En cárceles de China cuatro colombianos esperan la muerte

Cuatro colombianos esperan la muerte en cárceles chinas

Luz Miriam Medina, quien viajó a acompañar la agonía de su esposo Octavio y su hijo Walter detenidos por llevar cocaína, cuenta el horror que se vive allí

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julio 16, 2023
Cuatro colombianos esperan la muerte en cárceles chinas

Es hostil, es diferente, es una experiencia que no se parece a nada. En agosto, las temperaturas en China superan los cuarenta grados Celsius en Guangzhou. Al aterrizar, todo es distinto. Los controles son asfixiantes. Antes de salir a la calle, hay por lo menos cuatro: rayos X, láser, detector de metales y perros.

No debo nada, no traigo nada e igual tengo miedo, estrés y pienso en cómo podría un colombiano llegar hasta aquí con algo de culpa en su maleta. El vuelo que nos ha llevado desde Bogotá a Shenzhen ha tenido 36 horas repartidas entre Estambul-Hong Kong y luego entrar por tierra a China. Dicen que desde que nos subimos al avión, nos están viendo. Las azafatas de Turkish Airlines son casi que el primer retén.

La persona que no coma es el principal sospechoso. Al llegar al aeropuerto de Estambul, la policía de civil manejada por Erdogan busca a un hombre. Piden pasaportes. Encuentran a un señor de años considerables y barriga prominente. En Hong Kong nos hacen entrar a un cuarto. Nos interrogan. Luego, para llegar a China continental, tenemos que pasar a pie. Tener registros de COVID-19 al día que, por lo largo del viaje, ya se vencieron.

Nos piden invitaciones, las tenemos en celulares que se descargan. Las quieren impresas, nos queremos matar. No debemos nada, nos han invitado. Entonces, cómo tuvo que haber sido para Luz Miriam Medina Pérez llegar a China después de saber que su esposo y su hijo habían sido detenidos.

Todo pasó muy rápido, todo se quebró para ella el 3 de agosto de 2012 cuando, mientras veía las noticias, recibió una llamada al teléfono de su casa en el barrio Cuba de Pereira. La llamada fue una puñalada seca: su esposo Octavio y su hijo Walter Hugo habían sido detenidos en China por llevar 1.600 gramos de cocaína. Por la cantidad, a su hijo le dieron cadena perpetua y su esposo quedaba en fila para el pabellón de la muerte.

A ella le dijeron que se habían ido a China a traer ropa y mercancía para venderla. La decisión de esta pereirana, que en ese momento tenía 55 años, fue vender su casa, una camioneta destartalada, el salón de belleza –era estilista-, quemar las naves e irse a vivir a otro planeta que es China.

Viajar sola de Pereria a China, sin recursos, sin idioma, acompañada por el miedo 

Ella nunca había montado en avión. El choque fue absoluto. Llegó a vivir a una pensión a Guangzhou. El único idioma que conocía era el español, pero en el interior de China, la señalización está hecha sólo en su extraño alfabeto. Para un occidental, acostumbrado a los viajes, puede ser duro y para doña Luz Miriam era como estar en Marte.

Por intermedio del entonces cónsul de Colombia en Shanghái, Ricardo Galindo, consiguió que le extendieran la visa durante dos años y luego, tramitó un permiso con la Fiscalía china. La burocracia en el segundo país más poblado del mundo, es una cosa de locos. Seis meses duró ese permiso. Y, después, dos meses más, obtener su visa y la seguidilla de sellos que se necesita para entrar a una cárcel en China.

Desde entonces, 2014, los ha venido renovando. Ha visitado a su hijo y a su esposo dos veces por semana. Vive de lo que puede, vendiendo tamales, empanadas, delicias de su tierra. No puede entrar comida al penal. De boca de su esposo y de su hijo, además de historias como la de Luis Eduardo Ramírez, caleño condenado a muerte por llevar 1.900 gramos de coca; Yackeline Gómez de Manizales, a quien la agarraron en el aeropuerto de Pekín con 1.800 gramos de cocaína o la trans Sara María Galeano, supo de las extremas condiciones en las que viven los penados.

