En Cuba se mira al horizonte

En Cuba se mira al horizonte

Las vacaciones de un profesor universitario coincidieron con la semana más importante de la isla en los últimos años

Por: Andrés Hernández Morales
abril 06, 2016
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En Cuba se mira al horizonte

Cuando planeé mis vacaciones a Cuba no sabía que coincidirían con la semana más importante de la isla en los últimos años. En menos de cinco días, se dieron la visita de Obama y el concierto de The Rolling Stones, luego de años de que se censurara su música. Para mí, la casualidad no pasó desapercibida.

Esos días me confirmaron que las ideologías pueden ser desastrosas y que hoy padecemos las consecuencias de haber vivido para ellas durante el siglo XX. Si la desigualdad entre los países y la persistencia de la pobreza en el mundo de hoy son las esquirlas de las promesas rotas del capitalismo, la pobreza y la desigualdad en Cuba son los últimos fragmentos de las ilusiones marchitas del socialismo.

Sin duda, lo primero que llama la atención al pasear por las calles de sorprendentes palacetes en La Habana o trazar los caminos de las provincias cubanas no es ni la música en el aire, ni los colores de su mar, ni la belleza de sus playas, sino la precariedad económica del país. La insuficiencia contrasta con el moderado lujo al que pueden acceder los visitantes extranjeros en los restaurantes y hoteles autorizados por el gobierno para recibirlos. Sin embargo, si uno se lo permite y navega un poco más profundo en los rincones de ese abrumador paisaje, llega a entender el significado del momento histórico al que se ve abocada la sociedad cubana.

En Cuba la guerra fría todavía existe. Los analistas políticos que aparecen en los programas de la televisión pública utilizan los mismos enfoques que se usaban hace más de 60 años para comprender los vientos que hoy soplan sobre las relaciones entre Cuba y EE.UU. La verdad es que muchas cosas parecen haberse quedado estacionadas en el siglo veinte y no me refiero solo a los carros de marcas americanas que llegaron a la isla en los años 40 y 50, pues aun caminan remozados por las vías del país, o al hecho de que la familia Castro aún sea quien gobierna. El acceso a la tecnología también es escaso y el internet funciona con la misma fiabilidad del que se tenía en nuestro país hace más de veinte años. Así que, las preguntas son inevitables ¿qué piensa la gente?, ¿por qué no hacen algo al respecto?

La gente es lo que más impresiona y de manera grata. Discretos y cortantes en el primer contacto, quizás debido a la desconfianza creada por las políticas vigilantes de la revolución, al final todos parecen tener la necesidad de que les pregunten para poder contestar. Y hablan. Afortunadamente, la diversidad en Cuba no solamente es de culturas, razas o géneros, sino también de los pensamientos de cada hombre y mujer cubanos. Eso es algo que jamás ningún autoritarismo podrá alterar. Pero, sin importar el grado de cambio que añoren o estén dispuestos a soportar, todos coinciden en que su sociedad preserve lo que ya es parte de su identidad: el enaltecimiento de la educación, la salud, el deporte y la cultura y su carácter pacífico, cívico y solidario.

No importa lo que pase, ni las transformaciones que ocurran ni la ideología que se profese, los cubanos consideran esos valores el núcleo de su dignidad, base de su respeto propio y, con certeza, el principal motivo para acometer el esfuerzo diario de llevar el pan a la mesa de sus hijos.

Nelson Mandela decía que la paz comienza por reconocerle a la contraparte algo de dignidad. En mi opinión, Obama lo hizo al visitar La Habana y, admirado como todos, recorrerla junto a su familia. También, al resaltar los vasos que unen al pueblo estadounidense con el cubano, en vez de los abismos que separan a sus gobiernos. Su actitud humanista, además, le permitió reconocer los errores históricos de su país. El pueblo cubano lo merecía, a pesar de sus gobernantes. Y la invocación que hizo de los jóvenes cubanos para que miraran al futuro reconoce que a estos las ideologías les tienen sin cuidado, porque no han hecho sino defraudarlos.

Las ideologías pueden quitar la dignidad a las persona. Ocurrió en el siglo veinte y aun hoy ocurre en algunas mentes delirantes y fanáticas, no necesariamente religiosas. Solo hace falta la invocación continua a la venganza y al odio a la que algunos nos han acostumbrado en nuestro país, que, como algunos cubanos, en especial sus gobernantes, siguen entendiendo la realidad bajo enfoques caducos, llenos de falsos supuestos, ya sean anticomunistas o anticapitalistas. A ellos hay que recordarles que todo eso se acabó hace mucho tiempo y que el siglo veinte ya solamente existe en sus mentes febriles.

Escribo esto desde un balcón que da al malecón de la Habana. Puedo ver algún barco que se pierde en el horizonte, mientras que los ancianos los miran desde la orilla. Fueron unos cuantos días en la isla, pero fueron días históricos, y para mí, suficientes para grabar en mi vida el significado de la dignidad y entender la necesidad de soltar el pasado y dejarnos llevar por los vientos del cambio. Al comenzar su concierto, Mick Jagger advirtió a quienes asistimos que esa sería una noche inolvidable. Para mí lo fue, gracias a los cubanos, a mis conversaciones con ellos, a las calles oxidadas de La Habana, a las horas que pasé en el asiento trasero de un Bel-Air modelo 54 mientras admiraba los paisajes de sus provincias, a sus contrastes, a sus carencias y generosidades.

 

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