No podía, no quería ir a trabajar. Entre la vigilia y la cordura se tiende una noche pesada, un despertar de patitas, se clausura la puerta del cuarto para el mundo exterior. Adentro, en el templo de la habitación, está la sábana blanca, la lámina de revista recién enmarcada y las cosas del trabajo dispuestas por todas partes en espera del primer tren de la mañana. Gregorio Samsa no puede levantarse. El hospital se distingue por la ventana, el vecindario se hace lejano, la mañana se hace gris por la lluvia. La metamorfosis de Franz Kafka está de cumpleaños, ya son cien desde su publicación en 1915.
Cambio, mutación, transfiguración, metamorfosis. El debate sobre el título del libro se revive a propósito de su efeméride. Entre una palabra y otra se explican diferencias sutiles de raíces griegas y latinas, usos vulgares, un preciosismo que hace pensar en el universo sutil del significado que se extiende por las páginas del diccionario para hablar de cambio, del proceso que compone la alquimia del pensamiento cuando es necesario encajar en algo y la respuesta está entre la evasión o el nuevo comienzo.
Dice María Moliner sobre el significado de la palabra transformación:
Se emplea mucho con referencia a cambios operados por arte de magia. Cambio o modificación importante que experimenta un ser, un órgano o una función.
En el mismo diccionario se dice sobre metamorfosis:
Cuando las formas juveniles son distintas a los adultos, como en las mariposas y los mosquitos, la metamorfosis recibe el nombre de completa; en ésta pasan por un estado de reposo denominado pupa”. Y pupa quiere decir: pústula o úlcera, en su primera acepción. La siguientes se refieren a una persona a la que le suelen sobrevenir desgracias, y en zoología al estado de metamorfosis de los insectos comprendido entre los estadios de larva a imago, una pupa está inmóvil y no se alimenta.
Nos sitúa, entonces, este libro de Kafka en un universo especial lleno de tránsitos de la vida, de crisálida a cucarachita; de vendedor de muestras, proveedor y trabajador a un ser aislado y apenas observador que le hace la digestión a la vida desde la esquina de su cuarto, espacio que a su vez pasa de ser la sala de aislamiento. Todo cambia. Todo muta.
La historia se presenta como si fuera simple y llana, pero encarna el arquetipo más profundo de la angustia del cambio y del sentido de la vida. No son más de setenta páginas y con ella se traza la pesadilla mental que está en el fondo de cada despertar ante una jornada que penosamente debe ser conquistada.
Una obra de arte también se puede entender como un puente entre dos orillas. Por ejemplo, La metamorfosis de Ovidio, lo hace entre el carácter inestable de la vida y la ilusión del arte como algo perenne. Y a su vez, entre Kafka y Ovidio, el puente que muchos quieren hacer entre la compresión de lo que muta y lo que se transforma.
Entre las dos obras subyace la palabra y su carácter estático; lo volátil de la interpretación que le da una ventana de comprensión a lo más profundo del alma. Unos lo llaman mitología, otros le dan rostro a la angustia a partir de la mirada de un insecto.
El arte nos juega un bonito acertijo al presentar fundidas las envolturas que recubren el entendimiento del sí mismo para que lo oculto se acerque a la luz, para que la inconciencia se libere de su oscura prisión entre las manos del más docto estudiante o del joven aprendiz.
Hoy la cultura popular también divaga entre lo épico y lo existencial. Héroes que salieron del cuarto, a diferencia de Samsa, circundan por la ciudad para conquistar con sus otros compañeros mutantes la frontera de la discriminación y la distancia del ser en las pantallas de cine. Sus relatos en tres dimensiones hoy, ayer fueron comics, y superan la imaginación, sobrevuelan las grietas del existencialismo. Entretenimiento para todo público, saltos mortales entre relatos, quiebres en el largo lienzo de la memoria.
Al respecto, escribía Borges:
Kafka ha sido uno de los grandes autores de toda la literatura, para mí es el primero de este siglo. Yo estuve en los actos del centenario de Joyce y cuando alguien lo comparó con Kafka dije que eso era una blasfemia. Es que Joyce es importante dentro de la lengua inglesa y de sus infinitas posibilidades, pero es intraducible. En cambio Kafka escribía en un alemán muy sencillo y delicado. A él le importaba la obra no la fama, eso es indudable. De todos modos, Kafka, ese soñador que no quiso que sus sueños fueran conocidos, ahora es parte de ese sueño universal que es la memoria. Nosotros sabemos cuáles son sus fechas, cuál es su vida, que es de origen judío y demás, todo eso va a ser olvidado, pero sus cuentos seguirán contándose…