De este 2019, año de conmemoraciones históricas en muchos países latinoamericanos, sería imperdonable dejar pasar su primer mes sin rendirle homenaje a un corajudo grupo de héroes cubanos que, el primero de enero de 1959, luego de homéricas batallas guerrilleras, sorteadas al calor de fuertes movilizaciones populares, arribaron triunfantes al gobierno de la isla a romper las cadenas que ataban a su pueblo a la coyunda del imperio norteamericano y de las oligarquías criollas.
Por aquel entonces, Cuba estaba convertida en un inmenso casino, abierta a la diversión de mafias gringas y de capitalistas criollos, quienes, todos a una, además de someter a los cubanos a sus políticas de despojo, condenaban a los más pobres, que eran la absoluta mayoría, a extremas carencias de casi todo.
Tan indignante situación social estaba soportada en la detestable dictadura de Fulgencio Batista, un siervo fiel a los poderosos y despiadado con los humildes, que cercenaba y reprimía sin escrúpulos toda forma de resistencia popular.
La toma del poder por los barbudos de Sierra Maestra tenía, entonces, el propósito inicial de saldar cuentas, tanto con los poderosos del imperio como con las oligarquías anfitrionas y lacayas, y ponerle fin al despotismo del dictador.
Sin embargo, no con ello se conformarían los protagonistas del golpe, cuya suerte había sido puesta al servicio de un ideal más comprometedor: el de instaurar una nueva forma de organización social que ofreciera, a cambio de la explotación reinante, dignificación del trabajo proletario; a cambio del sometimiento nacional a los dictados gringos, la más orgullosa soberanía; a cambio del despojo de los pueblos, la mayor solidaridad internacional; a cambio de ser expresión y defensa del gran capital, el gobernar con el pueblo y para el pueblo; a cambio del futuro de miseria que les esperaba seguir viviendo a las grandes mayorías, conseguir con ellas la más plena felicidad para todos.
Ese era el futuro luminoso que ofrecían los entusiastas y épicos guerrilleros, a cambio de la desesperanza del régimen oligárquico. La Cuba de hoy evidencia la sinceridad con la que los revolucionarios de entonces le hablaban a su querido pueblo. Pero también las inmensas talanqueras puestas por las defenestradas oligarquías, siempre y en todas partes dispuestas a cobrar a precio de sangre cualquier intento de convertirles en simple motivo de futuras nostalgias su paso por el poder.
Todo proceso de cambio que pretenda ser calificado de revolucionario debe carecer de límites y de pausas. Eso lo ha venido demostrando la Revolución cubana, que no ha dejado intacto ningún adobe de la vieja estructura capitalista. Cuba puede mostrarle al mundo inmensos progresos en el campo de la educación, la salud, el deporte, la ciencia y la cultura gracias a esos propósitos sin límites y a esos tiempos sin descanso que le han dado a su proceso.
A quienes inspiraron el presente glorioso que viven los cubanos, ¡aplausos eternos! A quienes construyen ese ejemplo que nos hace decir que otro mundo es posible, ¡aplausos eternos! Cuba socialista es patrimonio de todos los pueblos del mundo. Al pueblo cubano que la ha hecho posible, ¡aplausos eternos! A los héroes de Sierra Maestra, especialmente a Fidel, el sabio timonel que con desprendimiento y grandeza supo conducir su gesta hasta los linderos de la gloria, ¡gloria eterna y aplausos sin fin!