, que no puedas darme un mejor contraargumento solo demuestra, como siempre, que esta humilde servidora tiene la razón.
—Definitivamente no se puede tener un debate enriquecedor con alguien que solo le interesa tener la razón.
—Ja, patética tu falta de ganas por competir. Pero, regresando a mi pregunta inicial, sabes que te tengo en muy alta estima y me angustio por ti. Además, cabeza dura, siempre te advertí que no dejaras entrar en tu vida a cualquiera y menos compartir tu espacio con ellos porque tarde o temprano ibas a toparte con alguien realmente tóxica.
—Primero que todo, yo también te tengo en muy alta estima y, en segundo lugar, no seas tan dura conmigo, es quien soy y no puedo renunciar a quien soy. O acaso ¿podrías tú renunciar a algo que defina? Por ejemplo, ¿renunciarías a tu irreverencia o humor negro o alguna de las cosas que te orgullecen ser?
—Claro que no, imbécil, pero existen límites y desde que me conoces sabes que le he bajado a mi acidez, ya que eres alguien al que vale pena dejar entrar. Pero tu bondad no tiene límites y esos parásitos han abusado de tu confianza una y otra vez. Incluso muchos se creen tu dueño. Aunque mejor uso un insulto, a ver si es más claro esta vez y captas el mensaje: DE-JA DE SER TAN HUE-VÓN.
—Entiendo tu punto, pero las malas palabras no ayudan a ganar un debate o a convencer a otros. Y quiero que tengas en cuenta que igual su tiempo es limitado y pronto me dejarán.
—Llevas milenios con la misma lora y debo confesar que admiro a esos parásitos, ya que es bien jodido deshacerse de ellos, tal vez sea debido a la combinación de dos de sus características más fastidiosas: su perseverancia y su desfachatez.
—Cada vez que lo he mencionado, lo he hecho muy en serio, el fin de la situación está cerca. Y al menos me quedarán los recuerdos y regalos que muy amablemente me han dado.
—La mayoría es basura e, incluso, señor buen samaritano, con sus regalitos están afectando a los otros inquilinos, los que sí me caen bien. Y por eso es mi deber escupirte en la cara, con todo el respeto, que al menos, deberías hacer algo para que no sean abusivos con sus vecinos.
—Mi querida Luna, tú sabes que de vez en cuando los reprendo con alguna catástrofe como la erupción del Vesubio en el 79 o el tsunami del 2004, y eso sin contar las que ellos mismos ocasionan, como sus conflictos aburridos y sin sentido. Y, tristemente, no sé cómo es que unos viejos conocidos que se odian terminan haciendo que jóvenes que ni se conocen se maten entre ellos. Y estoy consciente de que, pese a todo eso, les cuesta aprender la lección y siguen generándome problemas, aunque cada vez menos. En definitiva, confía en mí, el fin de esta situación está cerca.
—Mi cabezota Gaia, aceptarlos es todo lo que está mal contigo, realmente te amo y me emputa verte cada vez con peor aspecto por culpa de unos parásitos desconsiderados. Al menos en esta vez podrías decirme: ¿por qué ahora sí el fin de la situación está cerca?
—MMM, Porque sutilmente he ido subiendo la temperatura de mi termostato para que cambien de actitud o se vayan. Aunque si somos honestos, ellos han acelerado el proceso con su actuar, ya que han ido dañando el sistema de aire acondicionado que les proveo y no pienso repararlo. Como te podrás dar cuenta, estoy aprendiendo a poner límites, al menos deberías abonarme ese esfuerzo.
—Está bien, te concedo un par de lunipuntos por eso. Además, creo que tu plan funcionará y solo porque yo tengo razón, los actos desinteresados no existen.
—MMM, Creo que me pierdo un poco, explícate mejor, por favor.
—Simple, frente a este tema del daño al sistema de aire acondicionado, hay tres clases de esos parásitos:
Uno, los desinteresados honestos, quienes realmente no les importa el problema y no hace mucho para remediarlo, pero tampoco son tan estúpidos como para empeorarlo. Esos hasta podrían llegarme a caer bien.
Dos, los idiotas que están cavando su propia tumba, estos son los que les vale verga el problema y son tan imbéciles que lo niegan e incluso hacen todo lo posible para que crezca. Hablando seriamente, estos deberían morir primero.
Y tres, tu tipo de gente y que debes adorar, los filántropos y quienes están conscientes del problema, pero todas sus soluciones son más para sentirse bien consigo mismo que para salvar el planeta. Además, cuánta arrogancia: se creen tan especiales que incluso creen que acabarán contigo. Y ahora que le echo cabeza, también son narcisistas porque son realmente pocas cosas las que podrían acabar con nosotros y están lejos de suceder, pero ellos piensan que el fin de su especie es lo mismo que tu fin… Definitivamente, qué bonitos tóxicos con los que te hiciste.
—Te equivocas, los filántropos, como los has nombrado, ellos realmente me quieren ayudar y tienen toda la disposición, incluso tratan de convencer a otros.
—Ponte serio, Gaia, a mí no me engañas, ya que sé que lo de subir el termostato no es algo que hagas voluntariamente. Es tu sistema inmune tratando de deshacerse de esa plaga: una lástima que algunas otras especies tengan que pagar los platos rotos por esos tontitos que se creen que son los dueños y que todos los demás, incluyéndote, les debemos pagar arriendo. En fin, y de corazón respóndeme esta última pregunta: ¿las acciones de los filántropos realmente resolverán el problema o son paños de agua tibia que solo retrasara el problema?
—MMM, este, MMM, no es algo tan sencillo de responder.
—Tú y tu bipolaridad, aunque no sé por qué dudas en contestar la pregunta si estás tan seguro de que el fin de la situación está cerca. Además, alégrate, pronto empezarás a recuperarte y estarás reluciente como antes de que esa plaga de parásitos se saliese de control.
—Solo te puedo responder que realmente no lo sé y que no todo ha sido malo con los humanos, y les tengo mucho aprecio, como a todos mis inquilinos. Y no quiero seguir hablando del tema, al menos por un buen tiempo, por favor.
—Está bien, como quieras, pero aquí van mis últimas palabras frente al tema y aunque te rayen las necesitas escuchar. Ahora sé que lo del fin está cerca solo lo decías para tranquilizarme, pero, al parecer, de tanto repetirlo es algo que se ha materializado y no habías caído en cuenta hasta que tuvimos esta conversación. De nada, y no estés triste, todo tiene su fin y qué dichosa me siento de que, para bien o para mal, el fin de esa relación tóxica está cerca.