Una triste historia
Mañana se cumple un nuevo aniversario de la muerte de la abuela Rosario. Es un día triste, nosotros vamos como a medio día al cementerio, papá, mamá y nosotros tres. A Daniel y a mi nos ponen corbata y a Pili la visten de princesita. Mamá llora y vemos todos a lo lejos al tío Eufracio y su familia, más allá de la verja, quienes entran solo cuando nosotros ya hemos salido. Ya ni se hablan y parece que se odian. En eso llevamos dos años, y entre el tío Eufracio y mamá se echan las culpas de todo. Habíamos ido a la laguna a pasar el día, jugamos con los primos, la abuela estuvo rico sentadita a la orilla, mirando el agua que tanto le gustaba, resguardada con su frazadita, almorzamos hamburguesas con papitas fritas y a la tarde, ya cuando el frío tomaba confianzas, cada cual cogió su carro y de la vuelta a la ciudad. El problema fue al día siguiente, cuando todos pensamos que la abuela había viajado en el otro carro. Cuando fueron a buscarla, mamá dice que seguía en la orilla, sentadita y fría. Parece que quedó como un pollito.
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Uno cortico para parar el hipo
El sapo dio un salto,..., y se evaporó. Solo quedaron unos punticos verdes ensuciando el aire.
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El maestro Tapias
-¡Mierda!, gritó a la vez que alzaba los brazos como si fueran las aspas de un gran ventilador, y todos nos quedamos aterrados viendo al maestro Tapias, tan formal siempre, recto, educado y cortés, de los que se levanta cuando se acerca alguien a la mesa, de los que arrastra el asiento de las damas cuando éstas se sientan, a quienes besa con delicadeza la mano, haciéndolas sentir condesas por un minuto. ¡Él, diciendo mierda! El maestro Tapias, que tendrá unos cincuenta años y pareciera vivir en el siglo diecinueve, con tirantes plásticos que le aguantan las medias y siempre un pañuelito florido en el bolsillo del saco, otro blanco en el bolsillo del pantalón para ayudar en las emergencias, para prestárselo a quien lo necesite, no vaya a ser que una dama se haga un sucio, había dicho, cuando nadie de sus labios había oído algo parecido, la palabra mierda. Nadie osó mirarle o saber qué había ocurrido, pero sí nos dimos cuenta, todos, que el maestro decimonónico agitaba su pie y lo golpeaba contra el pavimento, seguramente con el fin de limpiarlo de algo, y tampoco supimos, por educados que somos y no preguntar lo que no nos corresponde, si el maestro Tapias había pisado una simple cagada de perro o por primera vez en su vida exclamaba las cosas y estaba demostrando tener corazón.
Y hablando de…
Y hablando de actos pecaminosos qué tal…
Acto sexual en dos actos
ACTO I (zip). ...una araña se acaba de comer a mi gato,..., de verdad, ..., hizo zip y se lo tragó, dije.
En este momento de la representación, el autor recomienda al lector que se levante, tome aire, estire las piernas, se prepare un café, un te, un mate, y reflexione a conciencia sobre lo leído. El autor desaconseja a estas alturas de la historia consumir, aspirar o inyectarse cosas diferentes.
ACTO II (y zap) ...una araña se acaba de comer a mi gato,..., de verdad, ..., hizo zip y se lo tragó, dije otra vez al pensar que no me habían oído. Mi mujer me miró con gran ternura, con su sonrisa de siempre, y me dijo en voz baja algo que no comprendí, sonrió como solo lo hace ella, y salió de la habitación. A la media hora, no más, llegaron dos mastodontes gigantes y no hubo quien los convenciera que yo no estoy loco. No se creyeron lo de mi gato y la araña y, antes de abordar la ambulancia, mi mujer me repitió la misma sonrisa. Zap, hizo la puerta corrediza al cerrarse.
Cae el telón y el lector ya es libre de hacer lo que quiera.