Caminaba rumbo a mi casa en medio del ambiente del rumor de una pandemia. No entendía nada, solo deseaba llegar, quitarme la ropa del día y ponerme los tres chiros con los que acostumbro a permanecer en la casa. ¡Oh sorpresa! Cuando saludo a mi familia y me ponen al tanto, el chisme, al que poco le había prestado atención hasta el momento, era realidad. Mi papá, en medio de la sala del apartamento, sentado en el sofá principal, acompañado de mi mamá y tomándose una Coca Cola bien fría, dice: “Nos van a mandar a cuarentena, nos van a encerrar. Quiero que se preparen y se cuiden todos para enfrentar esa enfermedad”. En ese momento, y con la incertidumbre en el aire, empezó mi cuarentena, bueno la de los colombianos en general.
Cuando la alcaldesa de Bogotá anunciaba el simulacro precuarentena, corría un aire caliente por todo mi cuerpo, muy extraño y muy atípico, pero que pensé que estaba acorde al momento que se veía venir. En los primeros días la tensión se quería apoderar de mí, pero tampoco es que el miedo a morir sea muy grande, esa cita sé que no la voy a poder eludir, llegará tarde que temprano. Ya con las semanas avanzando comencé a sentir una deuda grande con mi cuerpo, los kilos de más, el cansancio mental y otros dolores estaban pasando factura, así que llame a un amigo y con su ayuda armé una rutina de ejercicio muy efectiva que alivió un poco todos esos males que mencioné dos líneas atrás.
Los deberes académicos y laborales se trasladaron a la virtualidad y se convirtieron en un distractor mental bien importante para que las horas no fueran más densas de lo que son comúnmente. Empecé a descontracturar, a encontrarme con mi familia, de a poco, paso a paso. Los tiempos transcurrían en soledad, con calma, y con asombro de cómo el mundo estaba tan indefenso, tan desprotegido, tan a la deriva.
Aprendí a peluquear, compré mi propia máquina patillera y un par de utensilios y comencé a darle a ese oficio, claro está. Por ahora no planeo dedicarme a la barbería, solo quiero cortame el pelo, no es más. A muchos conocidos y amigos los veía en redes sociales inventando, creando, etc. En lo personal, con las ocupaciones y el ánimo que tenía, solo me alcanzó para coger una máquina que cortara el pelo y aprender a hacerlo en el mío.
Pensé y pensé, dormí y dormí, estudié y estudié: mi cuarentena fue una reconstrucción mental y emocional invisible para mí; los excesos y tristezas acumuladas empezaron a calmarme, en cierta medida, porque al final hay heridas que se llevarán hasta la tumba.