En lo sustancial, esta columna es idéntica a la que publiqué hace más de un año, el día sábado 3 de marzo de 2018, abrumado casi con lo que ya se veía venir. Las cosas no han hecho sino empeorar. Mi generación, los que hoy estamos en los 60 años no recuerda un caos más miserable, más estúpido, que éste que descuaderna el país con un odio violento que arrasa en las calles y en los campos todo signo de pensamiento independiente, todo gesto que intenta la paz, y en los recintos de la institucionalidad política se pisotean las leyes, los acuerdos, el diálogo y la inteligencia redondeando así una vergüenza perfecta para el país y para el mundo.
No me hago muchas ilusiones con este país. La eliminación física del otro diferente, la muerte de cientos de líderes sociales, defensores de derechos humanos y excombatientes de la guerrilla que entregó las armas, se volvió la norma de la vida nacional.
Todos esos seres humanos asesinados son hombres y mujeres, reclamantes de tierra, maestros, estudiantes, obreros, campesinos, pescadores, indígenas, afrocolombianos, defensores del medio ambiente, opositores de proyectos mineros, que han ido cayendo como moscas por las balas indeterminadas de una derecha, comandada todos saben por quién, que quiere impedir a rajatabla que el país llegue a ninguna parte que no sea esa hacienda ubérrima y utópica en la que él pueda correr cercas a su gusto; en la que pueda recorrer la desmesura de sus fanegadas, jinete tirano de una yegüa garbosa con el nombre de una vieja novia a la que le dice porquerías entre dientes mientras la castiga con la espuela; esa hacienda, metáfora perfecta de lo que somos como territorio, gran extensión rica y fértil para la pobreza, cementerio campestre de la paz colombiana; y especialmente en donde todos tengan que guardar el más religioso silencio ante su palabra permanentemente errática, ¡so pena de que te dé en la jeta, marica!
El gran desorden institucional no puede ser peor.
El horizonte oscuro que temíamos ya lo tenemos aquí,
ya nos envuelve
Es claro el deseo de país futuro ya expresado con el más acendrado odio, y de las más diversas maneras por voceros de muy diverso talante, y que no es otro que aquel que deja convertido el país en el corral “paraco” en el que sólo tiene dominio y expresión el ejercicio pleno de la corrupción que una mentalidad mafiosa, que ha logrado penetrar hasta las más insospechadas instancias de la vida nacional, impida a cualquier costo la construcción de una opción distinta de país como la que sin duda ofrece esta oportunidad histórica que le da la paz a Colombia y que no es otra que la de abrirse a nuevas posibilidades de entendimiento político, social y cultural; intentar la subsanación de los terribles desequilibrios sociales y económicos que tienen a Colombia en el ranking de los países más desiguales del planeta.
Es un paquete completo ajustado por todos los frentes para crear el caos y secuestrar el estado con las más escandalosas maneras mafiosas, pero con una bandera que ondea en todas las instancias: la mentira. Hay que calumniarlo todo. Ellos saben que esa es la nueva estrategia global de la política y les ha funcionado. La estrenaron con el NO del plebiscito y se la han estado aplicando a todo lo que se mueve y que no les conviene: a políticos opositores, a periodistas independientes, a jueces y magistrados, a ciudadanos, a alcaldes y gobernadores…
Y, desde luego, la conducta no deseada se castiga con la expulsión, el extrañamiento, el vejamen público, o si es del caso, con la eliminación física de todo aquel que represente la certeza de ser opositor, a sus ideas, a sus proyectos, a los negocios tramposos, al ocultamiento de los cientos de crímenes que el país y el mundo ya conocen.
Para Uribe, líder indiscutible de la filosofía y el accionar paramilitar que llevó a este país a convertirse en el charco de sangre que siguen hoyando los cascos de sus caballos de paso y las camionetas blindadas de sus devotos secuaces en la larga noche que no acaba, este es un momento en el cual Colombia no puede dejar de ser la finca de sus sueños, que ya hemos descrito; y si no, será entonces – para su pequeña y absoluta manera de ver las cosas – ese país inviable, esa tierra de nadie, a la que habrá que meterle fuego desde todos los flancos, para ver salir huyendo o ardiendo a todos sus enemigos.
El gran desorden institucional no puede ser peor. El horizonte oscuro que temíamos ya lo tenemos aquí, ya nos envuelve. Con un mierdero así y al lado de Venezuela…