Las cárceles son fábricas de presos sin celdas individuales

En la cárcel de Guangzhou no hay derecho a descansar. Los presos no tienen celdas individuales, sino minúsculos salones en donde se aglutinan hasta 17 personas de todas las nacionalidades: nigerianos, argelinos, namibios y de los países más recónditos de África y Asia. De Suramérica, hay 139 colombianos en total.

La cárcel de Guangzhou es inmensa como una ciudad del infierno. Está dividida en fábricas. Son 47 bloques de cinco pisos. Cada día, los presos son obligados a levantarse a las seis de la mañana. Trabajan hasta las seis de la tarde y se detienen a comer los amasijos de sabor indescifrable que les dan para seguir vivos. Luego, deben esperar dos horas de pie para ser reubicados en los salones donde les corresponde.

En el día a día hay choques eléctricos para quien no logre hacer la cantidad de productos prevista, tomar agua podrida que es el principal ingrediente con el que preparan la sopa, convivir con ratas, cucarachas y bichos indeterminados que no paran de moverse.  Recibir consejos en mandarín diciéndoles que es mejor estar muertos que vivos. Igual, pues, ya están muertos.

Luz Miriam lleva casi una década en China. No conoce sino las cuadras que van desde su pensión hasta la cárcel. Sus amigos tienen que ver con el infierno donde están los dos hombres que más ama y conoce historias terroríficas como la Luis Pérez, un campesino de Quindío a quien las deudas le quitaron la finca de la que subsistía y que, apremiado por la situación en la que lo arrinconaron los préstamos con el Banco Agrario, aceptó la oferta de $ 60 millones de un hombre misterioso por llevar droga líquida a Shanghái. Un cáncer se lo llevó en 2021.

La pandemia fue dura con Luz Miriam. Su esposo sucumbió a una larga enfermedad. Mientras tanto, su hijo Walter, quien perdió un ojo cuando era niño, ahora está ciego por culpa del trabajo y el maltrato. En 2021, el entonces presidente Iván Duque firmó un tratado para repatriar a los colombianos detenidos en el infierno, pero esto, todavía, es letra muerta.

Los cuatro colombianos condenados a pena de muerte por transportar cocaína   

En China todo es diferente, todo es difícil hasta para un turista. Ahora, estar preso, debe ser lo más parecido a estar sepultado en vida y estos son los cuatro colombianos que están en el pabellón de la muerte:

Héctor Fabio Osorio hoy tiene 53 años y está recluido en una cárcel de Wuhan. Es el único hispanoparlante del centro penitenciario. Osorio fue capturado en 2013 cuando intentó ingresar al país con cocaína. Pocos meses después, el gobierno chino lo condenó a muerte, pero sin especificar fecha de ejecución.

Desde entonces, Osorio y su familia adelantan una batalla legal y buscan el apoyo de la Cancillería colombiana para agilizar su ejecución, pues permanece postrado por la depresión. Según su esposa, Osorio no ha hablado con nadie en los últimos siete años, ni siquiera con ella, a quien le han negado establecer contacto telefónico desde que fue condenado a pena capital en última instancia.

Luis Antonio Alzate Moreno tiene 76 años y desde noviembre de 2014 está recluido en la cárcel de Guanzhong donde fue detenido por tráfico de estupefacientes. Lo condenaron a muerte en 2017, pero su defensa apeló la decisión y hoy, su condena está en vilo. Según su familia, desde su captura, han podido establecer contacto con Alzate solo cinco minutos cada mes.

lver Emilio Quique, también de 76 años, cumplirá cinco años de haber sido detenido por tráfico de estupefacientes en Qingdao. Quique nació en Buga, Valle del Cauca, y se prestó para ser mula en 2013, ahogado por la situación económica y las obligaciones que no alcanzaba a cubrir con 400.000 pesos. Fue condenado a muerte y su amigo, quien también fue capturado con los mismos cargos, fue condenado a cadena perpetua.

Fabián Enrique Buitrago, de 39 años, fue detenido por tráfico de drogas y enviado a una prisión en Guanzhong en abril de 2014.

La diplomacia colombiana no ha logrado sacar de este infierno a los compatriotas y todos, igual que Luz Miriam Medina, ahora tienen puestas todas las esperanzas en Sergio Cabrera, el embajador nombrado por Gustavo Petro, que sabe moverse bien en este extraño como enorme país oriental.

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