Los expertos dijeron que los pájaros y las ardillas no se habían escondido y que esa era una buena señal, o eso explicó el vocero del zoológico de Miami a una emisora, argumentando el por qué decidió que los tres mil especímenes que cuida estuvieran resguardados en las instalaciones por dos días, aunque algunos animalistas exigían un traslado antes del huracán.
Al salir el sol, y cuatro días después descubrimos (incluso esos expertos) que contrario a lo que se dijo, algunos pájaros murieron esta vez como lo hicieron en el 92, a la intemperie. También murieron unos pocos peces que se ahogaron en las aceras calientes de la Florida cuando el mar tomó de nuevo su rumbo, luego de inundarlo todo. Por eso Miami y sus alrededores huelen a arena, a moho y a pescadería.
Además, hubo manatíes varados en Tampa, peces y lagartos perdidos en las piscinas de Gainesville y Homestead, cementerios de flamencos en Cuba. Al parecer, las hormigas son las únicas con un método avanzado de protección, pues todos los hogares se llenaron de grupos de pequeñas y vivas bolas rubias que hasta hoy persiguen las sobras. En Texas luego de Harvey, también surgieron montículos ardientes y flotantes de unos de estos peligrosos insectos rojos de seis patas.
Como los humanos no sentimos, tal vez como las hormigas o las aves, la fuerza de los desastres en las vibraciones, somos más vulnerables. La “superioridad” de la raza es circunstancial. Por eso, tras declararse el Estado de Alerta por Irma no vimos más opción que huir o atrincherarnos en nuestros hogares. Millones partieron de las ciudades del sur de la península hacia el norte y el oeste sin saber que el tiempo les jugaría una pasada y que los visitaría de frente. Algunos de ellos fueron evacuados de ciudad en ciudad, de hotel en hotel, hasta que terminaron como no querían hacerlo, en un refugio o varados en la carretera sin gasolina.
Los que nos quedamos en los hogares no estuvimos más cómodos (aunque lo esperábamos). Cuatro días después del huracán solo queda repetir que estamos vivos y sin daños. Pero lo que no narran los noticieros que cubrieron los daños es que luego de unas horas sin ver el sol, el hogar es una cárcel, el cuerpo es una cárcel. Las piernas se entumecen, cada pensamiento punza, la duda y la curiosidad empujan a salir a sentir el viento olvidando el riesgo. Entre los embates, tuve tiempo para pensar cómo iba evacuar los intestinos si teníamos que refugiarnos por horas en un baño mi novio y yo. Cómo cocinar sin agua y sin luz. Cómo salir segura si se inundaba el apartamento hasta los hombros, cómo rescatar mis libros del viento inminente, qué llevarme y qué dejar si tenía que huir. Reflexiones que nunca se tienen en la cotidianidad. La buena vida cobra su precio cuando tenemos que decirle adiós aunque sea por unos días.
En total hasta ahora van 264 horas de angustia, de espera y de movimiento desde que se aseguró que Irma tocaría tierra en la península. 264 horas eternas, acompañadas de filas olorosas, segundos lentos y encierro obligatorio que creo, los animales y los humanos queremos dejar atrás para volver a la costumbre. Nunca añoré tanto poder comprar una hamburguesa en el país de la comida chatarra como ahora.
Miles de policías manejan aún (hoy jueves) esquivando ramas y arena con sus carros marcados. De día o de noche, se hacen ver con esas luces rojas y blancas que adornan los capós y sin aviso cierran las calles donde no hay semáforos. También se ven otros escondidos, vestidos de civiles, que aguardan entre ventanas oscuras, vigilando los transeúntes. Muchos de ellos no han dormido en días. Muchos dejaron por horas sus casas y sus familias. Una oficial murió en Sarasota mientras manejaba en medio del viento que alcanzó más de 100 millas por hora.
Los siete mil rubios y morenos de la guardia nacional con sus camiones beige también recorren despacio los barrios reportando los daños, los bomberos y los grandes carros blancos de las empresas de luz que vinieron del norte los siguen. Todos ahumados por el sol, son la esperanza de los miles de afectados que cuatro días después esperan la energía para poder cocinar un almuerzo. Para poder dormir sin sudar a chorros. Al mismo tiempo, grupos de latinos de pieles cenizas recogen a mano ramas y hojas de palma mientras sudan sal, tapados únicamente por un sombrero de tela gris. La gente grita que quiere volver. Trump insiste en que debe haber un muro.
