Diversos estudios de prestigiosos economistas denotan que el mundo ha experimentado tres revoluciones industriales, lo que ha originado serios cambios en las formas de producción y por supuesto en las condiciones de acumulación de capital, la primera revolución industrial se produjo en Inglaterra en la segunda mitad del siglo XVIII (1780-1830), que introdujo la producción de energía a vapor por James Watt. Llegó a Bélgica y Francia, países cercanos a las islas británicas. A mediados del siglo XIX, cruzó el Atlántico y se dirigió a los Estados Unidos. Y, al final del siglo, regresó al continente europeo reactivando el motor económico en Alemania e Italia, implantándose, también, en Japón.
En este contexto histórico, la materia prima de la industrialización y el surgimiento y consolidación del transporte aparece asociado al desarrollo de la industria siderúrgica, dada la importancia que el acero presenta en la instalación de un período técnico caracterizado por la mecanización del trabajo.
En el orden económico mundial se originan innovaciones tecnológicas asociadas a la máquina de hilar, el telar mecánico y una clara división social del trabajo que fortalece la industria textil. Todas son máquinas movidas a vapor originado a partir de la combustión del carbón, la principal forma de energía del período. El sistema de transporte característico es ferroviario y el transporte marítimo, también impulsados por energía de vapor.
La Segunda Revolución Industrial tiene su base en los sectores metalúrgicos y químicos. Durante este período, el acero se convierte en un material básico e indispensable. La industria automotriz es de gran importancia durante esta etapa histórica. El trabajador típico en esta fase es el siderúrgico. La nueva división del trabajo está marcada por la concepción Fordista, cuya principal característica es la normatización del trabajo técnico que posteriormente se extendió a toda la industria.
El auge de la acumulación capitalista a partir de la década del 20 y 30 respectivamente, está impulsado por líneas de montaje automatizadas que utilizan intensivamente materias primas como el acero y el petróleo y la vinculación de conocimiento altamente especializado de sectores productivos como la metalurgia, la electricidad, la electromecánica, el motor de combustión y la petroquímica. A partir del enfoque Taylorista, el sistema de producción otorga especial importancia a la organización científica del trabajo, caracterizado por rutinas intensas, fragmentadas y altamente jerarquizadas.
La Tercera Revolución Industrial se inicia en la década de 1970, basado en los progresos de la alta tecnología. Las actividades se hacen más creativas, exigen elevada cualificación de mano de obra y tienen horario flexible. En el escenario internacional los factores de competitividad impuestos a los países por el nuevo orden económico internacional están determinados por la introducción en la función de producción de la microelectrónica, la informática, la robótica, las telecomunicaciones y la biotecnología, gracias a los extraordinarios avances alcanzados por Japón, logrando así vincular dinámicamente los aportes científicos de la física, la química, la ingeniería genética y la biología molecular, todo ello bajo el desarrollo de sofisticados programas de Software que marcaron profundos cambios en ramas como la medicina, la economía de explotación de los recursos naturales renovables y no renovables y el mejoramiento de la productividad a partir de la introducción de procesos de producción robotizados.
La organización internacional del trabajo sufre una profunda reestructuración ya que deviene en un sistema laboral polivalente, flexible, integrador en equipo, menos jerárquico. Los trabajadores pasan a ser computadorizados con un registro más completo de sus labores, su rendimiento bruto y otras tareas que facilitan una acción creativa de los trabajadores en el sector. Toda esta flexibilización técnica del trabajo favorece la acumulación de capital, principalmente en la relación producción, consumo.
En este orden económico mundial las nuevas regiones industriales forman centros productores de tecnología con industrias de informaciones, asociados a grandes centros de investigación. Entre los centros tecnológicos, podemos mencionar el Parque Tecnológico Silicon Valley, ubicado en California (Estados Unidos) al sur de San Francisco y próximo a la Universidad de Stanford, el MIT (Estados Unidos) o la región de Tokio-Yokohama (Japón).
La cuarta revolución industrial se gesta vertiginosamente en los países del primer mundo como resultado de la convergencia de ciencias como la robótica, nanotecnología, biotecnología, tecnologías de información y comunicación, inteligencia artificial y otras como lo confirma una de las principales conclusiones del Foro Económico Mundial celebrado de Davos por las principales empresas del planeta en el año 2016.
El internet de las cosas, la inteligencia artificial, la biotecnología, el big data y los vehículos autónomos hacen parte de este grupo disruptivo de tecnologías que están teniendo un carácter fundacional en prácticamente todas las industrias de los países. Esta profunda transformación económica no afecta únicamente a los países del primer mundo. A pesar de que la gran mayoría de nuestras economías latinoamericanas continúan siendo extremadamente dependientes de la producción y exportación de commodities, sin ningún valor agregado, la Cuarta Revolución Industrial está impactando ya el mercado laboral, las industrias y las sociedades de nuestro continente.
Los procesos de sistematización y computarización de las tareas con extensión amplificada a las industrias y cadenas productivas de los principales sectores económicos estratégicos de los países capitalistas desarrollados, pone en evidente riesgo las condiciones laborales de empleo de millones de personas en el mundo, a lo que se suma dentro de esta nueva lógica de la acumulación capitalista la denominada “escasez de talentos” que hace necesaria la reeducación y el perfeccionamiento de los trabajadores a estas nuevas exigencias, en este caso y tal como lo afirmaba Karl Marx en el S XIX, “el obrero se vuelve esclavo de la maquinaria, queda atado a su puesto de trabajo y sus intereses se oponen a los de la comunidad. El resultado de dicho proceso: el trabajo se vuelve ajeno al individuo y se impone sobre él”.
Cuando se relee a Marx, parece que uno de los efectos inmediatos en el corto plazo de la cuarta revolución industrial será definitivamente devastador sobre la población dado que provocará una reducción del trabajo socialmente necesario generando mayor plusvalía. En segundo lugar y como respuesta a las exigencias de mayor competitividad y permanencia en los mercados globales, los capitalistas introducirán estas nuevas maquinarias, generando una reducción en las tasas de ganancia. En tercer lugar, habrá un crecimiento del ejército de reserva como producto de la introducción de tecnologías de punta a la producción y distribución de los bienes intensivos en capital.
Desde el punto de vista del nuevo orden económico mundial, la hegemonía ejercida por las principales corporaciones trasnacionales que utilizan tecnologías de punta en la cadena productiva que integran sus procesos en los principales países desarrollados traerá consigo una mayor desigualdad global desde el punto de vista tecnológico, profundizando las brechas del analfabetismo digital, que por supuesto tiene su expresión en la pérdida masiva de empleos.
Este analfabetismo digital de numerosos trabajadores se asocia con la dificultad cognitiva para asimilar con rapidez, la aplicación de tecnologías complejas a su espectro laboral inmediato, poniendo de manifiesto la precariedad académica de las habilidades y competencias para el desempeño productivo en contextos laborales cada vez más automatizados.
Todo lo anterior puede ser la antesala de una nueva crisis económica global como la ocurrida en el 2008, debido al colapso de los mercados financieros internacionales que se extiende al mundo del trabajo con el aumento del ejército industrial de reserva.