Cuando era niño una lección que se aprendía para la vida era de gramática, orientada a la escritura. La profesora de entonces (Purificación se llamaba la mía) pedía hacer “composiciones”, relatos íntimos o familiares que habían causado alegrías.
Consistían en contar historias de vacaciones, hacer memoria y relatar lo que quedaba grabado en la vida misma.
El retorno al colegio motivaba a escuchar en voz alta las historias, viajes al campo, recorridos a pie, pequeños paseos, tortas de vainilla hechas en casa, visitas a abuelas y parientes, juegos de azar y diversiones en los parques itinerantes de metal con ruedas volantes, carrusel de caballitos y montañas rusas, entradas al circo que iba de pueblo en pueblo. Fiestas en las tiendas con borrachos incorporados.
Algo similar habrá de ocurrir cuando se retorne de la pandemia, que aparte de muerte ha forjado nuevos fascismos y posverdades.
El mundo de los datos ha enviado la historia, la filosofía y otras fuentes del saber, al cuarto del olvido, así es el neoliberalismo, un dogma, arrasa a su paso lo esencial, el capital ha separado la naturaleza de la cultura, el shopping es el teatro de operaciones, pero no cubre las necesidades humanas, aunque todos salgan con paquetes.
Economía, publicidad, marketing y selfi, ocultan lo humano. Estamos ante el mundo de digital, de los datos, con origen en el dedo. Se toma a dedo una parte de lo que ocurre y se cuenta en rápidos mensajes de WhatsApp.
Ante el desastre previsible pocos corren a evitarlo, la mayoría prepara su cámara para registrarlo, volverlo dato, aunque gracias a usar tal situación también se conoce a alta velocidad lo que ocurre en el otro borde del planeta.
El dedo índice sirve para enumerar, para contar, para pasar la página. Del dedo emergen señales, que dejan a un lado la historia, para detenerse solo en el número, aséptico, sin responsables a la vista, sin signos de discriminaciones, ni crueldades.
En cada huella de dolor hay responsables, políticos y materiales, determinadores y exterminadores, historias de crueldad.
De 2021 quedan para siempre las cifras numeradas de 6402, falsos positivos (inocentes asesinados a sangre fría, convertidos a litros de sangre y enterrados sin historia, sin compasión como NN, en cumplimiento de una orden superior (JEP) para “cobrar políticamente” una guerra perdida); 48 muertes de civiles en las protestas de 2021 (asesinados a mansalva y con sevicia por los encargados de la protección de sus vidas y derechos, en el marco de justas movilizaciones de los jóvenes en 2021 (ONU); 80 mutilados en sus ojos (destrozados con precisión por disparos oficiales en una práctica aprendida para “dejar vivo el escarnio” a quien pretenda guardar en su retina las imágenes de barbarie.
Más de 20 millones de personas en tránsito de la pobreza a la indigencia; cerca de mil lideres y lideresas asesinadas por hacer la tarea más noble jamás emprendida: defender seres humanos en estado de debilidad e indefensión; 238 jóvenes judicializados y torturados por pedir que todos los humanos sean tratados como humanos, reconocidos en sus necesidades y deseos y respetados en su dignidad.
Las cifras cuentan, pero están siendo usados por el poder para negar historias de revueltas, de hechos enfrentados, de descomposiciones, contaminaciones, vilezas, desigualdades, intentos de exterminio.
El poder trata de esconder, negar, apartar, marginar del espacio público aquello que lo condena, evita alusiones, a manera de ejemplo pasa la página de sus propios 7 millones de desplazados internos amenazados, agredidos, violentados, que deambulan y construyendo cordones de miseria les descubren sus dobles discursos y angustias por tapar sus temibles faltas.
A partir de cifras acomodadas el partido en el poder justificó y aprobó una ley de ciudadanía contraria a la ciudadanía explicada por teóricos y expertos que invitan a perfeccionar lo humano, no a degradarlo.
Al contrario, la ley faculta a “civiles de bien” para matar en una legítima defensa, que nadie explica; a los jóvenes que protestan por atención a sus demandas los condena al exterminio; a sus tropas y sus alianzas las convoca a seguir su gesta heroica de morir o matar por una patria de elite, ajena y siempre esquiva para ellos.
La composición en estas navidades tiene señas de caos, incertidumbre por el año electoral que traerá mentiras completas y verdades a medias, jugaditas de poder para sacar provecho del miedo, vender emociones calculadas útiles para acrecentar fortunas, manipular pasiones y mantener a flote los odios que se consumen lo mejor de la vida.
Pero también vendrá más y nueva conciencia social, solidaridad y fuerza de unidad para avanzar en la consolidación de derechos y libertades, capacidad y potencia humana para juntar experiencias y agendas y dar el paso por cambiar las cosas y recobrar sus historias, sus memorias, sus sentidos sin perder el norte que traza la brújula de vivir con dignidad.
P.D. Ráquira, Boyacá. Una bonita y gratificante composición de vida real, sin cifras, relatada en lo más local, la representa un pesebre con vida propia, sin luces ni muñecos artificiales, con memoria y futuro al tiempo.
En la tierra de la cerámica más tradicional de burritos y materas, de casas de colores y de Velosa el carranguero, el alcalde, campesino, de pueblo, orgulloso de su terruño, en 50 m2, de la plaza principal, organizó una montaña habitada por animales domésticos bien conocidos en la zona, pero tal vez ajenos a los niños y niñas que van a vacaciones y que no han conocido el calor ni la historia de los animales, ellos tendrán de allí un relato, una composición no trágica del país del horror, podrán conocer una parte del mundo rural por cuenta propia, sin acudir a datos, un avatar o un tamaguchi.
Allí el pesebre es un zoológico con ovejas, cabros, chivos, burro, llamas, gallinas, patos, piscos, pavos reales, pájaros de colores, terneros y conejos. Es una síntesis de naturaleza, un pequeño alivio para que las cifras tengan historia y aunque cueste hacerlo, sirvan para apostar por una experiencia menos digital, menos a dedo y más humana…..¡felices fiestas y próspero 2022!