Todos pensaron que al irse los vientos se iría también la angustia, pero no. Cuatro días después de Irma el agua permanece contaminada, doce millones de personas perdieron la luz y aún aproximadamente el 30% no la ha recuperado, las vías están tapadas por árboles y agua salada, los paseos peatonales de las playas están atestados de arena y no hay mucho donde comprar hielo o gasolina.
Cuatro días después de su paso, aún todos los americanos e inmigrantes hablamos del sistema como un ser vivo que se estacionó. Como una mujer incontrolable que se alimentó del calor, de los cambios, del miedo de los habitantes. Que arrasó las islas para luego desenfundar su ira contra una potencia mundial. Cuatro días después el Gobernador Scott recorre las zonas afectadas en helicóptero, carros y lanchas, asegurando que habrá gasolina y luz para todos, aunque algunos parecen no creerle.
Cuatro días después a los siete cadáveres que encontraron las autoridades cuando Irma apenas se alejaba de Florida, se sumaron ocho ancianos que murieron en Hollywood, luego de haber superado el ataque del viento, al parecer por el calor extremo que soportaron sin aire acondicionado. Las tardes han llegado a 100 grados Fahrenheit en los que el cuerpo se siente como una llamarada, tardes que sudan hasta los ojos, donde los más débiles son vencidos.
Cuatro días después de las inundaciones y las ventiscas, la hostilidad aumenta, la gente se agrupa en los almacenes que tienen siquiera una luz, suplica algo para refrescarse. Cuatro días después Irma se cobró millones de dólares en las empresas cerradas, millones más invertidos en la limpieza de las calles. Trajo robos, espera, desmayos y lágrimas. Cuatro días después de un desastre como este solo ganan los supermercados y las ferreterías, las empresas de vidrios y de limpieza.
Hace 15 años esta zona no recibía el impacto de un huracán, hace 25 años no tenía un impacto de una gran magnitud, y a pesar de dar un giro beneficioso a casi último momento, Irma, el huracán más poderoso registrado, azotó con diferente fuerza todas las ciudades del sur de Florida. ¿Recordando a Estados Unidos el poder de la naturaleza?
Dicen que estos son movimientos naturales esenciales para limpiar y enfriar la tierra. Los daños a la infraestructura y la vida empeoran porque las temperaturas son cada vez más altas y los humanos se asientan e invaden zonas propensas a trombas y mareas. ¿Quién no quiere una casa frente al mar en Miami? Estos son los resultados de la continua lucha entre el crecimiento de la población, los caprichos de la clase media alta y el espacio que pertenece a la naturaleza.
Esta semana de inesperada angustia sacó además lo mejor y lo peor de todos los que vivimos su llegada. Nos humanizó y deshumanizó. En Florida, mientras algunos repartían agua y ayudan a sus vecinos a cortar troncos viejos, otros amenazaron con armas por comida, se abrieron paso en los aeropuertos con cuchillos, se adentraron en los almacenes cerrados a robar. En San Martín, como tienen menos dinero para reconstruir las ciudades y proteger los afectados, se matan por un pan. Solo puedo pensar en que estoy en El señor de las moscas.
Y es que en una situación de emergencia donde todos estamos vulnerables no existen clases sociales ni razas. Si no hay agua, boletos aéreos o gasolina, usted no podrá conseguirlos aunque tenga millones, aunque sea ario. Algunos Mercedes Benz tuvieron que ser aparcados afuera de los refugios mientras sus dueños dormían entre indigentes y obreros. Mientras compartían un baño con otros cientos, mientras comían fríjoles de lata. Hoy a cuatro días, casas grandes y zonas prestigiosas continúan sin luz y sin aire acondicionado.
Hoy, cuatro días después de Irma el viento todavía retumba en los oídos de los floridianos, el eco no se ha ido. Sigue hacinando los hogares. Cuatro días después el cielo está azul, el mar volvió a su punto, cuatro días después muchos buscan sus familias en las zonas más afectadas, y los que pelearon por irse ahora pelean por volver.