1) “No hable mal de Cúcuta, y si es así no vuelva”. Como este, circularon muchos comentarios la semana pasada, desatados por el texto escrito para este mismo medio por el periodista Iván Gallo. Aunque su columna tiene algunas incoherencias, a las que me referiré más adelante, el chovinismo de los cucuteños ha quedado expuesto. La petición de “no hablar mal” de Cúcuta significa apelar a los sentimientos y no a la razón. Más interesante, y menos victimista, sería pedirle a Iván Gallo “hablar con argumentos”. En el más tolerante de los casos, la exigencia de los cucuteños ha sido expulsar a Gallo de Cúcuta (es decir, censurarlo), y en el peor, acosarlo mientras almuerza con su familia en un restaurante de la ciudad e, incluso, amenazarlo de muerte. Con estas acciones, los cucuteños muestran que el dedo con el que acusan y señalan tiene una llaga enorme: el de la intolerancia. Construir una mejor ciudad implica desacralizar primero lo nuestro, es decir, empezar a ser conscientes de que “nuestro terruño” no se encuentra en una esfera superior e intocable.
2) Para nadie es un secreto que Cúcuta vivió en carne propia la limpieza social. Tampoco es un secreto que Ramiro Suárez lideró desde la alcaldía la vigente ley de “el que la hace la paga”. También es visible la fuerza política que sigue ejerciendo Suárez desde la cárcel, tanto que en la ciudad pueden verse vallas en las que impulsa a los políticos actuales. Sin embargo, tomar la decisión de no regresar a una ciudad por sus políticos, como lo manifiesta Iván Gallo, nos obligaría a refugiarnos en una isla desierta, en donde a lo mejor gobierne un esclavista Robinson Crusoe. Una razón más general es denunciar el miedo a lo diferente, a lo otro, que se respira en Cúcuta. En la novela Los hombres no van juntos a cine, quise criticar la intolerancia y ese miedo a lo diferente en el que había crecido cuando estudiaba en el Salesiano. Desafortunadamente, en parte porque el libro tiene problemas en su ejecución formal y porque la editorial también lo quiso así, la novela fue encasillada en el género de la literatura homosexual. Mi intención inicial era trascender la historia de los dos personajes para narrar la uniformidad de la ciudad. Una uniformidad marcada por la narcocultura, la cultura del atajo y la violencia. Sin lugar a dudas, durante los últimos años, Cúcuta ha ganado en diversidad, gracias a las universidades que empiezan a fortalecer los programas de Humanidades (incluyendo programas de Ciencias de la Educación) y Artes. Aunque desconozco lo que ocurre al interior de las universidades que se atreven, aún se percibe en la cotidianidad una educación basada en el “saber hacer”, poco reflexiva frente a las necesidades sociales y políticas del contexto. Que se juzgue y amenace a un periodista que trae una mirada diferente es una prueba de que la educación está en deuda. Hace falta una materia de diversidad cultural en los currículos de los colegios y de las universidades.
3) En su libro Contra Trump, Jorge Volpi dice que todos nosotros somos responsables de los discursos de odio de nuestros políticos. Para el autor mexicano, hemos normalizado la violencia del lenguaje, y afirma: en redes sociales todos somos Trump. Sin duda, Facebook (red social en la que tuvo lugar la discusión sobre el artículo de Iván Gallo) se presta para la inmediatez y las ofensas. Lo anterior se debe a que como usuarios no exigimos una ética de la comunicación. Ser más cuidadosos y responsabilizarnos de lo que decimos sería un buen comienzo. El periodista John Jairo Jácome, por ejemplo, acudió a argumentos ad hominem, que no solo desviaban el debate, sino que se basaban en rumores: chismes según los cuales debíamos desacreditar a Gallo porque lo habían visto consumiendo “cositas” en un parque. Iván Gallo, en respuesta, lo llamó fascista en una entrevista para radio. Lo mismo ocurre en el texto de María Astrid Toscano cuando se refiere al guión de la película sobre Jossimar Calvo escrito por Gallo. El tono del comentario parece ensañarse cruelmente con el guionista, sabiendo que una reseña crítica sobre la película sería un ejercicio más responsable y ético. Y por último, todas las amenazas de muerte y los maltratos contra Iván Gallo, que prueban que todavía en Cúcuta el posconflicto no nos ha enseñado a solucionar nuestras diferencias sin agredirnos y por medio del diálogo y la razón.
4) Criticar a una ciudad por su clima es demasiado subjetivo. La mayoría de nosotros lo hacemos: solemos decir "qué calor tan hijueputa". Por eso no vale la pena enfocar la discusión en ese punto. Otro más interesante, es la manera en que Iván Gallo juzga a una ciudad por la cantidad de actividades que se pueden realizar en ella. Aunque en el fondo lo que intenta hacer es criticar la falta de diversidad, el problema de su argumento consiste en considerar la idea de que existe una "alta cultura" (la de los museos, las exposiciones de arte, los conciertos de rock) y una "baja cultura" (la del vallenato en una tienda de barrio). Además, en una sociedad basada en el consumo, la idea que construimos sobre el turismo suele confundirnos. Imaginamos que el destino debe proveernos las actividades y sumirnos como viajeros en la pasividad. Las carreteras para salir de Cúcuta han mejorado, lo que no ha aprovechado el departamento es repensar el turismo. Las cabañas de Chinácota, por ejemplo, se convierten en lugares para reproducir la narcocultura de Cúcuta: es decir, viajamos para reproducir la uniformidad y no buscar lo diferente. La pregunta que deberíamos hacernos es qué tipo de turismo queremos promover para la ciudad, y los municipios aledaños.
5) Dejando de lado los comentarios violentos y las amenazas en redes sociales y en persona contra Iván Gallo, es esperanzador ver a tanta gente que intenta debatir con ideas y propuestas innovadoras. Echar a un periodista o pedirle que se calle solo por señalar de manera crítica algunas problemáticas de "nuestro terruño", cierran las discusiones importantes. El meme más interesante sobre el tema, le pedía a los cucuteños "emberracarse" y demostrarle a Gallo que estaba equivocado, votando por mejores políticos y exigiendo una cultura política libre de corrupción. Es decir, aceptaba algunas de las críticas y proponía de manera creativa una solución. Estas vacaciones me voy de Cúcuta con la imagen del tributo a Queen en la ciudad, concierto que se llevó a cabo en uno de los bares "diferentes". El tributo es un ejemplo que muestra cómo, desde las pequeñas propuestas y la cotidianidad, se puede cambiar el discurso de la uniformidad, por el de la diversidad.