Que quien la debe la teme; que verdad sabida, buena fe guardada; que la verdad nos hará libres; que sin verdad no hay justicia; que sin verdad no hay responsabilidad y…
Bueno, todas las proposiciones que se le puedan ocurrir al lector acerca del tema de la verdad, hoy de boca en boca entre los colombianos con motivo de la Comisión de la Verdad, que acaban de acordar, como valor agregado para los acuerdos de paz, los plenipotenciarios de la Mesa de La Habana.
Y vía expedita, entre otras, para acercarnos al fin del conflicto armado que opone, desde hace más de medio siglo, al Estado contra las Farc–EP, y nos tiene a los colombianos sumidos, hace medio siglo, en la incertidumbre de una guerra macondiana, en la cual no habrá nunca, por la naturaleza y dinámica de la misma, vencedores ni vencidos
“No hay que tenerle miedo a la verdad”, ha dicho el procurador Ordoñez, contrariando la lógica, muy colombiana por cierto, de que todos le tienen miedo a la verdad y se revisten de un coraje tal para no decirla ni aceptarla cuando tiene que ver con sus actos, individuales o institucionales, que prefieren optar por la violencia, el garrote y la mordaza, antes que confesarla.
Y si no, observen no más las prevenciones de grueso calibre que han surgido en cuanto se acordó entre los plenipotenciarios de la Mesa de La Habana la Comisión de Esclarecimiento de la Verdad, la Reconciliación y la no Repetición.
De uno y otro lado, y en el centro del auditorio, cuanto se dilucida son las estrategias, tácticas y caminos para hacerle el quite a la Verdad, con mayúscula, que unos y otros deben y están obligados a confesar a la sacrosanta Comisión.
Jodida la vaina, poeta.
De por sí, una Comisión de la Verdad, y las experiencias cuentan, no es el instrumento que pueda manejarse con la lógica y dinámicas del fin inminente del conflicto armado colombiano que persigue una de las partes, el Estado, en las cuales la inmediatez vendría a constituir el primer escollo para el cumplimiento del objetivo de verdad que persigue dicha Comisión, toda vez que los tiempos para obtenerlo rebasa la condición de “exprés” que alientan los plenipotenciarios de Santos.
A menos, y es de suponer que no es así, la Comisión sea solo un requisito protocolario y mediático, y no el componente inamovible de los acuerdos que entre las partes den en poner fin al conflicto armado nuestro de todos los días.
Y por ahí, a las causas de orden social y político que cada día lo ponen en el disparadero y escalan.
La verdad verdadera, esa de la cual se encargará la hipotética Comisión de la Verdad, el medio idóneo, no hay colombiano que no quiera saberla, al menos eso es cuanto presumimos de buena fe quienes le apostamos al fin de la matadera por la vía del diálogo y los acuerdos.
Por tanto, una “comisión exprés” para salir del paso y cumplir el protocolo, no vendría a ser más que otro digito agregado a la sumatoria de las frustraciones, tantas ya en la materia que hasta inmunes a ella nos estamos volviendo.
Cuanto de verdad van a contar los militares y policías, no los soldados y agentes, sus comandantes en todos los grados, acerca de sus andanzas macabras en campos y ciudades, hay que saberlo. Que de las “bajas en combate” de enfermos mentales y discapacitados físicos. Que de las “tomas” prefabricadas de villorrios y caminos. Que de las “voladuras” de todo orden en sus narices y de la protección dispensada, y descarada, a los narcos, sus propiedades y negocios, a cambio de apoyo a la lucha contrainsurgente.
Si cuando menos contaran sobre la masacre de El Salado los supremos comandantes de brigadas, batallones, apostaderos navales y comandos que no movieron un pelo para evitarla, ya sería un logro de alto valor simbólico y moral para la Comisión, porque sin el concurso, ordenes y apoyo logístico de aquellos, los 450 paramilitares que se “entretuvieron una semana matando gente por allá”, jamás habrían consumado el ominoso descuartizamiento de campesinos en los Montes de María, Región Caribe, norte de Colombia.
Que cuenten la verdad de cuantas cabezas de campesinos, indigentes, enfermos mentales y minusválidos, entre otros, arrancadas de sus troncos debían reportar los supremos comandantes para obtener medallas, ascensos, bonificaciones y primas por resultado, producción por bajas, que algunos de sus pares en comandos y guarniciones han dejado al descubierto y, ante la evidencia irrebatible y el peso de conciencia, confesado sin titubeos.
Si ese mínimo de verdad están dispuestos a contarla quienes la protagonizaron desde las entrañas del Estado, la institucionalidad y la legalidad, es para creer que estamos en vías de ser reparados por la historia, y no repetir nunca más, esa ignominia que hemos tolerado sin beneficio de inventario.
Y para que todos los que tengan que ver con este torbellino de violencia, cuenten la suya verdadera.
Sin rodeos ni a medias.
Poeta
@CristoGarcíaTap