Todo porque en aquellos años los pantalones rotos no eran cuestión de moda, tampoco símbolo de rebeldía, sino distintivo de pobreza que, los hijos de los gerentes, los dueños las empresas, las estaciones de gasolina, los finqueros, de los principales negociantes de la ciudad, rechazaban su presencia en la institución. Decían que él se hallaba en el medio equivocado.
En lugar de ser estudiante en el colegio debería irse a pesar arroz y maíz en la tienda de la esquina y, que con una bicicleta bien podría repartir mercados y pedidos en diferentes puntos de la ciudad.
Los compañeros de curso esperaban que fuese expulsado del colegio cuando el portero de la institución fue al salón de clase para solicitar que el estudiante se presentara en la rectoría. En diálogo, el rector se alegró porque la familia había superado la dificultad económica y, en cuanto a lo sucedido a la entrada del seminario, al final de la conversación, sugirió: -No seas grosero. Ve a clase-
En el campo de fútbol él no era un gran jugador, pero era hábil, solía gambetear y dejar a un lado a aquellos que se burlaban, acusaban, pero que no se atrevían a golpearlo.
En matemática se destacaba en clase de álgebra entendía descomposición factorial y resolvía ecuaciones de primer grado, mientras que muchos de ellos no llegaban a comprender que el álgebra es un juego, en el cual en lugar de emplear números se recurre a las letras.
Así que con las X y las Y se desenvolvía con vivacidad y, una forma de defensa era la gracia para poner apodos, si bien ellos lo trataban con desprecio por su indumentaria, él solía ponerles apelativos que causaban burla entre los compañeros.
No era fácil la vida pues con los pantalones rotos, las camisas de cuellos y puños deshilachados, los zapatos viejos sus compañeros lo hacían a un lado en las horas de descanso, pues no permitían que fuera parte del corrillo. Mas la situación era paradójica, cuando vestía la camiseta de la institución las cosas eran distintas ya que desde la barra lo animaban.
Pero un día hubo un cambio porque el señor padre ganó una demanda económica, entonces, la madre dijo que cambiaría la condición de él en el colegio. Era cuestión de vestuario. Fueron de compras, al centro de la ciudad, por pantalones, camisas, suéteres, pañuelos, ropa interior, medias y hasta zapatos.
Y una mañana de cielo azul a la entrada, en la puerta del colegio, la pandilla se escandalizó por lo que les contestó. Pronto en grupo fueron la rectoría a poner la queja de la forma cómo él los había tratado.
No merecía que él estuviera en la institución pues era grosero y patán con la gente noble, decente, educada y de buenas familias. No podían permitir que los ultrajara pues ante sus palabras -Por fin dejamos de estudiar con un hijueputa pobre- les había respondido: -Pero estudio con unos pobres hijueputas.-